Ariel González
Se equivocan quienes piensan que podría haber sido de otra manera: el irreprimible impulso autoritario de López Obrador, ya claramente evidenciado, no pudo evitar convertir la fiesta del 15 de septiembre, la tradicional Ceremonia del Grito desde Palacio Nacional, en su lacrimógena despedida y, más aún, en un vulgar acto partidista, propagandístico hasta la exacerbación, del que la gran mayoría de los mexicanos (los que no votaron por nadie y los que votaron contra la 4T) debieron sentirse ajenos.
Así culmina su gobierno quien, con toda sinceridad, desde un principio mandó al diablo a las instituciones y emprendió su demolición. Sobre las ruinas de estas, el domingo por la mañana, en compañía de la Presidenta electa, Claudia Sheinbaum, firmó el decreto por el que entra en vigor la Reforma Judicial aprobada por sus lacayos, que reciben indignamente el nombre de “legisladores”.
Sólo una voz le estropeó la noche del Grito al Jefe Máximo: la del expresidente Ernesto Zedillo, quien tras más de 25 años de guardar silencio frente a los acontecimientos políticos del país, decidió comentar ante un foro internacional de abogados que las reformas constitucionales recién aprobadas “destruirán el poder judicial y, con ello, enterrarán la democracia mexicana y lo que quede de su frágil Estado de derecho”.
Puede ser que Ernesto Zedillo no sea el mejor presidente de nuestra historia, pero para quienes no lo recuerden o no lo sepan, las leyes y reformas aprobadas durante su sexenio terminaron de instalar a México en la modernidad democrática y fueron las mismas que hicieron posible que la oposición accediera, por ejemplo, al gobierno capitalino. Ahí tenemos que recordar a Cuauhtémoc Cárdenas como primer jefe de gobierno capitalino electo democráticamente, pero también su silencio cómplice frente a la Reforma del Poder Judicial recién aprobada y el retorno de todo aquello que decía combatir en los años ochenta y noventa: el partido único, la nula división de poderes y elecciones a modo (como la reciente elección de Estado que encima devino mayoría calificada para Morena a partir de un fraudulento procedimiento de sobrerrepresentación).
El sucesor de Cárdenas en el liderazgo de esa supuesta izquierda que nunca aprendió a ser democrática fue Andrés Manuel López Obrador. Es él quien más agradecido debería estar con la administración de Zedillo, puesto que pudo presentarse como candidato a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México sin poder comprobar los años de residencia que la ley establecía. Y ahora que, habiéndose servido de la escalera para legar a la Presidencia (una figura usada correctamente por el último presidente del INE con convicciones democráticas, Lorenzo Córdoba), la serrucha para que nadie más la use, inaugurando así en los hechos una autocracia.
No han faltado los morenistas que fingiendo amnesia se preguntan con qué autoridad Zedillo habla en contra de la reforma judicial. Pues es muy simple: con la autoridad de quien les garantizó en su momento ser minoría, de quien veló por organismos, leyes y reglas justas para que el voto fuera respetado, y con la autoridad de quien tuvo la voluntad democrática para dar paso a la alternancia en el poder luego de décadas de dominio priista.
Ahora bien, ¿pueden decir López Obrador y Claudia Sheinbaum, que los organismos intervenidos por su partido (como el INE), su lectura tramposa de la Constitución (para ganar la sobrerrepresentación), así como las reformas que han ordenado aprobar, garantizan el respeto al voto, la justicia y los derechos ciudadanos? Desde luego que lo dicen, porque su oficio de demagogos está muy consolidado, pero es evidente que han torcido todas las instituciones y la legalidad constitucional para reinstaurar un régimen de partido único y una presidencia autocrática. Esa es la autoridad desde la que hablan: la que ellos mismos se han concedido manipulando y distorsionando el voto que, efectivamente, les concedió la mayoría del electorado.
Así como se cobijaron en las instituciones y organismos que luego, ya en el poder, destruirían, así volvieron a abusar del voto que la mayoría de los electores les dio manipulándolo al punto de convertirlo en “mandato popular” para concretar una reforma que busca, como bien dijo el expresidente Zedillo, “simplemente arrasar con el Poder Judicial como entidad independiente y profesional, y transformarlo en un servidor de quienes detentan y concentran el poder político”.
Morena puede seguir culpando a los gobiernos anteriores de todos los males del país, incluido el de Zedillo, desde luego. Pero dado que muchos de sus principales dirigentes y representantes locales y nacionales provienen del PRI y del PAN, sus acusaciones siempre suenan demasiado falsas. El verdadero PRIAN, con lo peor de cada uno de esos partidos, está en Morena aunque nieguen por supuesto sus responsabilidades como exfuncionarios, legisladores y gobernantes “neoliberales”, cuando lo fueron. Hoy se agrupan en eso que Zedillo define como “los nuevos anti patrias”. Y los hechos de este sexenio le dan la razón al expresidente: “Ahora ya sabemos por qué se postulan como la cuarta transformación. En realidad no hablan de la Independencia, la Reforma y la Revolución. Se refieren a las felonías que transformaron esos episodios extraordinarios y promisorios de nuestra historia en tragedia para la nación. Eso es justo lo que busca la cuarta transformación: transformar nuestra democracia en tiranía”.
El golpe ya está dado, pero las palabras de Ernesto Zedillo estoy seguro que encontrarán eco en la lucha que sigue para retomar el camino de la democracia, los derechos y las libertades que hoy Morena está cancelando.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez