La verdadera desgracia para un hombre a merced de los tribunales y los procesos penales no ocurre cuando lo detiene la policía para consignarlo, ni siquiera cuando lo encierran y lo fichan y lo uniforman con el overol de los internos; ni siquiera cuando comienza el calvario del juicio, cuando los abogados lo exprimen y los custodios y los demás presos lo intimidad, lo acosan y –si bien le va– lo extorsionan a cambio de no violarlo, golpearlo o asesinarlo. No.
El infierno interminable comienza cuando llega al presidio, a la cárcel de máxima, mínima o intermedia seguridad y escucha el golpe de los metales cuando se cierra el enrejado. Cuando percibe el inclemente sonido de la reja.
Ese ruido infinito, ese choque de fierro contra fierro, ese aplauso metálico de sorna silenciosa, cuyo eco cruel en los largos y grises pasillos presagia lo inevitable, es conocido en el lenguaje carcelario como “el carcelazo”.
Y ese carcelazo insobornable marca el compás de la destrucción de un hombre, pues eso es la prisión. Un lugar donde los hombres pierden la parte mayor de su humanidad: ser libres. De ahí en adelante nada vale.
Y esas condiciones le esperan en la cárcel a Genaro García Luna. Al altivo Genaro García Luna. Una cadena perpetua, porque si su esperanza es salir de la prisión pasados los 85 años (si los llegara a transcurrir; no a vivir), entonces ya habrá pasado allí algo semejante a la vida. Le quedarán los últimos retazos de algo infinitamente inferior a una vida humana.
Pero no sólo GGL ha sido exhibido, juzgado, sentenciado y condenado.
También Felipe Calderón Hinojosa, quien –estemos o no de acuerdo con la 4T cuya propaganda lo ha señalado una y mil veces, y lo seguirá haciendo, o no–, designó a la cabeza de la seguridad pública de este país a un narcotraficante, un hombre cuya vida tenía dos caras, como dijo el juez Cogan:
“–Usted tuvo una doble vida. Usted se vestirá muy elegante. Usted podrá decir que respeta la ley. Y seguro lo cree. Pero su conducta es la misma que la del Chapo (Guzmán)”
Por ese doblez, por esa doble vida en dos ámbitos excluyentes uno del otro (en teoría), deberá pagar dos millones de dólares, cantidad posiblemente extraída de los múltiples sobornos recibidos durante los años de ocultamiento, respaldo, disimulo y demás a las actividades del cártel de Sinaloa.
Pero además la condena de encierro.
Por otra parte, la condena no judicial de Calderón también es inmensa: de unos años para acá ya la había comenzado a pagar; porque nadie en su sano juicio puede admitir sus argumentos. Su mejor defensa sería el silencio o el exilio – Timbuktú sería buen lugar— pues sus palabras lo exhiben en la conducta de toda su vida: la truculencia.
“–Nunca tuve evidencia verificable que lo involucrara con actividades ilícitas –dice el expresidente–, ni tampoco recibí información en ese sentido de agencias de inteligencia, mexicanas o extranjeras, que entonces confiaban en él e interactuaban con él. No he tenido acceso a las evidencias ni a los testimonios que se presentaron en el juicio, pero soy hombre de leyes y respeto la acción de los tribunales”.
Todo este papasal exculpatorio, es una mediocre exhibición de incompetencia, pues si en este país un presidente no conoce su entorno más cercano, si ignora la verdad hasta en su gabinete y además lo presenta como prueba de inocencia o complicidad, difícilmente pudo entonces comprender la realidad del país. Pero dejando eso de lado, ¿qué significa para él, evidencia verificable?
Si eso es una confesión de haber tenido otras evidencias no verificables o no verificadas, ¿por qué no mandó investigar hasta los chismes y rumores? Para eso tuvo al CISEN, para eso disponía de la Inteligencia Militar y Naval, para eso es el poder, no sólo para de desviar la mirada o desdeñar las posibilidades, como si tampoco conociera los antecedentes de Gutiérrez Rebollo o Arturo Durazo u otros militares y policías implicados y complicados con los delincuentes.
Genaro García Luna ha sido juzgado por un tribunal. Y le han dado condena (casi) perpetua de hierro y calabozo. Felipe Calderón –arrastrado por un hombre de su confianza–, ha sido juzgado por un país y le han dado otra forma de la perpetuidad punitiva: la descalificación nacional, la disyuntiva de dañina respuesta.
–“Si lo sabía es cómplice. Si no lo sabía es imbécil”. Esa es su perdurable e invisible cadena.
Frente a esto, a la responsabilidad de un superior frente a la conducta de un subordinado, la historia reciente nos muestra un ejemplo de verticalidad y hombría, valores poco frecuentes en este país nuestro.
Es el caso de Willy Brandt, alcalde Berlín durante la Guerra Fría, célebre no sólo por haberse arrodillado en el monumento a las víctimas del Gueto de Varsovia; haber propiciado la reunificación alemana y haber ganado el Nobel de la Paz, sino por su reacción cuando su consejero de tantos años, Günter Guillaume, fue capturado (1974) como agente de la “Stasi”, la policía política de la Alemania comunista.
Avergonzado por no haberlo impedido antes (Guillaume trabajó como espía varias décadas), Willy Brandt colgó del armario los premios, la fama, la posición política, el futuro y toda una vida política. Dimitió.
Perdió todo, menos el respeto del mundo.
En el caso de Felipe Calderón, hay una notoria salvedad: él no se lleva ningún respeto. Tampoco fue Brandt.
INAI
Los consejeros del INAI acudieron el jueves a una invitación de la secretaría de Gobernación para ser escuchados en torno de la futura extinción del instituto. Escuchar, en el diccionario de la 4T no significa atender. A veces ni siquiera entender, sólo simular.
–¿Va usted a ir?, le pregunté a uno de ellos.
–Sí, claro.
–Nada más les van a dar atole con el dedo, le dije. Y en un descuido, sin dedo y sin atole.
–No lo se. Y yo voy a hacer lo que me toca: defender a la institución y demostrar su utilidad.
Lo siguiente ya no se lo dije:
–La defensa será heroica, pero infructuosa.