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Julia López: El color de la Costa Chica y el legado de una artista autodidacta

PopUp

por Juan José Díaz Infante
9 abril, 2025
en Editoriales
Julia López: El color de la Costa Chica y el legado de una artista autodidacta

Julia López llegó a la Ciudad de México en los años cuarenta, y fue en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” donde comenzó su incursión en el mundo del arte, no como alumna, sino como modelo.

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Tema difícil hablar de los artistas olvidados, de la misma manera parecería que hay unos que son recordados. Pero en realidad hay un sistema cultural que requiere de simular que funciona y así, de manera sistemática se le pierden muchas fichas.

Los artistas perdidos no lo son por falta de talento o relevancia. Muchos simplemente nunca tuvieron una oportunidad real de ser recordados. El olvido estructural, silencioso y persistente, ha sido uno de los factores más determinantes en la pérdida de nombres, obras y legados en la historia del arte mexicano.

Este olvido no es fortuito ni espontáneo: es el resultado de una red de decisiones institucionales, económicas y culturales que, a lo largo de décadas, ha determinado qué artistas se conservan, exhiben, publican y estudian… y cuáles no. Se trata de una cadena donde museos, archivos, universidades, medios y políticas culturales han fallado en su responsabilidad de documentar y preservar de manera completa.

Una de las primeras señales de este olvido ocurre en la falta de registro. Muchos artistas —especialmente fuera de la capital— producen obra sin acceso a catálogos, críticas, entrevistas o archivos digitales. Sin documentación seria, su trabajo es más vulnerable a desaparecer, sobre todo cuando se insertan en los circuitos institucionales fragmentados del arte.

La dispersión y precariedad del archivo nacional es otro síntoma. México carece de un sistema sólido de recopilación de obra, independiente o emergente. Existen muy pocos museos que cuentan con acervos robustos, y menos actualizado, hay muchas colecciones incompletas que se pierden todos los días. En el mejor de los casos se produce una visión centralizada y parcial de lo que es “el arte mexicano”.

El problema se agrava con la falta de inversión pública en mecanismos de conservación y divulgación. Existen miles de artistas cuyo trabajo vive en colecciones privadas o talleres familiares, sin acceso al público ni condiciones adecuadas de conservación.

Cuando esas piezas desaparecen —por deterioro, venta o muerte del artista— también se borra una parte de nuestra historia visual.

La educación artística también reproduce este sesgo. Los planes de estudio en escuelas y universidades suelen centrarse en una lista canónica de figuras, sin incorporar artistas locales, mujeres, comunidades indígenas o movimientos periféricos. Así, generación tras generación, se transmite un relato incompleto del arte nacional.

Finalmente, la ausencia de voluntad política. Las instituciones culturales públicas rara vez destinan presupuesto o atención a rescatar trayectorias y  mucho queda fuera del radar comercial o académico. No hay programas nacionales de rescate ni bases de datos abiertas y federales que tengan la intención de publicar o llevar el conocimiento sobre el arte que se produce —o produjo— más allá del mismo canon reproducido ad nauseam.

El olvido estructural no es un accidente, México seguirá perdiendo artistas no por falta de valor, sino por falta de memoria.

La obra de Julia López (1936), reconocida como una de las pintoras más destacadas de la segunda mitad del siglo XX en México, es un homenaje constante a su infancia en la Costa Chica de Guerrero. De raíces africanas y amuzgas, y sin formación académica formal, López logró crear un estilo inconfundible que mezcla la fuerza del color con la memoria de la tierra y la vida rural.

Julia López llegó a la Ciudad de México en los años cuarenta, y fue en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” donde comenzó su incursión en el mundo del arte, no como alumna, sino como modelo. Ahí posó para varios artistas que poco a poco la fueron guiando en su carrera, modelar le permitió estar en contacto directo con el proceso creativo de los grandes nombres del arte mexicano de ese momento.

Fue también en “La Esmeralda” donde conoció al pintor Rafael Coronel, con quien mantuvo una relación amorosa que duraría 9 años, Si bien la relación entre ambos fue breve, marcó un punto importante en la vida de López, tanto personal como artísticamente.

La obra de Julia se distingue por sus retratos femeninos, sus mercados, flores, frutas y animales, todo envuelto en un universo vibrante que recuerda la calidez y el ritmo de su tierra. Empezó a exponer desde finales de los años cincuenta y con el tiempo su obra recorrió museos de México, Estados Unidos, Europa y Sudamérica. Fue miembro activa del Salón de la Plástica Mexicana y recibió reconocimientos por su aportación al arte nacional.

A pesar de su éxito, Julia López ha sido una figura discretamente olvidada por los grandes relatos del arte mexicano. Sin embargo, su pintura sigue viva: basta mirar uno de sus lienzos para sentir el calor del trópico, el olor del campo, la fuerza de las mujeres de su infancia y la intensidad de una artista que, sin academia ni reglas, logró forjar un lenguaje visual profundamente auténtico.

Hoy, redescubrir a Julia López es también hacer justicia a una historia de lucha, belleza y resistencia contada con pinceles y memoria.

Tres libros han sido escritos sobre su vida y obra Los colores mágicos de Julia López (1995), Fiori e Canti, Nella Pittura di Julia López (1996) y Dueña de la luz (1998)

Empezó a exhibir en 1958, su trabajo ha sido mostrado en varios lugares de México, Estados Unidos y Europa. Sus principales exhibiciones incluyen la Galería de Artes Visuales (1958, patrocinado por Orozco Romero), la Galería Los Petules en Xalapa (1959), la Galería Prisse (apoyada por varios artistas, tales como Enrique Echeverría, Alberto Gironella y Héctor Xavier), la Galería Mexicana de Arte en Ciudad de México (1961, 1962), el Salón de la Plástica Mexicana (1963, 1967, 1969, 1972), Museo de Arte de Dallas, El Museo Mexicano en San Francisco, el Fine Art Gallery of California, el Centro Cultural México-Italia Andriano Olivetti (1980), el Palacio de Iturbide (1981), la Galería Misrachi (1985), el Museo de Arte e Historia en Ciudad Juárez (1985), Museo de Arte Moderno (1988), el Palacio de Minería (1988), Officina d’Arte Accademia en Verona, Italy (1996) y el Instituto Camões en Lisbon (2013). Su trabajo puede encontrarse en la colección de más de cuarenta museos y galerías

Etiquetas: ArteartistaCosta ChicaJulia LópezPintura

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