Hay momentos en que la política deja de ser cálculo y se convierte en constelación. Los astros, como los pueblos, marcan su propio ritmo. Y parece que en Querétaro, mientras el país entero atraviesa su larga noche de polarización y resentimientos, el cielo comienza a abrirse para Mauricio Kuri.
Luisa Alcalde, presidenta nacional de Morena, presentó —por segunda vez en el año— una encuesta que reconoce lo que aquí todos saben: el morenismo no prende. Ni con discurso ni con promesas. Su propia dirigencia admite que Acción Nacional mantendría el control de Querétaro y Aguascalientes en 2027.
Lo demás, ese mapa color vino que presumen como arrase nacional, es solo una ilusión óptica: el espejismo de la propaganda cuando se acaba la gestión.
No es un dato menor.
Querétaro es hoy una anomalía política: un estado donde la gobernabilidad no depende del ruido, sino del orden. Donde la ciudadanía confía en su policía, donde las cifras de seguridad se sostienen y donde las auditorías no encuentran desvíos. Un territorio que sigue creyendo en la eficacia y no en la épica, en el trabajo y no en la fe partidista.
Mauricio Kuri, fiel a su estilo, no grita ni se desvive por el reflector. Habla poco, actúa más. Empresario antes que político, aprendió que el poder no se grita, se administra. Y cuando Carlos Loret le preguntó si se descartaba para la Presidencia, respondió con serenidad: “Nunca me he puesto un techo.” No fue una frase casual. En política, quienes saben esperar no necesitan anunciarse: bastan los hechos para abrir camino.
Mientras tanto, Morena juega a fabricar enemigos.
El diputado Gilberto Herrera, eterno radical del obradorismo queretano, busca incendiar la sierra con su discurso de confrontación, creyendo que el caos puede servirle de plataforma. Pero Querétaro no se conquista con consignas: se gana con credibilidad. Y la gente aquí distingue bien entre quien trabaja y quien pretende vivir del encono.
Herrera haría bien en preocuparse por las sombras que lo rodean: los reportes que circulan discretamente en oficinas federales y las conversaciones que, aunque no aparecen en los medios, pesan. También por esa tarjeta American Express que —según se comenta en los pasillos— ya rebasó su límite. Porque en la sierra, como en la política, todo se sabe.
El equilibrio queretano no es obra del azar. Es una cultura política: la del ciudadano que exige, del empresario que invierte, del obrero que produce, de la universidad que cuestiona. Aquí la palabra “cambio” no significa ruptura, sino evolución. Por eso, Kuri representa un tipo de liderazgo en extinción: el que no se nutre del resentimiento ni del culto personal, sino de resultados. Si los astros se alinean, podría convertirse en el símbolo de la sobriedad en tiempos de estridencia, del orden frente al caos, del país que aún cree que gobernar no es pelear.
En Querétaro, Morena no entrará.
No por dogma ni por orgullo, sino porque aquí la gente aprendió que la estabilidad no se improvisa: se construye, se defiende y se agradece. Este pequeño territorio, que aún respira institucionalidad, es el recordatorio de que el progreso no necesita fanatismo, sino rumbo.
Y si los astros finalmente se mueven, quizá descubramos que, en medio del ruido nacional, un gobernador sereno y pragmático supo leer el cielo antes que nadie, rumbo al 2030.
Colofón
La luna se fue de Querétaro dejando una luz limpia, como si quisiera bendecir la calma. Más de doscientas mil personas salieron a verla: familias, jóvenes, trabajadores, todos buscando un respiro en un país que parece vivir al borde del sobresalto. Esa noche, la ciudad se miró en su propio espejo: ordenada, viva, capaz de celebrar sin miedo.
Y mientras el pueblo miraba al cielo, algunos políticos se revolvían por dentro. Les dolió el brillo de Felifer. Los que viven del ruido y del rencor no soportan la paz. Gilberto Herrera y su club de frustrados intentaron opacar la luna con sus rabietas digitales, pero se quedaron cortos: la gente ya no les cree.
Los números también lo confirman: Querétaro redujo los homicidios dolosos en 27% y se mantiene entre los estados más seguros del país. No es casualidad. Es el resultado de una lógica de trabajo que apostó por el orden cuando otros eligieron la estridencia. Y eso, en un México acostumbrado al caos, vale más que mil discursos.
Mientras los sembradores de odio siguen ladrando en la oscuridad, la gente camina tranquila. En este pedazo de país, la política volvió a su sentido original: cuidar la vida, no destruirla. La luna se fue, sí, pero dejó su reflejo en los techos y en la memoria colectiva.
Y quizás ese sea el mensaje más claro de todos: en Querétaro, la luz no depende del gobierno… depende de la gente.
Prepárense, que hasta las chivas les vamos a quitar.
A chambear.
@GildoGarzaMx







