En el mes de octubre se recuerdan muchas fechas que se relacionan con la salud, días dedicados a la osteoporosis, al autismo, al dolor corporal y al cáncer de mama. Las inquietudes de la ciencia giran en torno de este gran abanico de enfermedades muchas de las cuales no tienen cura como el cáncer. Este mes se ha declarado internacionalmente como el mes de la lucha contra el cáncer de mama.
En medio del tráfago de lo cotidiano, parece como si sólo la enfermedad nos hace conscientes de nuestro cuerpo. El demás tiempo no lo sentimos, sólo el placer o las adicciones provocan algo en el cuerpo que puede ser sensorial y en ocasiones doloroso, y a veces ni eso. Cuando nos duele alguna parte del físico inmediatamente surge la queja, y casi siempre demasiado tarde. Así es el cáncer, esa enfermedad tan antigua como la humanidad. Isabel la Católica murió de cáncer cervicouterino hace quinientos años y cobró la vida de muchas de nuestras ancestras mientras la ciencia no había diseñado alguna forma de detectar esa enfermedad que hasta nuestros días cobra una cuota de millones de personas de todos los niveles en el mundo.
La humanidad ha avanzado mucho en miles de aspecto de la vida y sin embargo, cincuenta años después de que hablé por primera vez con mi familia del método de detección del cáncer cérvico uterino, la palabra Papanicolaou sonaba como algo absolutamente extraño y desconocido. Hoy en día el cáncer de mama es la segunda causa de muerte en México y la estadística incluye uno por ciento de hombres que llegan a tener este mal.
El cáncer mamario tiene orígenes multifactoriales, pero uno de ellos poco mencionado es el estrés como fundamental, y más allá del factor genético. Mujeres y hombres cuya actividad profesional se acompaña de este mal del siglo deberían reflexionar al respecto de este hecho muy investigado y comprobado por el psiquiatra canadiense Gabor Maté.
El discurso publicitario habla de prevención, sin embargo, esta no es sino la detección de algún nódulo, protuberancia o bolita en los senos, o en los pechos en hombres como en mujeres quienes con sólo tocarse esa parte pueden detectar esas protuberancias, hecho lo cual acudir al médico es lo correspondiente.
Nadie quiere oír esa palabra en labios de un médico, como un sinónimo de muerte, no obstante, es bastante simple su detección, sólo despojarse de prejuicios sobre el cuerpo y acercarse a la medicina para recibir tratamiento.







