El impacto emocional que sufrimos los queretanos al sentir tan, tan de cerca la enfermedad, la muerte y la impotencia vilmente humana ante ambas, nos hace repensar nuestro diario acontecer y entre los escombros de la rutina encontramos como prenda amada y perdida la vida y la salud, la salud y la vida. Por ello resulta congruente, entendible, aceptable, aplaudible, que la Diócesis de Querétaro haya comunicado que la edificación de la Catedral queda suspendida, como dicen los clásicos, hasta nuevo aviso. “Tener en cuenta la situación económica de todos, recordemos que esta obra es con recursos y apoyo de todos, en este momento debemos atender y dar prioridad a cada una de las familias”, dijo el Vicario General Martín Lara Becerril en días pasados al comunicarlo.
El anhelo de edificar una nueva Catedral inició cuando Don Mario de Gasperín, siendo Obispo de Querétaro compró un terreno de dos hectáreas en la costosísima zona conocida como Centro-Sur, cerca del Centro Cívico, del edificio de la Caja Libertad y de los edificios faraónicos, representados por un pobre rico que acribillaron hace poco en la fatídica Vallarta. La intención la convirtió en proyecto palpable Don Faustino Armendáriz, quien como sucesor de Don Mario de Gasperín, convocó a concurso el proyecto arquitectónico mismo que ganó, entre 19 concursantes, el despacho Arquitectura Cúbica a cargo de jóvenes y talentosos arquitectos. En diciembre de 2018 el mismo Vicario General Martín Lara Becerril dijo que no se contaba con subsidio para realizarlo y que se levantaría con la generosidad de los queretanos, que se proyectaba implementar una serie de campañas de recaudación de fondos en especie y en dinero y que el costo sería auspiciado por la propia Iglesia Católica a través de recaudación de fondos. Un año antes el Obispo Faustino Armendáriz preveía que la construcción sería en un “lapso relativamente corto…Esperemos que el tiempo sea sinónimo de la generosidad de nuestro pueblo queretano”
El proyecto, al que se le presentó como La Nueva Casa de Dios, contempla una nave principal para alojar a 3 mil 100 personas, el presbiterio para 200 sacerdotes concelebrantes, la capilla para la adoración perpetua del Santísimo Sacramento para 200 personas, la capilla penitencial para 150 y el bautisterio para otros 150; un atrio con altar para celebraciones al aire libre para cinco mil asistentes, criptas para sacerdotes, bienhechores, obispos y fieles, casa para religiosas y casa para el Obsipo, entre otras beldades, que la catástrofe causada por el virus hecho por tierra.
Parafraseando el slogan presidencial, no puede haber Iglesia rica en pueblo pobre. En la cruel actualidad que vivimos, mal se haría en ofrecer el cielo a quien aportara dinero en este tiempo en que los muertos hacen fila, hasta de días, buscando el reposo eterno; a los vivos que se están endeudando para comprar medicamentos para sus enfermos; a los miles y miles de desempleados expulsados por la economía semi paralizada; a los ricos cuyos edificios en construcción quedaron a medias, a los pobres que hoy son mas pobres que hace un año.
Hay prioridades y que bueno que la Iglesia Católica lo evidencie con acciones. Evangelizar es una de ellas, porque a diario constatamos que las frases mas hirientes, los peores deseos incluyendo el de la muerte para algunos personajes públicos enfermos, emanan de bocas de quienes en otros momentos se exhiben como católicos, como buenos cristianos, simplemente porque en el “face” o en el “wats” mandan bendiciones, cadenas de oración y frases que adjudican al Papa. Llevar esperanza a los pueblos, comunidades, colonias más alejadas es otra, porque mediante el mensaje se educa para evitar la ignorancia, la violencia, la delincuencia.
Repensar los objetivos de la Iglesia Católica es una buena noticia en medio de la inclemente tempestad. Lo veremos AL TIEMPO.