Saltan, brincan y bailotean tironeados como títeres por las cuerdas invisibles de una ambición en subasta para el mejor postor (pastor) y se mueven con la vibrátil habilidad del filamento de un viejo foco de baja potencia o los virus bajo un microscopio; se tuercen y retuercen y gritan y llaman la atención y firman desplegados de apoyo o de condena –según el caso— y desde los puestos logrados alzan la voz en espera de la atención del poder máximo a quien halagan con proclamas de desesperante insistencia; son –para usar sus propias palabras—políticos profesionales capaces de actuar en el sentido inverso de la alquimia medieval cuyo fin era trocar en oro los metales pesados; ellos modifican todo en su entraña misma, cambian virtud por pecado; valores por vicios, seriedad por hilarantes muestras de humillante conducta y hacen del oro imaginario de sus talentos materia escondida y mefítica en el retrete de sus oficinas. A base de corromperse corrompen el entorno y las instituciones.
Investidos de una importancia imaginaria, se pasean por los salones de sus propias traiciones como si el mundo no los mereciera. Caminan (la frase es de Patrocinio González Garrido), con los pies un metro detrás de su inflamado pecho donde sueñan lucir las condecoraciones por los servicios prestados a la patria, como ha dicho uno de estos políticos blandengues, el ministro Arturo Zaldívar cuya capacidad de torcimiento es apenas comparable con la benevolencia asustada de sus entrevistadores, incapaces de ponerle un alto a sus zarandajas cuando dizque quiso explicar el motivo de gravedad real para dimitir de la Suprema Corte y lanzarse corriendo a los delgados brazos de doña Claudia Sheinbaum quien seguramente lo premiará con un cargo mayor o menor, pero cuya gratitud quedará firmemente expresada con un previsible discurso cuya primera línea será, obviamente:
“…Es para mí un honor, quizá el mayor de mi vida, y motivo de agradecimiento, esta inmerecida distinción cuya naturaleza entraña un indeclinable compromiso por servir al gobierno de mi país, lo cual es a fin de cuentas servir a México, pues quien sirve a su democracia sirve a su patria, labor en la cual se encarnan los más altos sentimiento de cualquier ciudadano cuya única aspiración es cumplir con la encomienda hasta el límite de sus fuerzas y modestas capacidades, no sin antes agradecer una vez más la confianza depositada en mi persona gracias a la bondadosa condición de nuestra señora candidata (gobernadora o presidenta o cual sea su cargo o sexo), a quien le deseo todo el éxito correspondiente a la alta condición de su talento, probado y demostrado a lo largo de la frutífera carrera con la cual ha puesto ejemplo para las próximas generaciones, bla, bla…”
Y así, con esos discursos se borran, como en el caso de Zaldívar, anteriores intentos de trabajar en serio. A la luz del reciente salto de maromero, causan hilaridad estas ideas jurídicas del dimitente:
“…Debemos recalibrar nuestra función a la luz de los valores de la democracia. Lejos de investirnos como “poseedores últimos de la verdad”, la Constitución nos impone el deber de proteger los derechos a través del diálogo y la cooperación con los otros poderes del Estado, así como escuchando abiertamente las demandas de la sociedad.
“…Proteger los derechos a través del diálogo y la cooperación con los otros poderes del Estado”. Abstrusa frase si se le compara con esta otra, ambas del mismo autor.
“… Mi ciclo en la Corte ha terminado. Durante estos 14 años impulsé los criterios más vanguardistas que constituyeron el nuevo paradigma constitucional en la defensa de los derechos humanos de todas las personas.
“Toca ahora seguir sirviendo a mi país en la consolidación de la transformación de un México más justo e igualitario, en el que sean prioridad quienes menos tienen y más lo necesitan”
Pero mientras se define el espacio en el cual puede tan modesto caballero “seguir sirviendo a México”, tendrá tiempo de asistir a algún concierto de Taylor Swift, cuyos amigables brazaletes ostentados con ufanía adolescente de oportuna “selfi”, en la presentación de la popular cantante favorita de los chavos y algún despistado “chavorruco”:
“…Escucho a Taylor Swift porque sus letras son un testimonio vívido de lo que significa ser joven: crecer, enamorarse, enfrentar la soledad, tener miedo a fallar. Sus historias nos hablan del dolor universal de no sentirse suficiente…”
Ante la contundencia de esa última frase el señor Kierkegaard pide boleto para el Foro Sol y Jean Paul Sartre se dedica a la reventa. Ni Hell & Heaven.
Pero no es este el último caso ni el único de contorsionismo político. Los acomodos seguirán, los desfiguros también.
Omar Fayad, ex gobernador de Hidalgo, dijo una vez, prefiero ser tapete de López Obrador que de los caciques que han gobernado Hidalgo. No fue sólo felpudo. Ahora es embajador. Comerá bacalao noruego con escamoles.
Ahora la Secretaría de Relaciones Exteriores, alguna vez dominada (decía la también hidalguense Margarita Michelena) por el “drink power” y el “gay power”, es la casa de los traidores, de los buscadores de nómina, de los acomodaticios sin honra.
Quirino Ordaz, Claudia Pavlovich, Carlos Miguel Aysa, Carlos Joaquín González y algunos más por venir.
Y la lista no se termina. Tampoco acaban los acomodos inter partidos, las alianzas oscuras, los delincuentes con mando, las figuras de paja, las familias mafiosas, las sombras chinas en el muro, la falsedad y el negocio sucio.
La Cuarta “Transpudrición”, avanza.