Durante siglos Juan de Patmos nos horrorizó con su aterradora profecía. Su apocalipsis, su revelación sobre los tiempos imprecisos del futuro (el suyo es el único libro profético del Nuevo Testamento), nos hizo pensar en lo remoto de la fatalidad, una desgracia colectiva de cuyos efectos estaríamos a salvo, porque nunca veríamos a los cuatro potros galopar sobre nuestra tierra y derrumbar nuestras casas.
Pero hoy los jinetes han llegado.
El hambre crónica de un campo yermo y seco se agrava con la peor sequía de los últimos años y frente a ella nada se hace.
El gobierno, tan ducho para disminuir las verdades y jugar con la realidad, abre el paraguas como si estuviera en medio de un chubasco, mientras las presas del país se secan, los lagos desaparecen como en Michoacán o Jalisco, el ganado se muere de sed en medio de polvorones de tierra marchita y agrietada en cicatrices de sequedad, y los riachuelos se agotan gota a gota.
Pero nada de eso sirve siquiera para suavizar el discurso de la fantasía voluntarista y sin reparar en ello se anuncia una nueva era en la generación de energía con limpísimas turbinas hidráulicas (apenas en fase de adquisición), para plantas hidroeléctricas, tan modernas y eficientes como para milagrosamente generar luz sin agua.
Y si el hambre es carencia de alimento, no puede haber día sin agua. La sed es el hambre más extrema. Y así, en las secas, con los volúmenes de reserva tan mermados, la ilusoria y lejana “soberanía alimentaria” se ve cada vez más comprometida.
Y poco se necesita decir sobre la Guerra. Fue necesaria la intervención del Vaticano en Michoacán para escuchar la verdad más incómoda de todas y aceptarla sin chistar: la delincuencia –tan ocurre en Aguililla, dijo el nuncio –, manda cuando desaparece el Estado. Como en Sonora, como en Guerrero y tantos otros lugares del país.
Nuestra guerra nos mete en la clasificación de las ciudades más violentas del mundo: la mayoría de ellas aquí.
Pero si fuera necesario hablar de la peste, nada más podríamos ver cómo juega a lomos de su pony el merolico de la epidemia en un país cuya diplomacia le sirve para pedirle al gobierno de Estados Unidos, una vacunita por el amor de Dios.
Y no; ya se anuncia el aplazamiento de la segunda dosis de los viejos programados para mayo, a ver si en junio llegan las ampolletas de Aztra Zeneca. Sólo falta saber si el virus atiende el llamado a la paciencia al cual nos convoca con soporífera canción la señora Sheinbaum.
Con estos elementos y 300 y más miles de muertos, todos somos Juan de Patmos.
“…Luego vi cuando el Cordero rompía el primero de los siete sellos, y oí que uno de aquellos cuatro seres vivientes decía con voz que parecía un trueno:
«¡Ven!» Miré, y vi un caballo blanco, y el que lo montaba llevaba un arco en la mano. Se le dio una corona, y salió triunfante y para triunfar.
“Cuando el Cordero rompió el segundo sello, oí que el segundo de los seres vivientes decía:
«¡Ven!» Y salió otro caballo. Era de color rojo, y el que lo montaba recibió poder para quitar la paz del mundo y para hacer que los hombres se mataran unos a otros; y se le dio una gran espada.
“Cuando el Cordero rompió el tercer sello, oí que el tercero de los seres vivientes decía:
«¡Ven!» Miré, y vi un caballo negro, y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. Y en medio de los cuatro seres vivientes oí una voz que decía:
«Solamente un kilo de trigo por el salario de un día, y tres kilos de cebada por el salario de un día; pero no eches a perder el aceite ni el vino.»
“Cuando el Cordero rompió el cuarto sello, oí que el cuarto de los seres vivientes decía:
«¡Ven!» Miré, y vi un caballo amarillento, y el que lo montaba se llamaba Muerte. Tras él venía el que representaba al reino de la muerte, y se les dio poder sobre la cuarta parte del mundo, para matar con guerras, con hambres, con enfermedades y con las fieras de la tierra”.
ERRATA
En la columna de ayer se le atribuyó a Enrique Rivas Cuéllar una licencia a la alcaldía de Reynosa. Y no; es presidente municipal de Nuevo Laredo. Una disculpa a él y a los demás.