Simbólicamente significativa; políticamente insignificante, se podría decir de la defección de 10 gobernadores cuya ausencia ni Mata a la CONAGO ni la fortalece sino todo lo contrario, como hubiera dicho aquel insigne chihuahuense, maestro de las obviedades y la llaneza del pensamiento, Don Manuel Bernardo Aguirre.
El único beneficiario de ese desprendimiento es el Presidente de la República a quien –paradójicamente–, un puñado de federalistas inconformes quiso poner contra la (simbólica pared) y terminó eliminando un obstáculo.
La actual CONAGO con todo y la merma sufrida, es el único interlocutor reconocido por el Señor Presidente y por obvia consecuencia, Gobernación.
Así pues la pataleta no les va a servir de nada a los federalistas. En lugar de romper con el gobierno, rompieron con su agrupación. En lugar de convertirla en un organismo para buscarle consenso a las posiciones, eligieron el disenso y se exhibieron como sectarios. Y si no es tal, así les van a decir los publicistas del régimen.
Ya se vio ayer durante la mañanera: los bañaron con el agua lustral de la ironía. Así los bendijo el SP:
“…Pues están en libertad, somos libres, no veo yo nada extraño, creo que es una asociación de los gobernadores y no es obligatorio, y los que se salen es porque están ejerciendo su derecho, su libertad…”
Eso recuerda al Secretario para Irlanda del Norte, Humphrey Atkins en el gobierno de Margaret Tatcher, cuando la huelga de los irlandeses:
“–Si Mr. Sandspersiste en su deseo de suicidarse, esa es su elección. El gobierno no forzará la aplicación de tratamiento médico”.
El pasado 30 de agosto esta columna dijo:
“…Ahora ya no se puede siquiera sugerir la necesidad —mucho menos la utilidad—, de una organización cuyos mejores momentos son para pedir dinero; clamar por la oportuna y suficiente entrega de haberes para gobernar e intentar presiones sin fuerza más allá de las declaraciones y las palabras, ya por los semáforos de la pandemia o la afiliación inevitable al absurdo INSABI o la presencia de la Guardia Nacional junto a sus raquíticas policías, mientras en sus Estados no se mueven las hojas de los árboles sin la orden directa del Palacio Nacional ejecutada a través de los “súper-delegados”, quienes —a falta de una eficaz Secretaría de Gobernación—, asumen funciones de obstáculo administrativo o sometimiento político.
“Pero a esa pedigüeña actitud le han llamado “nuevo pacto fiscal”, sin admitir la realidad: el pacto federal no se resuelve sólo en ventanilla del dinero, ni en la caja de la Tesorería. El federalismo es una forma de distribución del poder político y esta revolución (así la llamo el SP, cuando justificó las formas como se financia “por fuera” su movimiento), tiene una actitud centralista y personalista.El camino único, el pensamiento único, el poder único: Yo”.
Hoy los hechos confirman esas palabras. La fractura de una organización sin poder alguno lejos de debilitar al Señor Presidente lo fortalece en su relación con los aun ahí representados. A ellos les tocarán los tamalitos de futuras e improductivas reuniones, para “tapar el ojo del macho” y servirles dosis abundantes de atole con el dedo.
A los rupturistas, nada más el dedo.
Dice G.K. Chesterton en “El hombre que fue jueves”:
–Protesto, presidente. Esto se sale de la norma, dijo. Es regla de nuestra sociedad discutir todos los planes en el pleno del concejo. Cuando estaba aquí el traidor, comprendo que usted dijera lo que dijo.
–Secretario –le interrumpió el Presidente con gravedad–, si usted hubiera hecho hervir su cabeza en una olla largo rato, puede que sirviera para algo. No estoy seguro, pero podría funcionar.
“El secretario retrocedió furioso.
–Verdaderamente no comprendo…
–Eso es, eso es –interrumpió el presidente moviendo la cabeza–, usted no comprende nada, nunca, jamás…”
Alguien en la ex CONAGO, debería leer a Chesterton más a menudo. Bueno, al menos leerlo alguna vez.
HACIENDA
Así como en materia política e ideológica sólo hay un pensamiento en el país, también ocurre de ese modo en la economía. Todo puede irse al diablo menos los proyectos prioritarios y el gasto socio-electoral.
Después no importarán ni el diluvio ni la epidemia; tampoco la enfermedad ni la quiebra disfrazada de austeridad. Las clientelas agradecidas volverán a votar por la esperanza, la más veleidosa de las virtudes.
La esperanza es el reconocimiento de la triste realidad, la insatisfactoria vida, el juego de soñar colgado del viento