Una de las características fundamentales de la burocracia es su ingenio.
Para no ver amenazada su existencia inventa cosas. Casi siempre inútiles, cuando no estúpidas.
No se si lo hayan quitado de ese lugar, pero en el Senado (de la República, agregan siempre los burócratas del estilo, como cuando hablan de Estado Mexicano, como si hubiera otro), había hasta hace poco un espacio destinado a una de las muchas comisiones legislativas de ese magno órgano colegiado: era una comisión para reflexionar (sic) sobre el texto de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos.
–Senador, ¿qué hace usted en postura de flor de loto?
–Reflexiono sobre el texto constitucional. Ommm Ommm
La reflexión convertida en asunto legislativo.
Pero hay momentos sublimes en la burocracia. Uno de ellos, por ejemplo, se lo dbemos a nuestra respetada señora jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum quien además de repetir cotidianamente todos los mantras del lopezobradorismo, hace significativas aportaciones al absurdo nacional, como por ejemplo su rápida, telúrica respuesta a las fallas de las alertas sismológicas, las cuales –como todos sabemos—sirven para untarle al Camembert.
Después del enésimo ridículo de sus fallas, la señora decidió correr a dos empleados irresponsables o al menos ineficientes. Y de pasadita anunciar cómo se van a gastar ciento cincuenta millones de pesos, más o menos, en cambiar equipos dependientes del C-5.
Lo incomprensible es esto: si las fallas fueron errores humanos, ¿por qué cambiar además los aparatos, si ya habían cambiado o corrido a los humanos?
Eso equivale a sintonizar una estación de radio en rumano y subir el volumen porque no se entiende al locutor, o como el gerente de una aerolínea quien después de un accidente de aviación, atribuible al piloto, lo corre y cambia el avión.
Pero quien en estos días se lleva la palma de oro, como en Cannes, es el senador Ricardo Monreal quien ahora inventa la prohibición de fumar en el automóvil (cuando su jefe político prohíbe prohibir, o eso dice).
–¿Cuántas otras cosas posibles dentro de un auto (especialmente en el asiento trasero) querrá prohibir el poético zacatecano? Y le digo poético porque ha exaltado al grado legislativo (o al menos lo ha intentado) una línea del gran Renato Leduc: la dicha inicua de perder el tiempo.
La gran divergencia de criterio estriba, entre otras cosas en esto: si el Senado va a aprobar plenamente el uso lúdico de la mariguana (“que fumar”, como decían de “La Cucaracha”) porqué se preocupan por espacios libres de humo de tabaco. ¿A poco la “mota” no ahúma y perfuma con el olor de los “hornazos”?
La restricción a algunas actividades humanas dentro del automóvil es infinita. Ya entrados en gastos se deberían prohibir a las damas enchinarse las pestañas durante el mínimo lapso de parpadeo del semáforo; peinarse, estirarse las medias o de plano cambiarse la falda o el suéter.
Vedado queda orinarse en una botella vacía al amparo de una calle oscura. Igualmente realizar manifestaciones de afecto en la calle penumbrosa o a plena luz. Ya no se diga actividades propias de Bull Clinton y Mónica Lewinsky.
También se debería prohibir hurgarse la nariz con el índice o el meñique, excepto si son dedos ajenos. Prohibido para el copiloto jugar al Candy Crush, ver películas o escuchar música de Cri-Cri.
¿De veras no hay nada mejor en el inmenso trabajo legislativo? ¿Es tan importante fomentar “la dicha inicua de perder el tiempo?
Y si alguna duda tiene de esta infinita inventiva, nada más le dejo dos aportaciones más: todas las películas exhibidas en México deberán contar en el futuro, con subtítulos, no importa si están habladas en español.
–¿Para qué?
–Pues para hacer felices a los sordos o a los deficientes auditivos. El siguiente paso será películas en Braille para los ciegos.
Y la cereza en pastel: las transacciones bancarias por línea, serán monitoreadas para geo-localizar al usuario del servicio.
–¿Para qué?
–Por razones de seguridad, dicen los burócratas bancarios en gozoso matrimonio con los burócratas del gobierno.
Solamente para apretar el yugo de los ciudadanos, para aumentar
los mecanismos de control, el totalitarismo fiscal y bancario en el mayor de sus esplendores.
Y mientras todo eso sucede, a nadie se le ocurre forzar el uso del cubre bocas en plena estación vacacional con la amenaza de la Tercera Ola en el mundo.