Los incendios forestales en Amealco no son solo un desastre ambiental, sino una señal de alarma sobre la fragilidad de nuestros ecosistemas y la responsabilidad humana en su deterioro. La quema de 450 hectáreas en La Beata aunque no dejó víctimas humanas sí arrasó con hábitats valiosos, alterando ciclos naturales que tardan décadas en recuperarse. Más preocupante aún es que la mayoría de estos siniestros tienen un origen humano: fogatas mal apagadas y quemas agrícolas irresponsables.
También lo sucedido en el Área Natural Protegida El Tángano, un pulmón y un bastión de biodiversidad en la región, ha sido devastado, hablamos de 531 hectáreas de vegetación quemadas, incluyendo pastizales, cerros y zonas boscosas. Aunque no se registraron víctimas humanas, el impacto ecológico fue significativo, afectando la biodiversidad local y los servicios ambientales esenciales, como la recarga de acuíferos y la captura de carbono. Este evento expuso la vulnerabilidad de la región ante la expansión urbana y la falta de medidas preventivas eficaces. La comunidad y autoridades deben reforzar esfuerzos para proteger este ecosistema vital.
Los incendios forestales son comúnmente reconocidos por sus devastadores efectos sobre la vegetación y la fauna, pero uno de los impactos más persistentes y menos visibles ocurre en el suelo. En el estado de Querétaro, donde el ecosistema forestal abarca zonas de la Sierra Gorda y otras áreas montañosas, los incendios se han convertido en un fenómeno cada vez más frecuente, intensificado por el cambio climático y las actividades humanas. El daño que provocan a los suelos amenaza no solo al equilibrio ecológico, sino también a las comunidades que dependen de estos territorios.
El suelo es una capa viva, rica en nutrientes y microorganismos que permiten el desarrollo vegetal y la regulación del ciclo hidrológico. Cuando ocurre un incendio forestal, el calor extremo altera esta dinámica: la materia orgánica se quema, se pierde la capa superficial fértil y se rompen los agregados del suelo, reduciendo su capacidad para retener agua. En consecuencia, se vuelve más propenso a la erosión.
Pero estoy convencida de que la verdadera solución está en la prevención y en la construcción de un mayor tejido social: comunidades informadas, involucradas y comprometidas. Prevenir incendios no es tarea exclusiva del gobierno, es una corresponsabilidad. Si no cambiamos nuestra relación con la naturaleza, seguiremos lamentando la pérdida de bosques que, más que pulmones verdes, son la memoria viva de nuestro territorio.
Cuidar los suelos es cuidar el futuro. Querétaro, con su riqueza natural, merece un manejo responsable que preserve sus recursos más fundamentales.