COLUMNA INVITADA
Es una lástima que la de hoy haya sido la última edición impresa de El País en América Latina; inicia, dicen, una nueva etapa en la que redoblan su apuesta en la región al convertirse en un medio 100% digital.
Llámenme anticuado pero me cuesta trabajo imaginar un mundo sin periódicos impresos. En lo personal, no sé qué haré ahora las mañanas de domingo ni en los trayectos en autobús cuando viaje fuera de la ciudad o en los breaks que de vez en cuando me tomo alguna mañana entre semana para ir por un café y leer las noticias (¿me compraré un iPad? Honestamente no me veo leyendo frente a una pantalla). En lo que concierne a los lectores, creo que leer periódicos impresos nos hace mejores ciudadanos. Me explico: cuando uno hojea una edición impresa, es más probable toparse con notas que normalmente dejaríamos pasar, y aunque sólo sea leyendo los encabezados o los sumarios, nos enteramos, yo qué sé, de alguna nota de la sección de economía, sociedad o internacional y se redoblan las posibilidades de que la leamos; la lectura furtiva en internet, por el contrario, asegura que accedamos a lo que nos interesa y poco más, y demerita, además, la atención, nos vuelve lectores atomizados de contenidos que no se anclan a ningún lugar. ¿El futuro del periodismo y, en general, de los contenidos está en los algoritmos y los filtros burbuja? Al respecto no tengo pruebas pero tampoco dudas; sólo mi propia experiencia: creo que estaba más informado cuando aunque fuera una vez por semana me tomaba toda la mañana para leer dos o tres periódicos distintos; entre ellos, siempre El País. Aunque apostaron por imprimirlo a color (como en España me sorprendió encontrarlo cuando aquí estaba acostumbrado a una sola tinta) primero dejaron de incluir la revista –sin que bajara, eso sí, el costo dominical– y luego fueron adelgazándolo hasta que mañana, primer día de la nueva década, no exista más que en pdf para los suscriptores y por tiempo limitado (hasta junio).
Hibridación, convergencia, sociedad de la información, como sea que quieran llamarle, yo soy escéptico de la omnipresencia y velocidad como características de la cultura digital; por el contrario, cuando se trata de contenidos digitales y la manera en la accedemos a ellos pienso en una cita de Thoreau: “la persona cuyo caballo rápido corre a una milla por minuto no necesariamente es la que lleva el mensaje más importante”. O en la figuras que Antonio Puente – para un texto publicado precisamente en El País– recuperó de Bauman y Virilo con las que ilustraban el ritmo del presente: como el de un tren de alta velocidad que pasa frente al andén sin que quién lo mire pueda abordarlo, o bien, donde la velocidad constituye el lugar que habitamos, y lo que hayamos vivido anoche resulta ya tan antiguo y obsoleto como una noche de hace diez mil años.
Para acabar, dos anécdotas personales:
Hoy que fui por el periódico, Don Jesús –el propietario del puesto– me dijo que fuera pensando en qué otro periódico compraré ahora los domingos. Y es que claro, a él qué le va a importar si me suscribo o no a la edición digital; el suyo, como otros oficios, se irán perdiendo cada que nos convenzamos de que el futuro está en las pantallas y en la información veloz.
La segunda: después de que muriera mi padre (quién, por cierto, desde que tengo memoria le compró El País cada día también a Don Jesús) fuimos a su casa a deshacernos de los periódicos que había ido acumulando en una habitación destinada a almacenarlos. Gracias a una prima, se mantuvo por años el orden en esas torres de papel –que muy pronto rebasaron el cuarto y comenzaron a crecer en las escaleras que daban a la azotea y en su estudio. Antes de tirarlos, yo indagué en dichas pilas para conservar ejemplares de días significativos; esos todavía los tengo. El de mi padre era un esfuerzo inútil, pero esos son los fundamentales, los que más admiro. Dejó de coleccionar periódicos cuando se dio cuenta de que las hemerotecas habían migrado a internet.
Como los discos o las fotografías, también los periódicos los heredamos; es una pena que a nuestros hijos no les dejaremos más que cuentas y contraseñas.