El eco de las botas sobre el césped, la euforia de las gradas, la tensión de una jugada… el fútbol, un bálsamo para muchos, un escape de la realidad. Pero ¿qué sucede cuando la realidad golpea con la fuerza de un desastre natural? En las recientes inundaciones que azotaron Valencia, esta pregunta resonó con una intensidad particular.
Por un lado, la vida sigue su curso. El mundo no se detiene, ni siquiera ante la tragedia. El fútbol, como cualquier otra actividad, genera empleo, entretenimiento y cohesión social. Suspender una liga entera podría tener repercusiones económicas significativas para clubes, jugadores y ciudades. Y es cierto, la vida debe continuar, pero ¿a qué costo?
Por otro lado, está la humanidad. Las personas que lo perdieron todo, que viven el dolor de la pérdida, que luchan por reconstruir sus vidas. En este contexto, ¿es ético continuar con una actividad que, si bien es importante, no es esencial? ¿No sería más apropiado mostrar solidaridad, empatía, y posponer momentáneamente el espectáculo para centrarse en la emergencia?
La ética, en este caso, se convierte en un terreno movedizo. No hay una respuesta sencilla, ni una fórmula mágica. Cada persona, cada club, cada aficionado, tiene su propia visión y sus propias prioridades. Pero es innegable que la decisión de jugar o no en medio de una tragedia pone de manifiesto valores profundos, como la solidaridad, la empatía, el sentido de comunidad.
La literatura nos ofrece múltiples ejemplos de cómo el deporte, y en particular el fútbol, refleja los valores de una sociedad. Pensamos en el fútbol como un microcosmos de la vida, donde se enfrentan pasiones, ambiciones y desigualdades. En este sentido, la decisión de jugar o no tras las inundaciones de Valencia es un reflejo de cómo se valora la vida humana frente a otros intereses.
Con el poder de convocatoria que el balompié tiene, el silbato del árbitro, en este caso, se convierte en un símbolo. ¿Debe sonar para dar inicio al partido o para llamar a la reflexión? La respuesta, como hemos visto, es compleja y depende de múltiples factores. Pero una cosa es cierta: el fútbol, más allá de ser un juego, es un espejo de nuestra sociedad. Y como tal, tiene el poder de generar debates, cuestionamientos y reflexiones profundas sobre lo que realmente importa.
En definitiva, el dilema que plantea el fútbol en medio de un desastre natural nos invita a preguntarnos: ¿Qué tipo de sociedad queremos construir? ¿Una sociedad que prioriza el espectáculo o una sociedad que pone a las personas en el centro? La respuesta a esta pregunta nos ayudará a construir un futuro más justo y solidario.
Pero, la respuesta a esta pregunta no es sencilla y no admite una respuesta única y definitiva. Cada uno de nosotros, desde nuestra propia perspectiva, debe sopesar los argumentos y llegar a una conclusión personal. Lo que sí es cierto es que este tipo de situación nos invita a reflexionar sobre el papel del deporte en nuestro entorno y sobre los valores que queremos defender. El fútbol es mucho más que un juego. Es un reflejo de nuestra sociedad, de nuestros valores y de nuestra humanidad. Y en momentos como este, es nuestra responsabilidad asegurarnos de que ese reflejo sea digno de nosotros… Pero, tal como escribió Fernando Savater en su libro “Ética para Amador”: << Nadie es capaz de dar lo que no tiene, ¿verdad?>>