Debo confesar que nunca he ido a Las Vegas, Nevada. Simplemente porque no me atraen el juego ni los espectáculos, menos aún babear con la reproducción de monumentos famosos, que es como permitir que a uno le den ‘gato por liebre’. Es el ‘Kitsch’, negación de lo auténtico. Un culto a lo cursi, al mal gusto: como la pirámide que han “construido” en el zócalo de la Ciudad de México para conmemorar los 500 años de la ciudad de Tenochtitlán, obra de los peninsulares a quien acompañaron los indígenas tlaxcaltecas, con un regocijado espíritu de venganza, pues los mexicas no eran precisamente dulces.
Como en la obra “1984”, de George Orwell, López, obediente a quien está muy cerca de él, ha condescendido en esa locura de modificar la “verdad” histórica y ponerla al revés. Paradoja la del tabasqueño, nieto de un inmigrante venido de Cantabria, quien hoy exige a España, lo mismo que al Vaticano, perdón por el genocidio. Como si él fuese heredero de aquellos pueblos ofendidos. Perdón que jamás pedirán los supuestos ofensores. Porque esa versión de la historia es falsa como la pirámide.
Un amigo me comenta que el daño de ese retorcimiento de la memoria, es irreversible. No lo creo así. Esta clase de desplantes se olvidan. Esa ridícula escenografía tendrá que demolerse. Pues que la realidad de un presidente afligido nos obligará a concentrarnos en el presente en un futuro mejor. A nadie importará ese pasado de pacotilla, inventado por quien ya sabemos o, al menos sospechamos, personaje que un día se irá, pues todo es perecedero. Más aún la mentira. Y cito a Todorov, cuyo pequeño libro “los abusos de la memoria”, es una joya: Las huellas de lo que ha existido son o bien suprimidas, o bien maquilladas y transformadas; las mentiras y las invenciones ocupan el lugar de la realidad; se prohíbe la búsqueda y difusión de la verdad; cualquier medio es bueno para lograr este objetivo. La tiranía y el fracaso forman un binomio indisoluble.