La controversia sobre Manuel Iturriaga
Al regresar a Guanajuato tras su visita a Dolores, uno de los cuatro sargentos invitados por Hidalgo traicionó la confianza del cura y fue Garrido. El jueves 13 de septiembre -día en que el virrey Francisco Javier Venegas recibió el bastón de mando en la Villa de Guadalupe-, el capitán Francisco Bustamante, del Batallón de Infantería de aquella ciudad le dio parte a su sargento mayor Diego Berzábal que el tambor mayor le acababa de confesar que el domingo anterior estuvo en Dolores y visitó al cura con varios compañeros. Tras un evento musical, los invitó a una sublevación que el 1 de octubre tomaría la ciudad de Guanajuato apresando a las autoridades, entre ellos el intendente Riaño; éste ordenó el arresto de Navarro, Rosas, Domínguez y Morales, y envió a México un correo para que entregara al virrey un papel reservado donde acusaba a Hidalgo de esta conspiración.
Riaño se negaba a creer a Juan Garrido, pero se convenció al ver unos documentos que Bustamante le presentó; entonces mandó a aquél a Dolores con la orden de traer noticias sobre lo que hacía el cura. Garrido regresó al día siguiente y trajo muchas referencias sobre los principales implicados: que se tenía gran acopio de armas, que la famosa Ignacia “La Güera” Rodríguez daba el dinero para la revolución y que “la invasión debía empezar el día primero próximo de octubre, por Querétaro o Guanajuato, llevando los sediciosos un estandarte con Nuestra Señora de Guadalupe para alucinar al pueblo”. Al informar al virrey sobre la denuncia de Garrido, Riaño lo urgió a cambiar a otras provincias las milicias del pueblo de Dolores y que, simultáneamente, mandara caballería suficiente a ocupar la ciudad de Querétaro, la villa de San Miguel el Grande y el pueblo de Dolores.
Finalmente, la noche de ese día, violentamente explotaron las cosas y se rompió la apacible tranquilidad de la ciudad de Querétaro. Sorpresivamente, los españoles se abalanzaron sobre los comprometidos en el movimiento. Un mozo contó a Francisco Bueras que esa noche un grupo de criollos planeaba asesinar a Ángel Urrutia y Fernando Romero, porque se pensaban levantar contra el gobierno; que en casa del pulpero Epigmenio González y de un tal Sámano almacenaban armas y pólvora con la que hacían cartuchos. Bueras fue a ver al subinspector García Rebollo y le pidió que apresara a Epigmenio, pero poco caso le hizo. Bueras pasó con Fernando Domínguez y le contó respecto al complot. Juntos fueron a ver a Rebollo, quien les dijo que reuniría a unos cuarenta dragones para catear a los sospechosos.
José Antonio Septién precisa que esta fue la denuncia que precipitó los acontecimientos el día 13 y la hizo el español Francisco Bueras al cura y juez eclesiástico Rafael Gil de León. Le habló sobre la existencia de la junta conspiradora de Querétaro y del plan que tenía elaborado, el cual debía comenzar a desarrollarse la noche de ese mismo día con el degüello de los españoles; que los conjurados habían hecho acopio de armas y municiones en las casas de Epigmenio González y de Sámano; que el corregidor Miguel Domínguez no solo tenía conocimiento de esta conjura sino que la favorecía, pues era uno de los conspiradores. Por último, Bueras comentó al cura Gil que de todas estas circunstancias ya había dado cuenta al comandante Ignacio García Rebollo.
Ese día murió en su hacienda de Ojo Zarco el doctor Manuel Mariano de Iturriaga y Alzaga, nativo de Querétaro, a quien se reconoce como autor del plan revolucionario. El autor de la época dice que Iturriaga honró a nuestra ciudad “con su sabiduría y empleos honoríficos, pues fue canónigo doctoral de Valladolid de Michoacán, y fue sobresaliente jurista, orador y poeta; poseía ocho idiomas con el natural, esto es, el latino, francés, inglés, italiano, portugués, mexicano, otomí y español. Fue de ingenio sutil, penetrante, festivo y de gran amenidad en las bellas letras, como acre y agudo para la sátira, en la que era temible”. El día 14 se trajo su cadáver a la ciudad y fue sepultado con toda pompa en la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe.
Sobre el descubrimiento de la conspiración de Querétaro, fray Servando Teresa de Mier culpa a la denuncia que Iturriaga hizo en artículo de muerte al cura y juez eclesiástico de Querétaro, Rafael Gil de León. Lo mismo insinúan Carlos María Bustamante, sin nombrar a Iturriaga, así como José María Luis Mora, Luis Zárate y otros escritores. Vicente de P. Andrade califica el dicho de Mier como una calumnia, pues el denunciante fue el español Bueras. Cita como testimonio de gran autoridad el de Epigmenio González (Boletín Histórico Mexicano, noviembre y diciembre de 1901, México) como testigo presencial, quien “nos dice que Esquerro, religioso agustino, fue a México a denunciar la conspiración al Sr. Arzobispo Lizana antes de la llegada del Virrey Iturrigaray […]” y que “el P. Iturriaga no fue el denunciante ni ante el Cura Gil ni ante ninguna otra persona”.
“Para acabar con la calumnia propalada por el P. Mier”, dice Andrade, éste vivía en el extranjero desde 1795 y volvió a México hasta 1822; fue muy ligero en sus escritos pues ignoraba que en 1813, cuando escribió su Historia de la Revolución de Nueva España, Iturriaga ya no era canónigo sino felipense y su confesión, en artículo de muerte, debía recibirla el padre asignado para ello, “según las sapientísimas reglas del Instituto de San Felipe Neri y no el Cura de Santiago […] El P. Mier, para escribir su Historia de la Revolución, se inspiró en gran parte en el periódico que se publicaba en Londres por Blanco y White, llamado “El Español”, donde se trata efectivamente de la conspiración de Querétaro; mas no se menciona al P. Iturriaga, por lo cual se patentiza que el P. Mier le calumnió […]”
El cura Gil de León era amigo del licenciado Miguel Domínguez, por lo que de inmediato le informó sobre la denuncia; la noticia colocó al corregidor en la alternativa de proceder en contra de sus compañeros o ser detenido por el comandante de brigada. Eligió lo primero y le dijo a su esposa que se veía en la necesidad de poner en prisión a Epigmenio González. Lucas Alamán relata que el corregidor “recelando alguna imprudencia del carácter fogoso de la señora, al salir de su casa cerró el zaguán, se llevó consigo las llaves y fue en busca del escribano Domínguez”, a quien inquirió lo que trascendía sobre el partido español.
El corregidor arribó a las once de la noche a la casa del escribano y le dijo que un sacerdote de la mejor nota había denunciado la conspiración, que debía estallar aquella noche y estaban comprometidos más de cuatrocientos individuos, pidiéndole consejo sobre lo que debía hacer. Juan Fernando Domínguez, avisado ya por el capitán Arias sobre el estado de cosas y la parte que el corregidor tenía en ellas, fingió no creer nada para no darle a entender que lo sabía; pero como éste le propuso pedir auxilio al comandante de brigada para catear la casa de Epigmenio González, se vio precisado a aceptar.
Luego de una breve discusión, ambos fueron a la casa del comandante Ignacio García Rebollo, a quien participaron lo ocurrido. Alamán, apoyado en la declaración que hizo Miguel Domínguez en el proceso que el gobierno virreinal siguió a su esposa, dice que probablemente los españoles no informaron a García Rebollo de estos sucesos al sospechar que su hijo Juan José estuviera coludido. El comandante ordenó a cuarenta hombres tomar las armas y con veinte fue a la casa de Sámano; dio el resto al corregidor para ir a la de González. El corregidor afrontaba gran conflicto al tener que proceder, conforme a las obligaciones de su empleo, a la prisión de los conspiradores, sin haber podido darles aviso, corriendo el riesgo de que lo denunciaran.
Trató de salvar a sus compañeros empleando los medios a su alcance, por lo que al dirigirse a la casa de Epigmenio, intentó tocar inmediatamente a la puerta, con lo que éste habría tenido tiempo para evadirse; pero el astuto escribano lo impidió al hacer que antes la tropa subiera a las azoteas por una botica contigua. Hecho lo anterior, dijo al corregidor que ya podía llamar a la puerta; Epigmenio se asomó por una ventana y como se rehusó a abrir, se le amenazó con que se echaría abajo la puerta y se le hizo ver la tropa que estaba en la azotea. Entonces abrió por la tienda y el corregidor procedió a hacer una ligera visita; al concluir la diligencia quiso retirarse, por no encontrar nada al primer golpe de vista.
El escribano insistió en que el cateo se hiciera con más escrupulosidad, pues conocía bien la casa y estaba seguro de lo que en ella se ocultaba; notó que la puerta del comedor que daba entrada a la recámara estaba tapada con unos tercios de algodón, los hizo quitar y al entrar se encontró en ella a un hombre que estaba haciendo cartuchos y gran cantidad de palos para picas de lanzas. Llamó al corregidor para mostrarle lo que se encontraba en aquella pieza y cogió al hombre que hacia los cartuchos para examinarlo, lo que no pudo hacer porque el corregidor le dijo: “Vámonos, que ya está descubierto el cuerpo del delito”. Sin embargo, el escribano ordenó abrir otros cuartos de la casa, donde se hallaron más cartuchos y municiones, con lo que el corregidor se vio obligado a prender a Epigmenio González, a su hermano Emeterio y a todos los que estaban en la casa, que fue custodiada por la tropa.
El día 14, al cumplir un mes de preso el asesino Francisco Araujo llamó al escribano Domínguez para decirle que si lo ponían libre manifestaría una cosa interesante al gobierno. Domínguez lo participó al comandante García Rebollo y, de acuerdo con el alcalde Ochoa, oyeron la denuncia de Araujo, quien dijo saber del plan de Allende y que los González, sus cuñados, tenían acopio de armas y hacían partido en su ayuda. Epigmenio González expone cómo se dio esa noche el cateo en su casa y la detención de su hermano Emeterio junto con varias personas más:
A la media noche rodearon la casa de mi habitación con veinticinco hombres por compañía de Celaya, con varios gachupines. A los repetidos golpes en la puerta de la tienda y al descansar sobre las armas crecido número de fusiles, entendí que la cosa iba ya deveras. Abrí una ventana, y se acercaron Rebollo y don Miguel Domínguez, quien me intimó le abriése a la justicia. Abrí, metieron al sereno a que registrase, y habiendo hallado armas y cartuchos (los que ascendían a más de 2000), como Araujo había dicho, comenzaron a atarnos, a los dos hermanos González, a su criado Antonio García y a un muchacho aprendiz de carpintero que allí pernoctaba; la cocinera mujer de García, Rosalía Cervantes, dos niños huérfanos José Pablo y María Antonia Cervantes, y Ana Aboites anciana ciega que mi difunta esposa había recogido: total ocho personas. A mí, me llevaron al cuartel de la Alameda al calabozo de los sargentos, los siete restantes a la cárcel, y los tres hombres a las bartolinas. Aquella misma noche fue puesto Araujo en libertad, menos Rincón, que después fue puesto en la cárcel y procesado, porque no tuvo parte en la denuncia.
Los documentos en poder de los hermanos González
El día 15 continuó con el registro de la casa de los hermanos González por parte del alcalde Juan Ochoa, quien encontró varios planes y apuntes sobre el modo en que se ejecutaría la insurrección en Querétaro, unas listas de los sujetos europeos y criollos que debían ser aprehendidos, un dibujo de un águila americana en actitud de haber vencido al león de España, con leyendas alusivas. Así como un borrador de una carta que Epigmenio escribió al capitán Ignacio Allende, donde se comprometía a auxiliarlo en sus proyectos de insurrección; le manifestó que podía contar con dos mil cartuchos y gente que tenía a su disposición, y la contestación de Allende dándole las gracias por todo.
Ello confirma que en la ciudad de Querétaro si se ideó un plan político para llevarlo a la práctica una vez que la revolución triunfara. Queda la duda si en su elaboración original intervino el canónigo Manuel Iturriaga o no, pero el hecho es que dicho plan insurgente se concibió en Querétaro y que entre los documentos hallados en la casa de los hermanos González no se encontró un simple programa de acción sino todo un plan político (Jiménez Gómez, 2010: 5), así como un manifiesto o apuntes para proclamas y proposiciones en las que se fundamentó la conspiración de Querétaro, los cuales reproduce Gabriel Agraz (2007: 94-95) en su obra Epigmenio González Flores. Patriota y mártir insurgente. Entre los apuntes para proclamas, algunas señalan:
[…] Americanos: estad vigilantes, porque en breve caerá en nuestras manos el gachupín que nos oprime […]
[…] Viva la religión Católica y muera el gobierno español. Los americanos sean libres del tirano gachupín […]
[…] Buen ánimo americano y prevenid vuestras (armas) para que os defendáis de vuestros enemigos los gachupines […]
Finalmente, en el punto relativo a las proposiciones que contiene el plan, los líderes de la insurrección advierten el gran malestar y resentimiento que privaba entre los criollos hacia los europeos, en particular los españoles:
Los españoles despojaron a los indios de sus bienes muebles, tierras, coronas y libertad, con engaños, violencias y traiciones. Por consiguiente, los Reyes de España han poseído con fide mala los Reinos de la América. Todos los Europeos y particularmente los Españoles desde el descubrimiento de Indias, hasta esta fecha han procurado en lo posible aprovecharse de las producciones de estos Reinos, con detrimento físico de sus antiguos habitantes; pues aun se sirven de las personas de estos, haciéndolos sus esclavos.- Los Eclesiásticos de Europa que debían ser los primeros en dar una prueba real de la pobreza evangélica, son los que tienen también arbitrios para ser ricos, infectando con su pernicioso ejemplo a los Eclesiásticos americanos; de modo que aún entre estos se hayan más gravosos al público, por la necesidad que tienen de expender algunas cantidades en obsequio de aquellos, a fin de obtener los puestos más condecorados de la Iglesia.- El Gobierno político tiene por objeto principal, la extracción del dinero de los Americanos, a cuyo efecto dirigen sus más eficaces proyectos de aquí es que mientras aquel gire de cuenta de España, jamás veremos un expediente concluido con toda legalidad, pues no obran en cosa alguna con rectitud.- La natural inclinación que hemos tenido de socorrer a los infelices extranjeros y la mala fe con que estos nos han correspondido, nos han puesto en un estado bastante miserable, pues a más de estar desposeídos de las producciones de nuestras minas, lo estamos también de la agricultura, comercio e industria. La mayor parte de los españoles aparentan la Religión Católica Apostólica Romana y esto con más exterioridades mal practicadas.
Juan Ricardo Jiménez resume en estos puntos el contenido del plan insurgente de los conjurados:
a) Separación de España, para formar una nueva nación denominada Imperio de México, sacudiendo el yugo usurpador de los españoles.
b) Establecer una forma de gobierno monárquica, con cuatro príncipes electores.
c) Dotar a cada Provincia con una Audiencia compuesta de dos magistrados letrados y un secretario.
d) Repartir a los indios las haciendas de los españoles.
e) Prohibición del comercio extranjero, y del uso de todo bien que no sea de hechura nacional.
f) Establecimiento de una contribución nacional de un peso por cada individuo, pues se proscribe el infame tributo.
g) Se celebrará anualmente en cada ciudad con toda solemnidad la fiesta de la independencia, y a ella concurrirán todos los varones a jurar los derechos y libertad de la nación.
Refiere que Castillo Ledón atribuye a Hidalgo y Allende, aunque con la intervención de Iturriaga, la elaboración de un plan algo distinto al encontrado en la casa de Epigmenio González. Constaba de dos partes. Una, referente al modo de conseguir el propósito revolucionario. Otra, tocante a lo que debería hacerse después del triunfo del movimiento.
Para lo primero:
a) Crear más juntas secretas en las principales poblaciones integradas por criollos.
b) Fomentar la animadversión al gobierno español e inculcar el riesgo que corría la pureza de la religión si quedaba sometida la Nueva España a Bonaparte, y
c) Luego que se alzase el pendón de la independencia, deponer a las autoridades, apoderarse de los españoles y aplicar sus bienes a la revolución.
Para lo segundo:
a) Expulsar a todos los españoles del país, privándolo de sus caudales.
b) El gobierno se encargaría a una junta de representantes de las provincias en nombre de Fernando VII, y
c) Disolver las relaciones de sumisión y obediencia a España, manteniéndose sólo las de fraternidad y armonía.
Tras ser aprehendidos, los conjurados declararon ante el corregidor Miguel Domínguez; todos ocultaron la verdad y trataron de justificarse. En la segunda declaración que les tomó el comisionado Juan Collado, Epigmenio González confesó categóricamente ser el autor de los planes de la insurrección y que los había formado de acuerdo con Ignacio Allende. González estuvo preso de 1812 a 1815. Luego del proceso que le abrió Collado en 1810, el juez Agustín Lopetedi siguió la causa. Aún preso, González siguió conspirando pues hizo circular un papel subversivo titulado Aurora Queretana, que dictó a su compañero de prisión José María Piña, sastre de oficio.
Las autoridades se dieron cuenta de ello el 6 de abril de 1815 mediante una denuncia que recibió el alcalde Francisco Crespo, quien se trasladó a la prisión de Epigmenio junto con el coronel Fernando Romero Martínez y los escribanos Juan Domínguez y José Domingo Valle. En el cajón de la mesa de su celda encontraron la Aurora Queretana y una carta anónima titulada SS. Electores de la Jurisdicción de Querétaro. La primera fue condenada por el Santo Oficio de la Inquisición en su edicto del 8 de julio del mismo año como un libelo infamatorio, incendiario, cismático fautor de herejía, herético en algunas proposiciones y sumamente injurioso y ofensivo, por lo que fue proscrito, igual que la segunda.