Casa del Gobernador Francisco González de Cosío, 16 de febrero de 1903, salón de visitas.
La lúgubre entrada al salón de recepciones de la casa del gobernador contrasta con el brillante piso en duela pulida color miel, cortinas de azul brillante con bordados de flores de lis en hilo de oro relumbran el lugar, candelabros de cristal cortado dibujan arcoíris que se reflejan por todos los óleos de alegorías de caza de zorros, unas marinas con carabelas españolas y dos grandes retratos del padre del gobernador y de él mismo, dan el ajuar completo estilo europeo de lo que seguramente trata de ser un salón que compita con los mejores de la ciudad, solo igualable con el salón de la academia francesa del patronato de las capuchinas o de la oficialía del salón de la gran logia mexicana ¡A ese nivel estaba ya Don Francisco González!
El gran salón le da la bienvenida al visitante en turno con una mesa llena de jamones españoles, cortes de queso aromático, aceitunas negras y olivas dan el contraste a un hermoso mantel de terciopelo que deslumbra en pureza grana, la cristalería con remates de fino oro en cada copa, así como dos grandes pavos acaramelados rodeados de verdes hojas, un oporto de casa fina le da como aperitivo; tres lacayos que en cada movimiento de Don Desiderio le ofrecen algo ¡Cómo queriendo pescarlo! Él se molesta de tanto servicio.
− ¿Va a querer más oporto señor? – le insisten, pero aún no termina su copa.
−Que no señor muchas gracias, le digo que con esto estoy en paz.
−Acaso ¿Un queso más señor?
−De verdad muchas gracias ¡Pero no! – ya sentido del mal momento que siente, tal vez desacostumbrados a estos tratos.
En cosa de simples minutos se apareció el gobernador con su esposa y uno de sus hijos, un pequeño de grandes ojos negros con cabello estrictamente bien peinado, su esposa luce un rimbombante vestido a la usanza de las damas porfiristas −a las que Don Desiderio acostumbra criticar con su Mariquita mostrándole las caricaturas sagaces de los maestros de la ilustración en panfletos prohibidos− en finas posturas le hacen de un saludo y una reverencia al propio Don Desiderio, que de facto se asombra ante tal trato, voltea a la parte de atrás, como si hubiera otro personaje de mayor importancia ¡Pero es a él trato deferente!
− ¡Bienvenido a su casa Don Desiderio! ¿Le ofrecieron ya unas viandas?
−Muchas gracias mi señora – mientras se agacha para besarle la mano −de más me han tratado estos personajes bien vestidos.
− ¡Bastaba menos mi señor! Son los mejores lacayos que usted puede encontrar en esta región, instruidos por parte de los mayordomos de la casa grande de Don Porfirio Díaz nuestro presidente, amigo íntimo de nuestro señor gobernador.
−Lo sé mi señora, me es de grata ayuda saberlo− no terminaba de decirlo cuando Don Francisco González de Cosío abre sus brazos en señal de aprecio, le da un fuerte abrazo a Don Desiderio, quien no acostumbrado a estos tratos se incomoda, unos golpes fuertes en la espalda le sacuden su fino bigote y tira un poco del aromático oporto.
− ¡Mi amigo Desiderio! Dichosos los ojos que te miran, anda dime ¿Cómo va esa Concordia? – mientras suena una risa de aprecio y buena costumbre, Don Desiderio no cabe de asombro – anda vamos ¡Que me miras como si vieras a un fantasma! −se acercó a su oído y le dijo− ya te tengo preparada una buena comilona que yo mismo organicé para ya que de una vez y por todas firmes los papeles de tu Cámara de Comercio que tanto te ha costado erigir− se encaminaron a la mesa principal de brillaba de relucientes cubiertos y copas multicolores− anda acércate que vamos a comer, mira lo que te preparamos ¡Tus manjares favoritos! Pavo acaramelado, jamones, tu oporto especial ¡Ah bárbaro que caro está en la Concordia tu oporto! Pero bueno la ocasión lo amerita ¡Anda siéntate!
−Pero señor gobernador de haber sabido que todo sería tan elegante me hubiera preparado, mi querida Mariquita me hubiera acompañado.
− ¿Cómo que no te avisaron? Que grosería, permíteme − de un grito hizo apareciera su lacayo de protocolos− ¿Cómo es posible que el recado no se haya mandado bien? Dije estrictamente que la cena era a conveniencia y cita de Don Desiderio Reséndiz y su esposa ¡Lo dejé claro!
El lacayo tragó saliva, volteó la mirada a Don Desiderio, dijo en voz educada y seria al gobernador sin dejar de mirar al invitado.
− ¡La respuesta de nuestro invitado me hizo creer que su esposa no vendría!
− ¿Y cuál fue la respuesta de nuestro buen amigo Don Desiderio? Seguro una jocosa y llena de hilaridad ¿Verdad amigo? −sin dejar de reír y tener buen gusto.
El lacayo pasó su dedo entre el cuello y la tela de la camisa de su frac y comentó: − fueron muy hilarantes es verdad−.
− ¡Vamos no te comas las palabras! Dime la respuesta.
−Estimado gobernador lo que le dije a su lacayo que me hizo el favor de visitarme cof… cof… −interrumpió Don Desiderio− fue que usted y su familia se podrían ir mucho a la chingada, que ¿Cómo se atrevía usted a invitarme después de hacerme tantas chingaderas? Y le cerré la puerta en las narices ¡Así pasó!
Todos se quedaron mirándose ¡El gobernador soltó una gran carcajada! – a que Don Desiderio ¡No le digo! Es usted un cómico de calidad.
− ¡No lo hubiera visto desde esa perspectiva! −dijo el invitado− Pero mirando el trato que me otorga me quedo satisfecho de la voluntad de querer llevarme hacia la presentación de la cámara de comercio en la legislatura.
− ¡Faltaba más amigo! Cuente con un servidor para todo lo necesario ¡Verá que pronto le damos resultado al señor presidente! Quedará más que satisfecho ¡Anda Desiderio! Alza tu copa y brindemos por el éxito de lo que será seguramente una oficina que ayude a todo el comercio de nuestra ciudad y allende nuestras fronteras, oye y de la hidroeléctrica, ya hicimos todos los trámites para lograr que los terrenos para la presa sean liberados de manera pronta, el notario ya tomó nota de todos los socios, pero te voy a pedir un favor – bajó el tono de voz y se acercó− si te pido de favor que mi hermano Manuel tenga una mayor proporción de las acciones, mira ya sabes, eso implica que pongamos un poco más de dinero ¡Favor con favor se paga! ¿Qué no?
−Me gusta la idea, porque sí vamos a requerir una mayor inversión por el canal de desvío y donde se une el río y los borbotones de Tequisquiapan, algunos propietarios de las tierras no comprenden el proyecto y pues andamos en eso.
Don Desiderio no dejaba de asombrarse de la expedita y pronta ayuda a su persona, sabe de buena fuente que el gobernador no es hombre de naturaleza cambiante en las decisiones ¡Ya le había declarado la guerra de manera frontal! Pero ahora está atento y cercano, es más, pareciera que le dieran indicaciones precisas de lo que le hace falta para ya erigir de una buena vez y por toda la cámara de comercio de Querétaro. La velada pasó entre los planes de Don Desiderio, de la visita de Don Porfirio Díaz a Querétaro en diciembre de ese mismo año, la feria en Wisconsin del año entrante, pero principalmente de algunos chismes de la ciudad que rondan fuerte, que colapsan la tranquilidad.
Por aquellos días salió a la luz un libro que explicaba la raíz del nombre de la ciudad de Querétaro – escrito por un total desconocido francés que supuestamente se había quedado más allá de lo permitido en el sitio de la ciudad, en los lamentables años del segundo imperio− que tenía con los pelos de punta a más de dos académicos que imparten clase en el Colegio Civil de la ciudad, su teoría da cuenta que la ciudad de Querétaro no se llama así por los patronímicos “lugar de las peñas” o “dónde se juega la pelota” −insignes estudios se han hecho ya, pero nadie daba por descubierta la raíz de la nomenclatura de la ciudad – el libro de este europeo editado por la imprenta de “Calle de la Moneda” en la ciudad de México, cita dentro de gran rodeo:
“… que de propios y extraños esta ciudad debe su verdadero nombre al escultor clásico griego Queréstrato, quien había hecho infinidad de esculturas de deidades y en especial la de Themis hija de Urano y Gea, diosa de la equidad e igualdad, allá en los años de la Grecia como gran urbe histórica, cuando los españoles llegaron a estas tierras observaron los materiales de cantera en los cerros, al ver lo delicado, noble y fácil de tratar del material la denominaron “lugar de las piedras de Queréstrato” y así se debe tal nombre…
¡Esto causó un revuelo en la ciudad!
Los jóvenes estudiantes del Colegio Civil – aquél fundado por Próspero C. Vega en 1869− ya pedían la cabeza del autor, jornadas académicas se hicieron por todos lados, el propio gobernador tachó de “pasquín desorientado que agrede la histórica y rica tradición de nuestro estado” aquello se convirtió en un revuelo local.
Las librerías hicieron su negocio por todos lados, inclusive el propio Don Desiderio hizo a bien comprar en la ciudad de México más de mil ejemplares del libro y los puso a precio caro en su Concordia ¡Para lograr aprovechar el momento! Se le vendieron todos en una sola semana. Fue tan grande el problema que los templos y parroquias hacían novenarios para “limpiar” el corazón del pobre autor francés que se atrevió a tan irreparable ofensa. En algunos lugares se juntaban los estudiantes y quemaban los libros – situación que aprovechaba Don Desiderio para traer más libros y venderlos− así la ciudad vivía momentos de angustia.
− ¿Qué opina amigo Don Desiderio? De este autor franchute que a tan grave ofensa nos ha venido a querer dar clases de historia ¡Niños y niñas lloran por este arrebato literario!
−Creo mi amigo Don Francisco que estamos exagerando, cierto es que aún no sabemos de donde viene el nombre verdaderamente, pero una opción más nos puede enriquecer a esta ciudad que de arreboles, ríos y alamedas nos llena en ocasiones de una tranquilidad envidiable a veces demasiada calma.
− ¿Pero está a favor amigo mío?
−Estoy a favor de que nos nutramos, que leamos y dejemos los calificativos a un lado, seguramente el autor investigó lo propio y tiene sustento lo que diga, de otra manera, si no tuviera razón también es válida su postura, nos mueve y nos hace pensar que ¡No todo está escrito!
−Pues no concuerdo amigo mío ¿Dónde deja la tradición de esta bella ciudad? Sus templos, agua, el acueducto de nuestra señora Santa María de las Capuchinas – se santiguaron− nuestras cajas de agua que nutren la ciudad por todos lados ¿Dónde deja nuestra historia? −mientras tomaba un sorbo ya de un vino tinto de afrutados aromas y venturosos cítricos− Se que usted amigo ha sido quien mejor ha vendido dicho pasquín.
−Solo aprovecho que la gente lo busca y como yo me dedico a conseguir lo que la mayoría de las personas desean de la ciudad de México, no me es impedimento alguno el traer y simplemente venderlo ¡Es mi oficio! Y solo se hacer eso mi señor ¿Qué quiere usted?
El gobernador sabe que Don Desiderio goza del acompañamiento del presidente Porfirio Díaz, quien es un defensor y crítico que la historia se respete, tal vez es esta la oportunidad de hacerle saber al mandatario que Don Desiderio apoya ideas subversivas, que pasquines y panfletos los comercializa sin ton ni son ¡A lo que diga la chusma! Y eso puede ser lo que esperaba ¡Esta es la oportunidad!
−Amigo Desiderio yo creo que, si es un buen negocio la venta de este pequeño libro del innombrable amigo francés, deberías de sacar un cartel anunciando de que lo tienes en venta y que seguramente eso traerá mejores rumbos.
− ¡Es una excelente idea! Verás la pondré a prueba.
Ya entrada la noche con el sereno de vigía, llevándose una elegante copa llena hasta los bordes de fino tinto, camina Don Desiderio a casa que está a simples tres calles de distancia, embelesado aún con las delicias de la mesa, disfruta de no tirar una sola gota de su elixir que acompaña el desvelo, mira a lo lejos el destello de las farolas que con el viento corren el riesgo de ser apagadas, obligando al cantor de nueva cuenta hacer el rondín de velas ¡El piso se mueve! Las paredes se acercan unas a otras en un zigzagueante vaivén observa una sombra que pareciera se acerca.
¡Aguza su miopía! Solo siente un mareo profundo ¡Un dolor en la parte de atrás de su cabeza! El golpe contundente le desmaya.
Continuará…