El conde de Santiago y José María Fagoaga fomentaron grupos armados
El conocimiento de este interesante pasaje de nuestra historia, que tuvo lugar en 1809, lo debemos a Emilio Salas López, oriundo de Valle de Santiago, Guanajuato. Lo incluye en la publicación que hizo a raíz del Bicentenario de la Independencia: Libertadores de México. Boletín Informativo Insurgente desde la Fortaleza de Jaujilla, 1817. Durante los años que dedicó a la tarea de investigar en archivos nacionales el orígen de la insurrección tuvo acceso a los relatos que contiene el Boletín, que fue publicado por el Gobierno Provisional Mexicano de las Provincias del Poniente, con sede en el Fuerte de Jaujilla, ubicado en la laguna de Zacapu, en la provincia de Michoacán.
El autor de los relatos es Pedro Villaseñor, quien fue vocal del Gobierno Provisional Mexicano; los elaboró con base en sus propios apuntes, así como en los testimonios de Francisco Lojero, quien formó parte del propio Gobierno como secretario de Guerra; de Ramón González y de Ignacio Martínez, todos ellos testigos de los hechos ocurridos siete años antes en Querétaro, Dolores y Celaya, al inicio de la insurrección. Del texto de Salas López extraemos los siguientes párrafos relativos a la Junta de Reclutamiento y el movimiento armado popular de Querétaro, donde participó Lojero, uno de los principales protagonistas de la conspiración de 1810 y el único queretano que intervino en la guerra de Independencia hasta su consumación.
El arzobispo Francisco Javier de Lizana tomó posesión el 16 de julio de 1809 como virrey de la Nueva España, por órdenes de la Junta Central. Su gobierno duró escasos diez meses y desde un inicio medió entre europeos y criollos para tratar de desaparecer los odios entre ambos partidos; pese a que los exhortó a la paz y la tranquilidad, los españoles fraguaron un complot para despojarlo del gobierno. Lizana siempre brindó su amistad al criollismo de élite y lo apreciaban los marqueses de Rayas y del Apartado, los Obregón, los Beye de Cisneros, Jacobo de Villaurrutia, los condes de Regla y de Santiago Calimaya, José María Fagoaga -sobrino de Jacobo Villaurrutia- y varios más.
Todos ellos sabían las presiones que recibía el arzobispo-virrey, por lo que José María Gómez de Cervantes y Altamirano de Velasco, 12º conde de Santiago Calimaya, quien era coronel del Regimiento de Infantería Provincial de la ciudad de México y comandante de Patriotas de Caballería decidió apoyar junto con Fagoaga, ante el temor de que se derrocara a Lizana como ocurrió con Iturrigaray, la formación de grupos armados en sus haciendas y reclutar gente en la ciudad de México, en las tropas milicianas y en varias ciudades de provincia para realizar un levantamiento general contra la Real Audiencia y el partido español, en caso de consumarse el atentado.
El 12º conde de Santiago y José María Fagoaga trasladaron a Querétaro a uno de sus empleados, el licenciado José María Lazo de la Vega -nativo de Guanajuato pero vivía en la capital- a fin de crear una junta de reclutamiento; sus promotores y directores fueron José Ignacio Villaseñor Cervantes y Aldama, un personaje joven y rico -26 años-, con mucha influencia en la ciudad y toda la región; era regidor del ayuntamiento, comerciante y ganadero; además de ser sobrino político del conde de Santiago. El otro era el capitán Joaquín López Arias, nativo de Yuririapúndaro, quien servía en el Regimiento de Infantería de Celaya en Querétaro y el conde le había prometido hacerlo comandante de un batallón de su regimiento.
Tenían mucha gente, entre soldados y oficiales milicianos, criollos y vecinos de los barrios; se les dijo que el movimiento era nacional, que había aún más en otras ciudades y que a una voz irían todos a México para impedir que la Audiencia y del Santo Oficio apresaran al arzobispo y lo quitaran de virrey. Las grandes cantidades de dinero para sostener el movimiento las financiaba Villaseñor y Cervantes, pero las pagaba el conde de Santiago, con quien tenía negocios en el comercio y la venta de reses bravas para las fiestas de toros; el conde tenía un criadero de reses en San Mateo Atenco, cerca de Toluca, y el regidor uno más en el pueblo de Acámbaro, cerca de Querétaro.
A finales de 1809, Villaseñor mandó al capitán Arias a San Miguel el Grande a ver al antiguo amigo de ambos, el capitán Ignacio Allende, para proponerle que entrara al movimiento pues conocían muy bien sus actitudes de rebelde y enemigo del gobierno. Este capitán era un liberal de tendencias independentistas que pertenecía a una reunión de amigos de la Independencia que agrupaba a muchos jóvenes de los mismos ideales que habían formado en San Miguel los licenciados Ignacio y Manuel Aldama y Felipe González; a ella se había agregado Miguel Hidalgo, cura del vecino pueblo de Dolores. En la reunión, las pláticas tocaban mucho la Revolución francesa y la necesidad de que la Nueva España se independizase.
Allende aceptó gustoso la invitación de Arias -quien desde julio le dio la noticia del plan que se trataba ocultamente en México- y con igual intención la presentó a sus amigos y compañeros; poco después fue con Juan Aldama a Querétaro para hablar con Villaseñor y Arias. Allende fue colega de armas de éste, a quien conoció en el cantón militar de Jalapa, donde estuvieron de 1806 a 1808; en Querétaro lo trató de vez en cuando, antes de saber que andaba en este grupo. Con Villaseñor lo unía una vieja amistad familiar, desde que vivía el padre de éste; creyó en él y, entusiasta, se empeñó en el movimiento y logró que en San Miguel sus amigos hicieran lo mismo. Allende y Aldama fueron hospedados en la mansión de Villaseñor, quien por la tarde mandó llamar al licenciado Lazo de la Vega, a Mariano Lozada y a los hermanos Emeterio y Epigmenio González, todos comprometidos con él, para presentarlos a los militares sanmigueleños que venían, a decir de Villaseñor, a unirse a ellos para darle mayor fuerza a la agrupación queretana.
Para Allende y Aldama, Querétaro era su segunda patria, pues tenían muchas amistades; solían venir aquí unas tres veces al mes. Permanecieron en la ciudad todo el día siguiente y salieron para San Miguel muy noche. Había aquí dos cuarteles militares, el del Regimiento de Infantería de Celaya, al que pertenecía Arias y el del Regimiento de Dragones Provinciales de Querétaro, a cargo del subinspector brigadier Ignacio García Rebollo. En ambos, Allende y Aldama tenían numerosos amigos. Siempre que venían, visitaban dos familias de unas señoritas que llamaban Las Victoritas y Las Altamirano. Además, Allende sostenía una relación sentimental con una hija del corregidor Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz, quien lo apreciaba mucho y casi siempre lo invitaba a cenar cuando acudía con ese motivo.
Las noticias de Cádiz trajeron la información de que Bonaparte miraba hacia la Nueva España y preparaba el desembarco de un poderoso ejército sobre las costas de Veracruz. Por lo que el gobierno de Lizana movilizó varios regimientos a Jalapa, Córdoba y Orizaba, además de crear varias compañías milicianas. Estas medidas, aunadas a que meses antes el virrey escarmentó y humilló al despótico oidor Aguirre echándolo a la ciudad de Puebla; expulsó a España como su enemigo al escandaloso editor López Cancelada y el haber logrado apaciguar al partido español, hicieron ver al criollismo poderoso que cuidaba de Lizana, que su gobierno ya no corría peligro.
Por ello, el conde de Santiago y José María Fagoaga acordaron cancelar el movimiento de fuerza popular que habían organizado y armado. La decisión llegó a la ciudad de Querétaro con la orden a Ignacio Villaseñor de desintegrar todos los grupos populares que tuviera armados y hacerlo extensivo al capitán López Arias; al mismo tiempo, las remesas de dinero quedaron anuladas. De esta manera, a mediados de abril de 1810 el movimiento popular armado de Querétaro quedó inhabilitado, según lo notificaron Ignacio Villaseñor y José Maríano Lazo al capitán Arias, a Mariano Lozada y a los hermanos Emeterio y Epigmenio González.
Propagan el ideal libertario por Guanajuato, Querétaro y San Luis Potosí
Mientras ocurrió la conspiración de Valladolid, entre septiembre y diciembre de 1809, quienes no fueron detenidos o perseguidos continuaron adelante, sobre todo Ignacio Allende, quien siguió propagando sus ideas. Desde el mes de julio su compañero el capitán Joaquín López Arias le había traido noticias de la ciudad de México acerca de un plan fraguado por personas de la mayor representación; consistía en convocar a un congreso nacional que gobernaría el reino con el virrey y lo conservaría para Fernando VII. Por lo que cada vez fueron más frecuentes y con mayor entusiasmo los viajes de Allende a Dolores para visitar al cura Miguel Hidalgo y al capitán José Mariano Sixto Abasolo, quien nació en ese pueblo en marzo de 1784 e ingresó al Regimiento de Dragones de la Reina en 1798.
La actividad de Allende iba en aumento. En octubre de 1809 viajó a la ciudad de Querétaro con el pretexto de atender un molino que tenía en esta ciudad, único patrimonio que le restaba de su desaparecida fortuna. La historia del molino es la siguiente: en septiembre de 1788, Benito Manuel de Aldama González solicitó licencia en la ciudad de México para edificar un molino -que luego se llamó Blanco- en terrenos de Patehé, jurisdicción de Querétaro. En esos años sólo operaban en la ciudad dos molinos: el del pueblo de La Cañada y el de Cortés, ubicado en la llamada “Otra Banda” del río y cuyo propietario era el marqués de la Villa del Villar del Águila. Aldama González, quien era político, terrateniente y dueño de fábricas, fue regidor del Ayuntamiento de la ciudad de Querétaro; adquirió el cargo en remate por la cantidad de 275 pesos y obtuvo el título el 14 de agosto de 1797.
Contrario a lo que varios autores afirman, Benito Manuel de Aldama no fue hermano del capitán Juan Aldama -compañero de Ignacio Allende- y del licenciado Ignacio Aldama, nativos de la villa de San Miguel el Grande. Los padres de éstos fueron Domingo de Aldama y María Francisca González Riva de Neira. Benito Manuel fue hijo de Francisco Manuel de Aldama y Francisca Josefa González Patiño; nació el 21 de marzo de 1765 en la ciudad de México, no en Querétaro como declaró al contraer matrimonio con María Agustina de las Fuentes, el 6 de marzo de 1791. Benito Manuel murió el 7 de febrero de 1801. Ignacio Allende se casó con la viuda de Benito Manuel Aldama el 10 de abril de 1802 en el Santuario de Atotonilco, cerca de San Miguel el Grande.
Al fallecer su marido, María Agustina heredó el Molino Blanco, que se hallaba en lo que hoy es el Seminario Conciliar del Obispado de Querétaro. A su vez, Allende adquirió muy pronto el molino, pues su esposa murió el 20 de octubre de 1802. Años después lo arrendó a Tomás Rodríguez, a quien solicitó mil quinientos pesos en dos partidas, el 13 y 19 de julio de 1810, que pagaría con el producto del molino. Allende entregó dicha cantidad al capitán Joaquín Arias, quien estaba de guarnición en Querétaro con su regimiento, para que gratificara a los soldados, porque Arias iba a dar el grito de independencia en esta ciudad.
Además, en Querétaro frecuentó Allende a sus amistades para enterarse sobre la marcha de los acontecimientos políticos y ganar adeptos. Como era habitual, se alojaba en casa de José Ignacio de Villaseñor Cervantes y Aldama. Luis Castillo afirma que José Ignacio estaba ligado con los Aldama de San Miguel, lo que es incorrecto pues su parentesco, como ya se vio, era con los Aldama de la ciudad de México que luego llegaron a radicar a Querétaro. Su padre, José Ignacio de Villaseñor Cervantes y Agromont, se casó con Justa Aldama y Patiño en la Parroquia de Santiago de la ciudad de Querétaro, el 31 de julio de 1782; tuvieron tres hijos: Ana María, José Ignacio y Ana Josefa. Fue corregidor suplente en sustitución de Miguel Domínguez, de septiembre de 1805 a diciembre de 1807.
José Ignacio Villaseñor de Cervantes y Aldama, el amigo de Ignacio Allende, nació en Querétaro en 1784 y contrajo matrimonio el 31 de agosto de 1807 con Felipa Centeno, hija del regidor José Centeno y de Josefa de las Casas. Fue regidor Alcalde Provincial del Ayuntamiento de Querétaro por renuncia que hizo su padre del empleo. Cuando inició el movimiento de Independencia tenía 26 años. En la denuncia que hizo el capitán Joaquín Arias, Villaseñor estaba entre los comprendidos, pero no fue detenido como los demás por encontrarse muy enfermo.
En Querétaro, Allende fue primero a la casa del licenciado Parra, donde le presentaron a Ignacio Martínez, recién llegado de México, quien informó de la gran excitación que reinaba en la capital. Estaba también un señor Santoyo y como la conversación abarcó los últimos sucesos se habló de que en México, Celaya y Querétaro era preciso realizar unas Vísperas Sicilianas contra los europeos. Deseoso de comprobar lo dicho por Martínez, Allende hizo un viaje rápido a la ciudad de México. Antes de volver, fue al puerto de Veracruz en los primeros días de noviembre y se puso de acuerdo con José Serapio Calvo, dependiente principal de la casa comercial del señor Zulueta, previniéndole que esperase el grito de libertad que daría el cura Miguel Hidalgo, para que lo secundara con un grupo de adeptos. Retornó a San Miguel con la convicción de que eran verídicos los rumores que oyó.
El mayor promotor de Ignacio Allende era Miguel Hidalgo. Aun cuando su estado eclesiástico no le permitía desplegar la actividad de Allende, ni su carácter reflexivo se iguala con el ímpetu de éste, Hidalgo seguía con su infatigable labor. En enero de 1810 viajó a la ciudad de Guanajuato, donde estaba en visita pastoral su amigo Manuel Abad y Queipo, obispo electo y gobernador de la Diócesis de Michoacán. Se alojó en casa del cura Labarrieta y acudió a una reunión en casa de la familia Septién, a la que también asistió el intendente Juan Antonio de Riaño. Visitó, además, a la familia Alamán y, en especial, al marqués de San Juan de Rayas. Mientras tanto, Allende, que desde finales de 1809 se carteaba con el licenciado Juan Nepomuceno Mier y Altamirano de Querétaro -quien usaba el seudónimo de Onofre Sánchez- sobre proyectos subversivos, le encargó crear un plan de operaciones.
Ambos viajaron a la capital el 1 de enero de 1810 con el único propósito de propagar sus ideas, ganar partidarios, ponerse en connivencia con algunos conspiradores y observar el ambiente político de la capital. En febrero hizo Allende otro viaje a México, donde halló a Francisco Camuñez, miembro de su regimiento, quien le dijo que el virrey Lizana había ordenado que pasara a verlo. Éste le preguntó si era cierto que había dicho a algunas personas que estuviesen prontas a defender la patria porque se decía que la Nueva España iba a ser entregada a los franceses, a lo que Allende respondió: ¡Es muy cierto! Tras la breve entrevista, estaba seguro de haber sido víctima de una denuncia y se propuso ser más cauto.
Impresionados Hidalgo y Allende con la situación de España, que en vez de mejorar amenazaba con agravarse, consideraron que era el momento de hacer la independencia de Nueva España, ya que no se volvería a presentar ocasión tan oportuna para realizarla. Convinieron pasar de la propaganda hecha de palabra a designar confidentes que se encargaran de apalabrar gente que estuviera pronta a usar de la fuerza en el momento preciso, así como a proveerse de armas y hacer mayor acopio de dinero. En San Miguel, Allende declaró como propagandistas al capitán Juan Aldama y a Juan Ocón. Aquél fue su mano derecha y se convirtió en su lugarteniente, dado el cariño y la amistad que los unía. Juan José Marcos Gaspar Antonio de Aldama González nació en San Miguel el Grande el 3 de enero de 1774.
De inmediato Hidalgo y Allende fueron a Querétaro, a donde llegaron a finales de febrero; saludaron a sus amigos comunes y personales: el corregidor Miguel Domínguez y su esposa, clérigos, letrados y varios particulares. En especial, juntos visitaron al doctor Manuel Iturriaga, uno de los comprendidos en la conjura de Valladolid, quien pudo sustraerse a la vigilancia del gobierno; fue capitular del Cabildo Eclesiástico de Valladolid y era un hombre ilustrado. Iturriaga formuló el plan revolucionario, que contenía dos partes: la primera consistía en los medios de realizar el movimiento y la segunda lo que se haría tras verificarlo. Sin discusión ni mayor examen, Hidalgo lo adoptó; Allende se encargaría de ejecutarlo. Ambos pusieron manos a la obra. Hidalgo difundió el plan por el rumbo de Zitácuaro, especialmente entre los eclesiásticos; hizo lo mismo al regresar a Dolores, donde visitó las capillas de la región.
A su vez, Allende nombró en Querétaro como confidentes a Epigmenio González, Ignacio Carreño, Mariano Lozada, Ignacio Martínez, Francisco Lojero, Ignacio Pérez y (N) Santoyo, quienes enseguida se avocaron a buscar partidarios. Epigmenio era dueño de una pulpería o tienda de abarrotes del país, que atendía junto con su hermano Emeterio; Lozada era empleado de la Fábrica de Cigarros; Carreño dirigía la hacienda de San Pablo; Martínez, recién avecindado de nuevo en Querétaro, acababa de tener un cargo en la Comandancia Militar de Chihuahua; Lojero tenía una cerería y Pérez era alcaide de las cárceles reales. A partir de marzo y en los siguientes cuatro meses, Allende realizó varias excursiones a varios lugares del reino, donde se entrevistó con numerosas personas y designó más agentes, como el capitán Joaquín Arias en Celaya y el teniente José María Liceaga en Guanajuato.