Diciembre 14 de 1846 ciudad capital de San Luis Rey
Los vastos campos del camino de las minas del Real del Potosí han pasado del frondoso frescor de los olivos incandescentes a dorados destellos otoñales donde los caballos resienten por su belfo, respiran vapor del helado amanecer, nerviosos tratan de aminorar el castigo, el ritmo del bufido es la señal del síntoma ante el largo camino después de la batalla, si aún se lograran salvar seguro quedarán en cojas ancas si no, es mejor el sacrificio
Los veterinarios del ejército del generalísimo Antonio López de Santa Anna observan los comportamientos de los bridones que, más que simples montas, son la parte inferior de cada uno de los centauros de la caballería, azabaches, pardos, marrones, albos, lusitanos, mancos, ruanos y píos se cuentan por miles, todos ellos conforman la fuerza de la poderosa armada que se reúne para construir lo que será más adelante el Ejército del Norte; estas montas vienen desde Saltillo en donde entraron en batalla bajo el mando del General Ampudia y Grimarest quien siendo gobernador de Nuevo León se enroló para defender la invasión norteamericana, una vez ingresaron los americanos a la ciudad de Monterrey civiles y batallones se enfrentaron para defender la plaza, las batallas de los fortines de la ciudadela, Tenería y Rincón del Diablo demostraron la valentía de los habitantes de la ciudad, pero las fuerzas implacables y bien adestradas de los enemigos del norte mostraron una superioridad, así que durante gran parte de septiembre lograron tomar la ciudad y se capituló la plaza.
La ciudad quedó en manos del mando del general virginiano oriundo de Barboursville Zachary Taylor, apodado el viejo rudo y presto, aunque el ejército mexicano le apoda “el apestoso” quien comanda la primera oleada de la invasión hacia lograr ingresar hasta la ciudad de México, labor titánica. Lleva ya desde septiembre bajo la orden de no moverse de ahí hasta lograr que la segunda oleada del ejército logre alcanzarlos, mientras sus hombres recuperan las fuerzas y determinan las nuevas estrategias. Mientras tanto los generales del ejército de Santa Anna están enviando a comandas y avanzadas a informar que la reconstrucción se llevará a cabo en los llanos del camino del Potosí, en donde ya pernocta el general con cinco mil hombres en espera de los dos mil más que se acercan desde Guadalajara con Guardia Nacional y los soldados permanentes.
El general Gabriel Valencia, quien aún se hace considerar presidente de la República, sube a San Luis Rey con dos mil hombres más para comenzar los ejercicios y entrenamiento de lo que será el ejército de mayor numero jamás visto: diecinueve mil hombres de los cuales cinco mil seiscientos son a caballo, trece mil seiscientos de infantería, quinientos dieciocho de artillería y cuarenta de armería, enemigo natural del general Santa Anna sabe que la única manera de sentirse seguro como “presidente” será con el generalísimo.
Un joven capitán llama la atención del general Santa Anna, el queretano José Tomás De La Luz Mejía Camacho, oriundo de Pinal de Amoles, una serrana población perteneciente a Villa de Jalpan, mismo que fue enviado con un batallón a la guerra contra los Apaches en Chihuahua, estando allá implacable reunió a sus hombres y les dijo:
“No hay diferencias entre la piel de cada uno de ellos y nosotros – él es un indio de la sierra- pero el mancillar nuestra patria y no obedecer a nuestra república son suficientes albores para considerarles enemigos”
Con destreza poco vista diezmó a los Apaches y destrozó cualquier intento de levantamiento ahuyentándolos hacia el norte de donde jamás regresaron; sus soldados le admiran por la destreza en el bridón de dónde saca fuerzas para apuntalar sanguinariamente a los enemigos en ritos de sangre y tierra. Su espada traspasa los cuerpos enemigos, su valentía la envidian sus iguales y el liderazgo da seguridad a quien le acompaña ¡Dones propios de un salvador! Es el mesías de indios rasgos ¡Así lo admiran quienes le conocen! Pobre de dineros, desprendido, de joven domaba los caballos de su lugar de origen con tal destreza que los milicianos que lo observaron por primera vez quedaron prendados de sus habilidades de mando con los bridones, les hablaba, castigaba y arrendaba para que hicieran el deseo del amo, a rienda, desde el más sencillo arreo de control “Hasta hacerles bailar”
-Imagina lo que puede hacer con los caballos del ejército- mencionaba uno de los milicianos.
Le convencieron, lo mandaron a pelear con los Apaches con tal tino que regresó como capitán de sus batallones, en pronto llegó la avanzada para informarle que se reunirían en el llano del Potosí partió presto al encuentro poniéndose a las órdenes de su general Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón.
Tienda de Mando, Llano del Potosí, 16 de diciembre de 1846.
El general Santa Anna es una persona con una empatía como pocos, reconocido por sus generales como una máxima autoridad ¡Con sus cincuenta y dos años! Ya no es el joven mozalbete de los dragones de la reina, por cierto, único de grado en ese ejército; comandante de San Juan de Ulúa del ejército Trigarante; siendo presidente Vicente Guerrero Santa Anna enfrenta al Esquilache nuevo conquistador Barrada lo confrontó en una batalla tan sangrienta donde a España no le quedaron ganas de volver a acercarse a México; presidente de México en 1833; sus batallas contra el general francés Charles Baudín quien con mil hombres trató de aprenderle y resultó una defensa férrea de San Juna de Ulúa, donde perdió su pierna de un cañonazo, en el absurdo caso de los pasteleros de Tacubaya. De ahí su apodo entre militares “Pirata Santa Anna” – sobrenombre que no le agrada, por cierto-.
Nuevamente presidente de México en por tres ocasiones más quedan claras las intenciones del presidente interino – dejado por el mismo general- Valentín Gómez Farías de colocarle al mando de este ejército nunca antes visto, en lo numeroso y preparado – pero con armería del tiempo de las guerras de independencia- ¡La apuesta está cantada! Sus generales Ignacio Mora Villamil, José Manuel Micheltorena y el recién nombrado José Tomás Mejía entre más de una docena en donde destacan también Manuel María Lombardini – que después será presidente de la república- le hacen la reverencia ante tal insigne militar que honra a las fuerzas armadas con su presencia.
Atentos escuchan.
-Señores, amigos, generales míos, agradezco la oportunidad de lograr que vayamos tomando en cuenta los ejercicios para lograr una estrategia que permita de una vez y por todas ¡Terminar con la invasión norteamericana! Ejército que nos tiene por vencidos sin siquiera haber tenido batalla más, desde Corpus Christie y Monterrey el General Taylor baja por Saltillo y el General Winfield Scott rearma un segundo ejército de refuerzos para bajar hacia la ciudad de México.
– ¡No estamos vencidos señor! – responden a coro los generales.
-Por ello la importancia de que todo lo que sabéis sea el momento de enseñarle a los jóvenes soldados y diestros capitanes, lo que enfrentamos en la siguiente batalla está ya diseñado que logremos vencer, pero ellos están mejor adiestrados por sus escuelas de guerra ¡A nosotros nos asiste nuestra Virgen de Guadalupe! Y el valor de todos y cada uno de nuestros hijos de la patria.
– ¡No nos vencerán! – de nuevo el coro de generales. En la reunión observaron los mapas y los lugares por donde deberán de pasar casi ¡Veinte mil hombres del Ejército del Norte! Contra los seis mil seiscientos de Taylor.
Una maqueta perfectamente construida les da los escabrosos pasos y los caminos angostos – de ahí el nombre- el ejército que llegue primero será el triunfador para logra hacer una emboscada multitudinaria, como aquella epopeya cuando los espartanos de Leónidas en las Termópilas contienen a los Persas comandados por Jerjes. El numeroso ejército llega poco a poco al llano frío del Potosí, los generales hacen la administración de los ranchos y salarios de los soldados ¡Nadie se queda sin paga! Hacerlo se cobra caro al mediano tiempo ¡Un ejército con hambre no obedece!
La noche avisa de lo helado del tiempo, los generales Ignacio Mora y Tomás Mejía han sido asignados para encontrar a los Capellanes para los ejercicios religiosos.
-Señor general Mejía dígame señor si a usted le viene bien un poco del ron que aviva el espíritu- mientras en la alforja le sirve un poco con un té de canelas y aromáticas raíces acompañado del “piquete de ron”
-Me viene bien mi señor general.
Los generales en gallardo uniforme entablan una comunicación de respeto mutuo, no solo por las historias que les anteceden, sino por las jerarquías delante del comandante supremo del Ejército del Norte, quien ha considerado al general Mejía como el encargado de medio cuerpo de batallones.
-Señor general Mejía me intriga una duda desde que lo conozco, trato de que sea aceptada por su amable persona, que de respeto y gracia me es simplemente el fervor de su saludo, en ello mi atrevimiento.
-Dígame usted señor lo que desee preguntar, no encuentro en mí negación alguna.
-Sus soldados le respetan, pero también resulta intrigante para mi persona el saber cómo su señoría es tan hábil en la doma de sus montas ¡Como si fueran uno solo! Me han contado que logra inclusive ensartar el corazón del contrincante ¡Evitando con ello el sufrimiento del enemigo! Me dicen que se transforma en un demonio que enloquece con el sabor de la sangre…
-Eso último me resulta inquietante, pero prosiga- mientras el joven general sorbe un poco del elixir ardiente.
-A quienes tiene a su cargo mencionan que entra en un éxtasis cuando pelea, pareciera que es otra persona ¿Por bondad de Dios cómo es posible?
– ¿Cree señor general en Dios? Le cuestiono, pero no una concepción justiciera del todopoderoso ¡Que tanto hoy en día vivimos! Sino en un hecho de bondad ¿Cabe en su tiempo me escuche una historia señor? Quizá tarde un poco.
– ¡Será un honor mi general!
El general Tomás Mejía se sentó cómodamente cerca de la fogata, acercó un caballestre y sacó uno de sus tabacos finos, ofreció a su compañía, como si fuera a dar una clase ante un grupo de mozalbetes perdió la mirada hacia la montaña.
-Sabe su señoría nací dentro de un territorio inhóspito, frío, con arrebatos de helada cada que hay oportunidad ¡No importa la fecha! Esto nos hace un cuero duro de roer y las inclemencias se combinan con los frutos de los pinos, nueces y venadillos nos hacen la contienda para el juego, nos enseñan a cazar desde muy pequeños y los caballos se crían en docenas ¡Es un paisaje que no puedo borrar de mi mente! Cuando niños nos encantaba correr por el bosque, frondosos pinos y maleza hacen del deleite de quien se canse hasta llegar a punta de la montaña, escarpados paisajes y desfiladeros azules nos permiten tocar las nubes ¡Pareciera tocamos a Dios! Por las noches las estrellas iluminan el rostro de quienes las observan, destellantes paisajes de infinitos lunares color de plata se reflejan en los ojos de quienes nos acompañan, al estar tan lejos de casa se nos enseñó a construir refugios ante el frío que abraza, pero a su vez castiga, somos sobrevivientes de las heladas noches de mi Pinal que añoro.
En esas ocasiones llegando ya las heladas de diciembre las visitas a la montaña se nos limitaban ¡Puede uno dormirse y jamás despertar! Es ahí mi amigo mío en donde deseo remarcar mi historia. Una noche de diciembre, cercano apenas el mes, mis hermanos y yo nos hicimos a la tarea de contar con la leña antes de que se hiciera de noche, de lo contario el frío y las ganas de ya no salir por el cálido hogar nos apremiaban, partimos aún con sol a recoger leña cerca de los acantilados, prestos nos dirigimos cuando observamos una pequeña borrega perdida, a simple vista era solo uno de los tantos animales que nos encontramos, pero nos llamaba la atención el verle tan sana, rolliza y contenta en brincos ¡Comenzó a seguirnos! Siendo niños consideramos era una buena compañía que nos permitía en vez de tirar simples piedras al acantilado ¡Jugar con ella! Y así fue.
Hizo un sorbo a su ron, jaló una bocanada fuerte del tabaco y la mantuvo en su ser, dejándola salir poco a poco, como domando los sabores, continuó.
-Una vez regresamos de la leña la juguetona borrega nos acompañó hasta nuestra pequeña casa ¡Cuál sería el tamaño de regaño de nuestro padre que creyó nos la habíamos robado! Todo fue un caos, mi madre en defensa hizo todo lo posible por que el regaño no fuera intenso ¡Pero de nada nos valió! Con el frío intenso nuestro padre hizo la regresáramos a donde la habíamos encontrado, a fin que el verdadero dueño dejara de preocuparse y le diéramos una disculpa por nuestra osadía de haber tomado al animal.
¡No encontramos a nadie! Ni una casa cercana, algún corral, una sola persona al alcance de nuestra vista ¡Imposible! El enfado de mi padre se redujo a un simple alzar sus hombros y regresar con la juguetona cría, quien no dejaba de saltar y seguirnos.
Continuará…