Cuando alguien—como Clara Brugada, nuestra distinguida y culta Jefa de Gobierno–, usa como emblema de su política redentora el ilusorio concepto de la utopía, no es por el culteranismo de exhibir su lectura de Tomás Moro y su célebre obra cuyo contenido describe una inexistente ciudad.
Eso y no otra cosa hizo la gobernanta, en fiel seguimiento del ejemplo presidencial, al rendir un innecesario informa por los cien días de su actividad ejecutiva, (lapso insuficiente para algo importante, en este caso)
Tomás Moro dijo:
“…Donde quiera que haya bienes y riquezas privadas, donde el dinero todo lo puede, es difícil y casi imposible que la República sea bien gobernada y próspera. A menos que creáis que es justo que todas las cosas se hallen en poder de los malos, o que la prosperidad florece allí donde todo está repartido entre unos pocos y los más viven en la miseria, reducidos a la condición de mendigos. Me parecen muy buenas y prudentes las ordenanzas de los Utópicos”.
Obviamente en el lenguaje simbólico y un tanto irónico de Tomás Moro (maese More, le decían), no hay espacio para la realidad. .
Tampoco lo hay cuando alguien quiere convencer al pueblo bueno, diciéndole, la Utopía sirve –muy en el estilo curso de Eduardo Galeano y el horizonte–, para perseguir la Utopía; lo cual es una linda forma de dispensar atole con el dedo.
¿Cómo es la inexistente ciudad a cuya condición aspira esta utopista señora?
“Una ciudad que persigue y logra sus utopías, a eso aspiramos y por eso trabajamos todos los días. Trabajamos todos los que estamos aquí…muchas gracias, seguiremos caminando con ustedes. ¡Que viva la Ciudad de México!”.,
Eso y nada, es lo mismo. Si la ciudad lograra sus utopías (perdón por el frecuente uso de la palabra), en ese momento dejarían de serlo. Y por cierto, no son los anhelos de la ciudad; son los de ella y sus delirios. Además, la promesa de caminar con nosotros tendría sentido si lo pudiéramos hacer en calles bien iluminadas, con pavimento seguro; sin agujeros, grietas, hoyancos, bordes, anfractuosidades diversas; coladeras destapadas y baches, muchos baches.
El ya dicho informe no fue tal. En el mejor de los casos y con benevolencia, se trató de un listado de proyectos, sueños, ensoñaciones y… utopías; es decir, irrealidades.
“En 100 días hemos establecido con claridad las características y los principios, las rutas de las transformaciones que habrán de guiar la acción diaria de este gobierno. Tenemos un plan y todas las personas servidoras públicas que colaboran en este gobierno tienen responsabilidades concretas para realizarlo. Gobernar no es administrar las carencias, es ir a la raíz de los problemas e implementar soluciones; nuestra meta es el bienestar del pueblo”.
Y como en su tiempo Alfonso Martínez Domínguez (lo sacó Echeverría de la carrera presidencia con un “halconazo”), quien creó la división territorial del desaparecido Distrito Federal en 16 delegaciones transformadas luego en Alcaldías (otra Utopía malograda), la actual jefa nos plantea
«…no se puede tener concentrados en las zonas centrales al personal y al equipo. Se acabó la ciudad centralista (¿Y los alcaldes, apá?). El gobierno no puede estar lejos; debe estar desplegado en todo el territorio de la ciudad para enfrentar cualquier problema y proteger a la gente”.
Todo eso suena bonito, muy bonito. No sería justo exigirle resultados ahora. Eso queda para dentro de cinco año y unos meses, antes verla renunciar para perseguir el cargo alcanzado por sus dos antecesores más cercanos…
Por lo pronto, cantemos en coro esta linda canción:
“…Gobernamos para todas y todos (¿todes no?) luchamos por la felicidad del pueblo. Este 2025, vamos a conmemorar los 700 años de la fundación de México Tenochtitlan.”
Pues cuánta felicidad celebrar a Tenochtitlán. Con eso regresará el agua de los lagos de Texcoco, Zumpango, Chalco y demás.
Nadaremos como patos… o como gansos.