Sobre el parabrisas de un Cadillac convertible y de gran parrilla de cromo reluciente, con asientos rojos de cuero y espléndida pintura azul cobalto un hombre desesperado puso el cuatro de febrero de 1946 un cartón con el siguiente mensaje:
“Cambio este coche por dos barreras para ver a ¨Manolete¨”.
Al día siguiente Luis Procuna; “El soldado”, Luis Castro y el Monstruo de Córdoba inauguraron la Plaza más grande y cómoda del mundo –decía la propaganda– donde el arte taurino alzó una catedral de emociones ahora mal vistas y ya olvidadas.
La Plaza México, descascarada, con malas instalaciones hidráulicas, con los pasillos convertido en chelerías siniestras, con la rústica condición de un tianguis de mala comida y peores bebidas, ahora es enorme escenario para corridos tumbados, partidos de tenis y en algunas ocasiones, memorables y grandes peleas de Box con leyendas de la estatura de “Mantequilla” Nápoles, el “Ratón” Macías o Julio César Chávez mientras a tropezones se acerca a su irremediable destino: la demolición o al menos la adaptación para convertirla en un Centro Comercial o como le ocurrió a la Monumental de Zacatecas, un hotel de lujo en cuyos chiqueros y túneles de toriles, hay bares de penumbra propiciatoria.
Junto a ella agoniza otro importante edificio: el estadio llamado alternativamente con los colores del equipo arrendatario en franco olvido de su nombre inicial: estadio de la Ciudad de los Deportes, construido como parte de un conjunto inmobiliario y de servicios jamás terminado, como suele suceder en este país.
Todo mundo sabe cómo las ladrilleras de San Carlos, anejas al bello barrio de Mixcoac (bello en aquellos años), fueron adquiridas por Neguib Simón, una especie de Slim de sus tiempos, cuya historia se remonta a la cercanía con Felipe Carrillo Puerto en Yucatán, y prosigue con el delirio de una ciudad con piscinas, boleras, arenas de box y cuanto imaginarse puede caber en una ciudad para el deporte, cuya realidad se logró años más tarde –del otro lado de la ciudad–, por órdenes de Adolfo Ruiz Cortines tras la expropiación de los terrenos ejidales de la Magdalena Mixhuca.
La fortuna de Neguib Simón, con todo y los departamentos Pal de avenida Chapultepec (en uno de los cuales fue asesinada Su Mu Kei, hermana de la empresaria teatral Margo Su); la fábrica de peines “Pirámide” y las hojas de afeitar “Ala”, así como los focos “Lux”, se acabó con la babilonia de la plaza y el estadio. La plaza fue inaugurada sin terminar y el estadio más o menos.
Pero los terrenos circundantes poco a poco se fueron ocupando. La Plaza no invadió; invadieron los vecinos. Se abrió el Parque Hundido (otra ladrillera) el cual se defiende sexenalmente de las tarascadas inmobiliarias y se amplió la colonia Nochebuena. Como en la ciudad no había tantos automóviles, los estacionamientos nunca fueron contemplados.
Todo al a’i se va.
Ahora es demasiado tarde. La Plaza pronto será un centro comercial (como La Condesa o Cuatro Caminos), y la falta de talento de la autoridad administrativa (decirle autoridad política es darle demasiado rango a la burocracia panista de Benito Juárez, especialmente al memo Luis Mendoza, clausura y abre ambos inmuebles sin ton ni son, sin motivos claros y sin remedios definitivos, porque no es creíble un simple acuerdo entre vecinos, franeleros y propietarios para resolver tan evidente desastre.
Decir, violación de las disposiciones de Protección Civil sin enumerarlas ni confirmar su corrección definitiva, es apenas una burla. Mendoza tiene una actitud mendosa.
Si se pudieron solucionar en menos de una semana no eran tan graves como para clausurar ambos edificios. Si todo se resolvió vetando el funcionamiento de la plaza y el Estadio al mismo tiempo, entonces la sanción debe recaer en su propia cabeza, porque la última apertura simultánea fue autorizada por él, quien en todo caso no conoce o no acata las disposiciones de Protección Civil, las cuales son –para decirlo rápido–, otra vacilada de burócratas figurosos.