No cabe duda, estamos en el tiempo de los asombros. La tetramorfosis nos lleva de la mano, un día sí y también el siguiente, del pasmo a la estupefacción.
Por ejemplo, la Cuarta Transformación ha descubierto el exceso pluvial en Tabasco, lo cual equivale a revelar la existencia de arenas en el Sahara.
También hemos descubierto de la mano de estos avezados hidrometeorólogos, los hechos supervinientes a la conjunción de tormentas tropicales, huracanes, frentes fríos, corrientes de niñas y niños y demás asuntos propios de la climatología, cómo el agua moja y cuando lo hace en demasía inunda con veneciana intensidad y con cayucos en lugar de góndolas, sobre todo en la planicie costera del estado bananero, donde 13 mil hectáreas de guineo se han jodido.
Pero eso no tiene la menor importancia. Los cientos de toneladas de macho o dominico (cada quien su gusto), bien se pueden reponer dentro de un año, cuando ya la honorable comisión instalada poco ha, nos haya dicho cómo se van a evitar futuras inundaciones en un estado viviendo siempre (lo dijo Carlos Pellicer), “con el agua a las rodillas”.
Los planes iniciados apenas ayer les van a decir a los tabasqueños algo insólito: Tabasco se inunda porque hay mucha agua.
Y frente a eso sólo quedan algunas posibilidades: poner muchas plantas embotelladoras o convertir cada calle en un piscina pública. También se pueden hacer lavaderos en cada cuadra o cambiarle de nombre: en lugar de Tabasco le podrían poner “Tinasco”.
Algo así de imaginativo.
Porque hasta ahora los acuáticos habitantes de Tabasco, quienes recibieron oportunamente el sabio consejo de irse de los lugares donde el agua iba a subir –es decir, todas partes–, no han hecho caso y se han quedado donde la lluvia los han damnificado. El agua tampoco obedeció.
No importa el número de personas afectadas, lo mismo da si son 180 mil o 250 mil. El tema es –como dijo el gobernador Adán Augusto–, la recurrencia, porque esto pasa cada año, lo cual resulta otro genial descubrimiento.
Y va a seguir ocurriendo sin importar cuántos decretos presidenciales o multisecretariales se emitan para prohibirlo.
Los tabasqueños no piden ayuda de hinojos, porque entonces el agua les llegaría a la coronilla, pero no les hacen caso.
Hasta el gobernador, López (nomás), quien anuncia cómo va a proceder judicialmente contra la Comisión Federal de Electricidad por haber abierto las compuertas para desfogar la presa “Peñitas”, sin ton ni son, aun cuando él haya dicho, fue una desahogo controlado (¿cómo hubiera sido si no?) se queda hablando solo, porque desde el presidente de la República (su paisano y patrono, para más), ha expresado su respaldo pleno al señor Director de la CFE, Manuel Bartlett, a quien ha consagrado como eficiente, justo, probo, honesto y ejemplar funcionario de su más eficiente, justo, probo, honesto y ejemplar gobierno.
Y si hubiera necesidad de otro apoyo, la señora Doña Marca Registrada, doña (“Nale, Nale, Nale, no pierdas el tino”) sale a la defensa del funcionario, de quien es “cabeza de sector” y compañero de partido.
¡Cosa linda la 4T!
Nos ha permitido un desarrollo tecnológico magistral, porque ha puesto costales con arena en las riberas del Grijalva para evitar el avance acuático.
No lo ha logrado, pero ah, cómo se ha esforzado.
El agua necia no sucumbió al poderío de los discursos y se niega a bajar. Los tabasqueños se agolpan en las azotea de sus casas pero ahí arriba no tiene ni enseres ni utensilios. Pero no los necesitan: tiene el orgullo estatal de haber recibido la visita de su paisano el Señor Presidente quien les ha explicado cómo todo esto es culpa, ¿de quien creen?… del pasado.
Sera del pasado por agua.
Pero todos han aplaudido tan singular explicación.
La corrupción construyó la presa, la corrupción trajo los excesos diluviales, la corrupción abrió las compuertas, la corrupción llenó de casas las zonas bajas, la corrupción, de cuya existencia apenas nos venimos a dar cuenta ahora y no hace dos años cuando comenzó el gobierno de don Adán Augusto Lopez, quien no ha hecho nada en el bienio para dragar lechos fluviales y conciliar con CFE, rutas de desfogue controlado para el sistema hidroeléctrico del cual forma parte la ya dicha presa Peñitas.
La culpa es de Enrique Peñitas.
No sólo tenía la Casa Blanca: les escrituró la presa dañina a sus hijitos. Ese es el colmo de la “corrución, de la deshonestidat”.