Con amor a mis nietos Gael e Ian
Sabemos los orígenes de los juegos que se parecen a la guerra como el ajedrez o cualquiera que se juega en equipo como el futbol. Lo que es difícil saber es cuándo nació la relación de los niños con el juego. ¿Cuándo el juego se convirtió en parte de nosotros como especie?, no lo sabemos, pero me imagino a una mujer antropoide de los primeros momentos de nuestra humanidad, viajando con su bebé a las espaldas donde seguramente se sentía protegido del frío y acechanzas del ambiente, de pronto echaba a correr y el bebé, pensando que era un juego, comenzaba a reir; luego bajaban de sus brazos y comenzaba su andar en pos de la supervivencia.
En la antigüedad los niños jugaban poco dado que eran parte importante de la producción de una familia; si se era heredero del reino con aspiraciones expansionistas como fue Alejandro de Macedonia, los niños pasaban el tiempo preparándose para la guerra como podemos leer por las crónicas de Esparta, la ciudad-estado cuyo principal fundamento de sus actividades era la preparación bélica. Entendemos la pedagogía de aquellos tiempos de un modo a veces equívoco pues la relación de Sócrates con sus pupilos no era lo que se piensa de la homosexualidad en nuestros días. Los mayores de una comunidad, realmente enseñaban su conocimiento a sus vástagos y la escuela de Atenas era también un espacio de reflexión sobre lo que debía ser la vida en todos sus aspectos, por lo que, es posible pensar que el juego no era tal, sino una competencia o una preparación como era el espacio de la palestra a donde asistían los gladiadores y los atletas.
Los niños, no siempre tuvieron las consideraciones y cuidados que se les tienen ahora; ni siquiera los aspectos de higiene eran los mejores; Lewis Stone, atribuye la mortandad de recién nacidos y niños en el siglo XVI y subsecuentes a la precaria higiene de las nodrizas y probable causa de muerte de los vástagos de Enrique VIII; en un clásico de Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), describe las condiciones de los trabajadores mineros que vivían en el subsuelo con sus niños aportando al capital sin percepciones, menos aún con prestaciones; todavía en el siglo pasado, en Occidente la mortalidad infantil era muy alta y todavía más en las comunidades indígenas no sólo de México sino de cualquier lugar del mundo. Para los esclavistas norteamericanos, los niños sólo significaban mano de obra, como dice Angela Davis, de ahí que se cuidara al producto que se encontraba en el vientre de una esclava, no al grado de aminorar sus labores ni alimentarlas mejor, simplemente, su preocupación se limitaba a que el producto, llegara a nacer; después comenzaba una lucha de las abuelas porque los niños no fueran separados de sus madres.
Tal vez podríamos hacer coincidir el nacimiento del juego infantil a la par del concepto de infancia con la emergencia y escalada de la sociedad industrial que venía lastimada de la gran guerra y que tuvo más tiempo de ocio, producto de las comodidades que había dejado la inventiva que siempre dejan los tiempos bélicos. Relatos como el Diario de Ana Franck o Corazón, diario de un niño, pusieron el dedo en la llaga sobre lo que miraban y sentían los niños; las fotos de niños encontrados en los campos de concentración en el momento de la liberación de Europa o el argumento de La vida es bella, ganadora de varios Oscar, le gritaron al mundo el olvido que habían vivido los niños hasta entonces. El realismo cinematográfico de los italianos nos dice mucho sobre el tema de los niños que transitaron por la guerra; el sufrimiento de los infantes es algo con lo que no podemos ser indiferentes: las víctimas del napalm en Vietnam, ese niño sirio ahogado y arrojado en una playa del Mediterráneo, la niña afgana de hermosos ojos claros; todo eso nos dice mucho de cuánto debemos a las niñas y a los niños del mundo.
No obstante, no les debemos sólo juguetes, les debemos más el juego y dejar que ellos inventen sus propios entretenimientos. En cualquier parte del mundo los niños nos han dado ejemplo de cómo pueden jugar con agua y tierra, haciendo pasteles de lodo, como hacer un aro de alambra y rodarlo Desde que un bebé se embadurna de su papilla, creo que allí comienza el juego; dejar que lo haga será el mayor placer para el o la peque, aunque siempre implica mayor trabajo para los padres; eso es lo que no se ve.
Para los padres de hoy es más fácil pasar la estafeta al juguete electrónico para que lo entretenga, sin peligros de por medio. Si antes los niños se raspaban las rodillas jugando con carritos o se empolvaban jugando a las canicas nadie se alarmaba ni enojaba. En el juego se ponía en funcionamiento el inicio de los roles sociales y la interacción social tan necesaria como nos lo ha planteado el confinamiento en tiempos de pandémica; jugar con carritos, muñecas o juegos de té, juegos de química, llevaban implícito el establecimiento de lo que sería el futuro de las niñas y los niños.
En mi familia no hubo la abundancia de juguetes que tenían otros niños pero sí hubo juegos memorables como hacer casitas y muebles con cajas de cartón, dibujar y recortar muñecas, hacer vestiditos con recortes de tela que nos vendían las costureras por diez centavos, hacer un álbum de recortes con tijeras, engrudo y revistas sería hoy, si lo tuviera aquí, la síntesis de toda una época de nuestra historia y en último recurso, mirar ilustraciones y fotos que se quedaron en nuestra memoria visual como las pinturas de Van Gogh y Cezzane; en ocasiones, el juego era bailar, hacer coreografías con música jarocha, oriental o valses de Viena; ahora es una novedad el tik-tok, pero en mi tribu no sabíamos que lo habíamos inventado; si los niños hacen representaciones con lo que encuentran en su ambiente, vale la pena ver la creatividad siempre presente en los niños, dejarla que crezca y se manifieste aun a costa de un tiempo para limpiar lo que dejan esos juegos.
La creatividad es algo que en nuestra sociedad de consumo no podemos comprar y menos a plazos; su espíritu está en los ojos que nos miran con curiosidad en cada niño, dejemos que miren y hagan como quieran, esa libertad la agradecerán siempre. Lo más sencillo en el mundo: juguemos a la ronda…mientras el lobo no está…; mecer a un niño al ritmo de…Los maderos de San Juan, piden pan, no les dan…es tal vez lo más divertido que haya ocurrido, donde quiera que lo haya hecho: no necesitamos más que las ganas de divertir a un niño. Ese es el verdadero juguete que podemos regalarle a un niño. Rescatemos el verdadero espíritu del juego y el juguete: conocer el mundo, en la mejor versión de nuestro mundo; el juego siempre presenta la imagen de un mundo de fantasía. La pandemia debía habernos enseñado algo al respecto para no comprar año tras año más juguetes que a los tres días dejan de ser interesantes para el niño que cada día es insaciable su hambre de consumo electrónico. Compre un trompo y trate de hacerlo girar, será muy entretenido volver a aprender a hacerlo girar en el piso; cuando lo consiga le fascinará a más de un niño. FELIZ NOCHE DE REYES!!