Erika P. Bucio
Si la violencia siempre tiene que ver con el poder, el escritor Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968) sostiene que el poder se apropia de la rabia.
La ira, entiende el escritor, es una suerte de emoción primaria que deriva de la condición animal del ser humano, un instrumento para sobrevivir y defenderse, pero también como un componente necesario frente a la injusticia y la impunidad, temas que en México son tan cercanos.
“Por supuesto que puede haber una rabia frente a un poder autoritario, pero, por el otro lado, el poder también se apropia de la rabia, a veces la fomenta, y es lo que hemos visto también mucho en nuestra época.
“Liderazgos en donde se inventan razones para la rabia y se instrumentaliza esa rabia para convertirla en rédito político. (Donald) Trump es el caso paradigmático, pero lo ha hecho una enorme cantidad de líderes distintos, de corrientes distintas en todo el mundo”, asevera en entrevista telefónica Volpi, radicado en Madrid, donde dirige el Centro de Estudios Mexicanos UNAM-España.
Y esa ira no se ha atemperado, observa, sino que se “reconcentra” en las redes sociales, en particular.
Al verse obligado como el resto del mundo a observar la realidad a través de la pantalla por la pandemia, apreció la cólera desatada como una emoción definitoria del ánimo público.
Esa emoción primaria articula los cuentos que reúne en su nuevo libro: Enrabiados (Páginas de Espuma), la vuelta al género del escritor.
El compendio surge como una consecuencia de su trilogía sobre la violencia mexicana, conformada por Las elegidas, Una novela criminal y Partes de guerra.
“Después de eso, lo que he escrito son esos dos como excursos, como variaciones que hace mucho no hacía y casi al mismo tiempo: una obra de teatro y un libro de cuentos para escapar de ese mundo”, dice Volpi, ocupado también en la escritura de un ensayo que nada tiene que ver con la violencia en México.
En cada uno de los seis cuentos de Enrabiados, el escritor ensaya formas distintas de narrar. Recurre, por ejemplo, al tratamiento teatral en Fatalidad, donde aparecen Yocasta, Edipo y su prole: Polinices, Eteocles, Ismene y Antígona.
En cambio, en Irreversibilidad se ciñe a la forma tradicional del cuento con un desenlace inesperado, sobre el elogio fúnebre al físico y médico mexicano Armin Zorn-Hassan por parte de su discípulo.
Mientras que Transparencia es el más experimental en su forma al estar escrito como el scrolling en Twitter, ahora X, o “el pajarraco azul”, según Volpi.
“En efecto, es el cuento más raro que he escrito y uno de los más raros que he visto últimamente, también porque es un cuento que debe tener 40 narradores distintos y todos anónimos”.
En ese texto, dos bandos libran una batalla campal: quienes están a favor y quienes están en contra de Julia Jahn y la 17R, en alusión a la “4T”.
“Por supuesto que la realidad mexicana del momento está trasladada, literalizada o literaturizada, convertida en ficción”.
UN ESCRITOR DISTINTO
Volpi comparte con un gran cuentista argentino, Ricardo Piglia, la idea de querer ser en cada libro un escritor distinto.
“A Piglia lo admiro mucho y siempre he querido eso; me aburro rápido de mí mismo, cada vez que termino un libro intento que el siguiente sea lo más diferente posible en género y en resultados al anterior”.
Aquí, Volpi regresa al humor como antídoto tras publicar su trilogía sobre la violencia mexicana.
“Hacía mucho que no me atrevía otra vez a usar la sátira y el humor. Lo había hecho sobre todo en El fin de la locura. Creo que necesitaba yo también descargar mi propia ira, pero sólo a través del humor, que nos permite ver que toda ira, al final, es ridícula”.
Los dardos satíricos hacen blanco en el propio autor en el último de los cuentos, Poética, burlón desde el título, donde, reconvertido en personaje, se mofa del mundo literario, evidencia el ego de los escritores y recuerda también su amistad con Ignacio Padilla, el gran cuentista de su propia generación: el Crack.
“Es yo mismo burlándome de mí mismo, es yo mismo burlándome de dos géneros literarios absolutamente en boga en estos años, la autoficción y la metaficción, y burlándome del medio literario, de mi propia amistad y al mismo tiempo competencia con Nacho Padilla.
“Nos reconvertimos en alguna medida en personajes ahí, y también, al mismo tiempo, no deja ser un homenaje a él”.
Su regreso al cuento ocurre cuando Padilla ya no está, fallecido en 2016.
“En mi grupo de amigos el gran cuentista para todos nosotros era Nacho, entonces el que Nacho estuviera siempre escribiendo cuentos maravillosos, yo creo, me impidió seguir publicando y escribiendo cuentos.
“Ahora, después de su muerte, pues quizá me aventuré a hacer lo que él siempre recomendaba: un libro de cuentos unitario. Es decir, no cuentos que vienen de todos lados, sino encontrar un tema común que aquí era la rabia, y el tono común iba a ser la sátira”.
A diferencia de la novela, el cuento le permite a Volpi, como autor, explorar de diversas maneras un mismo tema o asunto.
“Lo fascinante es cómo en muy pocas páginas uno puede crear un universo completo.
“Mi pretensión de novelista, por lo menos en muchos textos, ha sido tratar de crear universos completos, y para eso he necesitado 200, 300, 400, 500 páginas, y lo fascinante del cuento, que siempre le envidiaba a Nacho, era como en 4, 5 o 6 páginas podría crear de todas maneras un universo por sí mismo”.
En el cuento Volpi cifra el descubrimiento de la lectura por placer.
En un curso reciente sobre el género, acercó a sus alumnos dos ejemplos de cuentos perfectos: Colinas como elefantes blancos, de Ernest Hemingway, y Orfandad, de Inés Arredondo.
“Ahí está concentrado todo lo que se puede hacer en el cuento, cómo se puede jugar con las expectativas, las emociones, los prejuicios del lector, y los dos demuestran que son maestros en el arte de manipular a sus lectores”.
UNA VIDA ATONAL
Enrabiados recoge uno de sus primeros cuentos publicados, Atonalidad, de 1993, que integra cuatro relatos breves sobre música y que dejó intactos, además de Poética, de 1999, que sí reescribió por completo debido al cambio drástico en el mundo editorial y literario.
“Yo también reniego (como otros escritores) de muchas cosas que escribí. Incluso después de esos cuentos, me parece que podrían estar mejor o valdría la pena reescribir, pero en cambio esos cuatro relatos (de Atonalidad), que para mí son muy importantes porque la música es una de mis grandes pasiones y son cuentos dedicados específicamente a la música, creo que fijaron un tema que iba a estar presente desde entonces en mi vida”.
En la época en que los escribió laboraba en la Escuela Vida y Movimiento en la Ollin Yoliztli, su primer trabajo; convivía y era amigo de músicos, y se enamoró de mujeres músicas que aparecen en el libro.
Volpi concede que con la literatura ha logrado aliviar en cierto modo su frustración musical como científica, al convertir esos temas en parte central de muchas de sus obras.
Durante la pandemia, eso sí, pudo recuperar fascinaciones de juventud: retomó el dibujo y se puso a tocar el piano. Incluso se atrevió con un preludio de Bach después de un año de practicar.
“No tengo ningún talento para la ejecución musical”, admite. “Pero la sensación y satisfacción de poder tocar algo es muy bonito”.