MITOS Y MENTADAS
Populismo y cambio
Hemos visto en los últimos años cambios significativos en el statu quo político: los llamados “populistas” han ganado posiciones por todo el mundo. El análisis del por qué, se ha centrado en el tema del descontento coyuntural. Sin embargo, diversos analistas y estudios revelan que el descontento es de una escala más profunda y relevante. Sarah Lewis, autora de “Are democracy and capitalism incompatible?”, junto con otros académicos han puesto en duda el lugar común de creer que la democracia viene de la mano con el capitalismo y la modernización en el contexto de un mundo globalizado.
Estos tres conceptos son puestos en entredicho como parte del “orden natural de las cosas”. Lewis argumenta que los principios filosóficos de la democracia y la acumulación de capital divergen en forma importante. En síntesis, concluye que la democracia y el capitalismo son incompatibles, teoría muy distante a la desarrollada por Schumpeter en el siglo pasado.
En esta misma dirección, Robert Kuttner argumenta en su libro “¿Puede la democracia sobrevivir al capitalismo global?” (2018), que el sistema capitalista en un mundo globalizado es lo que ha profundizado la inequidad, la concentración de capital y por ende el descontento generalizado de las personas con el sistema, al sentir que el contrato social que acordaron se ha roto, por esto demandan ahora la construcción de uno nuevo. En este contexto, según Kuttner, esto explica el surgimiento de líderes considerados antidemocráticos y sentimientos ultranacionalistas. En su opinión las llamadas izquierdas democráticas, no han sabido representar este descontento.
Lejos de lo que muchos piensan, esto no es exclusivo a países en desarrollo. Europa que por muchos años ha sido laureada como el oasis de los valores democráticos tradicionales, en las últimas dos décadas, no se ha visto así. ¿Ejemplos? Inglaterra, Francia e Italia.
Por otro lado, hay lecciones que aprender de países como Suecia y Dinamarca que han adoptado medidas para generar flexibilidad en sus sistemas financieros y de mercado sin afectar la seguridad y estabilidad de los trabajadores y de esta manera compensar algunos de los efectos negativos de la globalización. Un consenso social permitió que el modelo sea atractivo para los trabajadores y dinámico para la sociedad a través de cinco características clave: un compromiso nacional con el pleno empleo; sindicatos fuertes reconocidos como interlocutores sociales; salarios equitativos entre los diferentes sectores (de modo que un cambio de un sector a otro no implique un recorte salarial); un piso de ingresos justo, y un conjunto de programas activos en el mercado de trabajo. Acuerdos como estos han mantenido a Suecia y Dinamarca alejados de ultranacionalismos y liderazgos extremos.
Hemos escuchado hasta el cansancio las estadísticas del 1% concentrando el 90% de la riqueza. A esto sumemos que mucha de esta concentración de capitales se debe a paraísos fiscales, corporativos que funcionan a una escala global y sistemas jurídicos que caen en letra muerta cuando a vista y paciencia de todos, sabemos que son aplicados únicamente a ciudadanos que no tienen el poder de “saltarse” el sistema a través del juego global.
Los candidatos que muchos consideran “populistas” o “absurdos” no son más que representantes de este descontento social y marcadas asimetrías, percibidos como los potenciales narradores y escribanos de este nuevo contrato social que parece estarse emplazando, con premura. ¿Les suena familiar?