“Ya me puedo morir” pensó Juan José González Borja tras conocer a Juan Gabriel, su máximo sueño. Lo confiesa a seis años de la desaparición del Divo de Juárez, de quien fue el fanático número uno y el máximo coleccionista de sus discos. El reconocido por el mismísimo Alberto Aguilera Valadez como su “alma gemela “recibe al periódico PLAZA DE ARMAS en una casa de Guadalupe Tepeyac, muy cerca de la Basílica, y cuenta anécdotas compartidas y muestra documentos personales del artista.
Y es que de admirador y coleccionista de todos sus discos, González Borja pasó a ser colaborador y amigo del ídolo, acompañándolo en conciertos y actividades cotidianas desde hace dos décadas cuando lo conoció y pensó que después de eso “ya me podía morir”. Ese era su sueño y lo cumplió el 17 de diciembre del 2000 en la Arena de San Diego, California, pero fue sólo el principio de una historia que le cambió la vida, dejando atrás actividades vinculadas a equipos de futbol estudiantiles y profesionales.
Adoraba a Juan Gabriel. Tanto que sus hijas se llaman Ana Gabriela y María José, en homenaje al cantautor. Ana Gabriela, dentista radicada en Querétaro por el nombre artístico y María José por una de las primeras canciones.
A partir de entonces Juan José González Borja procuraba acudir a todas las presentaciones, pero fue hasta hace 20 años, el 24 de agosto del 2002, en Tijuana, cuando habló con él en el hotel Lucerna. La puerta de entrada al primer círculo del autor del Noa Noa, Querida y Amor eterno, fue una colección de 300 discos de Juan Gabriel y de tooodos sus intérpretes que le hizo llegar a través de Pepe Tequila, el principal vihuelista.
Una breve plática sirvió para descubrir las afinidades.
El artista solía preguntar las fechas de nacimiento, información para conocer –decía- la personalidad de cada quien.
-Soy del 4 de mayo de 1949, respondió González Borja.
“Usted es búfalo de tierra en la astrología china. Como yo”.
-Me gustaría trabajar para usted.
Y así fue.
En los días siguientes, dejó su empleo en un equipo de futbol de Tijuana y comenzó a pensar y planear. “Se la pasa soñando; se le fue el avión” comentaba una sobrina.
Lo recuerda Juan José mientras muestra el pasaporte original y la visa estadounidense de Alberto Agullera Valadez, junto con gafetes internacionales, grabaciones y correos electrónicos personales de Queridoalberto para Queridojuanjo.
Eso, sus discos y ropa y botas de Juan Gabriel atesora como recuerdo permanente de quien un día lo identificó como su alma gemela. Bueno, no todos, porque algunos trajes están en Querétaro porque se los prestó a Alberto Aguilera, “la voz gemela” y no se los ha regresado. Espera recuperarlos algún día.
Viajaba Juan José con con el cantautor en aviones privados o como copiloto en su Mercedes de dos plazas por las carreteras de los Estados Unidos, su gran placer porque llevaba de chofer al máximo artista mexicano y cantaban juntos “Para qué me haces llorar”.
-Esa canción se la dio en exclusiva a Lucía Méndez y había decidido no grabarla. Yo lo convencí de que lo hiciera y de que abriera o cerrara sus conciertos cantándola. La grabó y el disco salió en el mero día de mi cumpleaños. Algo mágico.
Lo conoció sensible, generoso y vulnerable, abusado por gente de confianza en obras caras y malhechas en su rancho de Parácuaro, Michoacán y disfrutó con él, muchas veces, en Las Brisas de Acapulco o en El Dorado de Cancún, en donde dio cobijo al final de su vida a la gran Olga Guillot.
Iba Juan José a todos los conciertos, en donde promovía la venta de discos y organizaba la toma de fotos y firma de autógrafos para sus seguidores. Era el primero del club de admiradores, pero, en memoria de Selena, no quiso ser “el Yolanda Zaldívar de Juan Gabriel”.
Su cercanía provocaba envidias y recelos en el equipo del Divo. Más cuando se dio cuenta de las raterías en las obras del rancho de Parácuaro, su tierra natal. Antes de que las denunciara lo despidieron.
Años después supo que Juan Gabriel tenía la versión de que él lo había abandonado y aclarado el punto le pidió que regresara, lo cual ya no ocurrió porque para entonces González Borja ya estaba trabajando en Querétaro, en el área de Desarrollo Político del gobierno de José Calzada en camino a su jubliación, con el apoyo de Abel Magaña y Juan Carlos Arreguín, a los que conoció jovencitos en un equipo de futbol del San Javier.
Y es que Juan José vino por primera vez en 1987, después de trabajar en el Atlético Español, recomendado por el buscador de talentos Ángel González “Coca” para promover los productos “Proteín” y se ligó al deporte local a través de Lorenzo Ríos y hasta tuvo dos locales en el mercado de la Cruz, en donde vendía discos y aparatos electrónicos, pero esa es otra historia.
La que hoy relata tiene que ver con uno de los mayores ídolos de México, al que rememora lo mismo escuchando con deleite a Javier Solís -“que voz tan limpia” decía Juanga- que comiendo nueces, uno de sus gustos, en cualquier lugar.
Lo evoca como si fuera hoy mismo -“siempre en mi mente”- mientras muestra algunos documentos personales de Alberto Aguilera Valdez, entre estos su pasaporte, la visa de Estados Unidos y hasta gafetes de festivales en Sudamérica, como el del XLV Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar, celebrado en 2004.
Eso, algunas grabaciones, álbumes con boletos, numerosas fotografías y sus recuerdos personales es lo único, “y es mucho”, que conserva Juan José González Borja en la soledad de su casa de la Ciudad de México, en donde a seis años de la muerte del Divo y al fin su alma gemela, remata que igual que él “yo no nací para amar”.