Un caso paradigmático, digno de aparecer en libros de texto y en todos los cursos sobre imagen pública y comunicación política que puedan existir, es la figura de Andrés Manuel López Obrador. Él es un personaje, que se ha construido a sí mismo, siguiendo un camaleónico principio de asimilación hacia lo que intenta, con éxito, representar. Como todo buen político debiera hacerlo, él busca parecerse a la masa que lo rodea y a la vez, ser igual pero diferente, es decir, identificarte con el entorno y no ser parte de él, solo parecerlo. Es un articulado manejo de la imagen sostenido durante toda su carrera, obligado por el desprecio de la clase política en el origen de su trayecto y sobre todo, aprendiendo de sus derrotas y por ellas, conociendo las debilidades de sus rivales. Colocado al lado de los marginados, o más propiamente dicho, del lado menos socorrido de la brecha igualitaria, ha hecho propio el discurso de ellos y ahora en el ejercicio del poder hace un manejo de los símbolos impecable y oportuno, tanto para señalar las grandes diferencias en el reparto de la riqueza, como la separación de los políticos del sentir popular.
No todo ha sido un esfuerzo auto constructivo, mucho ha tenido que ver la evolución de las condiciones socioeconómicas que arrojó, desde el inicio del siglo, un estancamiento del crecimiento de la clase media y un ínfimo abatimiento de las condiciones de pobreza, a la vez que la indignante acumulación de riqueza en una oligarquía selecta, conviviendo cómodamente con las altas esferas del poder político. La connivencia y corrupción alcanzaron niveles de escándalo y aunque no todos fueron iguales, hubo muchos que con sencillez y principios sirvieron al país, el sostenimiento de esa clase política se hizo insoportable.
En esas condiciones la condición de político de imagen diferente le dio la prominencia necesaria para llegar al poder, mismo que ha aprovechado para sembrar otras percepciones, entre ellas y la más importante, la percepción de un cambio. Un cambio que la sociedad espera pero que este gobierno no define, más allá de señalar las diferencias, en su mayoría simbólicas, que presenta el ejercicio gubernamental.
Hasta hoy, la solidez de su imagen personal y la percepción del cambio bastan para que esta columna le llame invulnerable.
A pesar de que la opinión crítica se ha volcado a señalar los desaciertos en la implementación de sus nuevas políticas sociales y económicas así como el errático manejo de la pandemia cuyos efectos se reflejan en las más de 62 mil muertes, su aprobación sube 4 puntos en poco más de 30 días. Para recuperarse del desgaste de dos años de políticas erróneas le ha bastado concentrar la agenda mediática en el tema de la corrupción y retomar sus símbolos distractores como la rifa del avión presidencial.
El acierto de presentarse como una opción diferente, de cambio y de esperanza, ha sido hasta hoy suficiente. Es evidente, que existe una apreciación dividida casi en mitades, tanto de su actuación personal como de su desempeño, es decir, la gente le quiere creer, tanto, que el 43.1 piensa que el país está mejorando aun cuando todos los indicadores apuntan en contrario. Según encuesta reciente de El Financiero, fuente de estas cifras, 6 de cada 10 personas consideran que los problemas del país han rebasado al presidente y sin embargo su aprobación crece y la confianza en el cambio se mantiene.
Aún no se ha tocado fondo en las crisis, sanitaria y económica. Las políticas sociales han mostrado lo limitado de sus alcances, disminuyen los síntomas no atacan las causas. La política energética no genera confianza y Pemex no resuelve su precariedad económica y productiva, en tanto que amplios sectores y ramas económicas se adaptan con dificultad a la nueva circunstancia. En los próximos días, habrán de presentarse los precriterios de política económica y el presupuesto 2021, no se vislumbra que contengan algo diferente a los criterios de apoyo a la política social. El próximo es un año electoral y difícilmente el gobierno propondrá medidas que alteren el humor social existente en la actualidad. Será un año en el que la meta gubernamental será no perder la confianza y renovar la esperanza ciudadana en el cambio prometido por el régimen.
La segunda mitad del sexenio inicia en septiembre de 2021 con la instalación de la recién electa legislatura, después de ello tal vez no sea suficiente el tema del combate a la corrupción y el discurso contra el pasado. Hasta hoy, le han bastado al presidente para ese blindaje que lo hace invulnerable a la crítica, tal vez pueda mantener su imagen de austeridad y honestidad, sin embargo deberá hacer algo más con su capacidad y la de su gabinete, para gobernar y entregar mejores resultados que los que hasta hoy se han visto. La invulnerabilidad puede tener fecha de caducidad