En la tradición política mexicana, cada cambio sexenal del gobierno significaba una puerta para la esperanza de un cambio. Era la virtud que tenía el PRI que manejaba una política pendular entre el centro y la izquierda nacionalista según la situación del país lo ameritaba.
Cárdenas, impulsor de políticas sociales revolucionarias, nacionalistas, dio paso a Manuel Ávila Camacho, conciliador que busco mejorar relaciones con el clero, empresarios y con los EUA en contraste con las políticas cardenistas, y por cierto fue el creador del IMSSS. A él le siguió Miguel Alemán Valdez que se abrió a la industrialización y al modernismo y tras su acelerado gobierno transmitió la banda presidencial a Adolfo Ruiz Cortines que hizo un gobierno conservador y prudente, estabilizador y así se fueron dando los contrastes, pues a él le siguió López Mateos más activo y popular, comparado con la figura de Díaz Ordaz y luego el abrupto contraste con Luis Echeverría.
A ellos siguió el periodo de las turbulencias financieras y la esperanza se cifró en López Portillo, que en contrario agravó la crisis económica del echeverrismo. Para administrar la crisis se decidió entregar la responsabilidad a Miguel de la Madrid que tras sus intentos de estabilización cedió la administración a Carlos Salinas que logró la recuperación económica e incorporó a México a la economía global.
A partir de ahí hubo continuidad en la política económica, exitosamente pues se lograron evitar las crisis sexenales, sin embargo, la política social se quedó corta y el crecimiento económico no logró una repartición más justa de la riqueza. La muerte de Luis Donaldo Colosio terminó con ese ciclo de política pendular, donde un gobierno compensaba las deficiencias del anterior, lo que hubiera sucedido de no terminar trágicamente.
Con la alternancia, Vicente Fox, seguido de Felipe Calderón, no hicieron diferencia en cuanto a política social, los desequilibrios sociales se agudizaron y finalmente, Enrique Peña Nieto con un gobierno frívolo sin habilidades políticas, más que las adquiridas en un grupo político ortodoxo más dado a la corrupción que a la atención de las carencias regionales, prolongaron lo que se ha llamado el periodo neoliberal.
Fueron 24 años de continuidad que cancelaron las esperanzas de cambio que sexenalmente se daban y por ello el acierto de Morena al llamarse “la esperanza de México”. El pueblo votó por la esperanza que representaba un gobierno de distinto sello, sin embargo, esta nueva alternancia solo ha logrado cambiar la esperanza por la incertidumbre.
La nueva clase política gobernante, formada en la marginalidad opositora, sin experiencia de gobierno y con un bagaje ideológico anticuado e inoperante, ha transitado sin un proyecto claro para el país, implementando un amplio catálogo de ocurrencias apoyados por un séquito de chapulines abyectos incrustados en el servil poder legislativo. El logro rescatable es haber tratado de combatir la desigualdad y la pobreza; lo censurable, es haberlo hecho vaciando las arcas públicas, disminuyendo las capacidades institucionales y provocando el mayor déficit presupuestal del siglo.
El sexenio anunciado como el de la austeridad, resultó el más dispendioso, el que gasta más de lo que ingresa, pero mantiene el humor social favorable por la entrega de dinero en efectivo a las familias a costa de clausurar las posibilidades de movilidad social de varias generaciones.
La continuidad que se anuncia no presagia un cambio de política, ni siquiera un vaivén sexenal que compense las deficiencias del antecesor, como fuera la práctica priista. El afán de trascendencia personal del presidente que deja el cargo, deja también una herencia de incertidumbre. El empecinamiento en asegurarse la conservación del poder y el acrecentamiento del mismo, habrá de dejar al poder ejecutivo sin contrapesos democráticos y con la tentación del autoritarismo sobre los hombros de la sucesora.
Siempre en política lo que se niega termina sucediendo y el presidente ha sido enfático y reiterativo en asegurar que no influirá. No será así. La sucesora no muestra aún una personalidad propia y sí una subordinación absoluta, así ya sea presidenta electa. No hay una señal que permita avizorar que se habrán de corregir los errores y deficiencias de la administración saliente. Antes, al contrario, la desconfianza y la incertidumbre sobre el futuro del país han llegado ya a los circuitos financieros nacionales e internacionales.
La duda sobre la estabilidad del régimen surge de la precariedad económica, no de la política. La oposición no existe, perdió su base social por causa de liderazgos vacíos que perdieron su base de apoyo, pero aseguraron sus prebendas personales. Los empresarios seguirán privilegiando la seguridad de sus negocios y la inversión tímidamente seguirá llegando pues no es despreciable un mercado de 130 millones de consumidores. Economía de consumo, que habrá de durar mientras las remesas no paren y el erario aguante, el crecimiento habrá de esperar a que se desvanezca la incertidumbre.