La mañana deslumbra con el fulgurante dorado que baña paso a paso los caminos que rodean lo que la gente llama “Arbolada de la Alameda” el camino viejo para llegar al barrio de San Francisquito – aquel hecho porque a los indígenas no se les dejaba caminar por las calles de la ciudad española de Querétaro y tenían que entrar por debajo de la ciudad por los pasadizos- los verdores frescos que se arremolinan por el viento dejan caer la semilla de las araucarias que prontamente darán a crecer imponentes torres naturales que rascan las nubes que se aborregan por el frondoso desfiladero, ahí a unos simples pasos, se encuentra colgado al vaivén del torcido sonido de la reata el cuerpo del Cáscaras, un forajido patán que asoló a los comerciantes de la ciudad.
Unos chiquillos lo habían descubierto cuando fueron por leña para el fogón ¡Vaya asombro que les petrificó! De vuelta corrieron como dos almas en pena y le indicaron a su abuela el lugar del colgado ¡Más había sido descubierto cuando una parvada de gente se hizo llegar al lugar! Todos menos el alguacil -aquel de Apatzingán que hizo terruño en la ciudad de apellidos Carranza y Castillo, de aquellos que trajo el sitio con el ejército del Norte y que hicieron a bien fincar sus lares- Para la caída de la mañana apenas los alguaciles trajeron el orden, el ahorcado estuvo encapuchado, haciéndose del camino les costó bajar el cuerpo, el colgado medía casi de alto como una puerta, su peso es grande, una risa chimuela y bigote gordo le hacía de mueca ¡Hasta pareciera se burlaba de su ejecutor! No trajeron el machete para cortar la soga.
Echaron el cuerpo con la capucha de nuevo que le colocaron en una carreta que se miraba era su función recoger cadáveres, sucia y llena de moscas arremetía que hace tiempo no se le daba una buena tallada con cepillo, a simple trote no hicieron el esfuerzo de llegar o que le ocupara pronto, la gente de alrededor se santiguaba, las doñas habían colocado velas en el lugar del ahorcado y una más – Doña Fulgencia- trazaba una cruz franciscana en el suelo.
Ya era la mera noche, el día se había pasado en la chimolera del ahorcado, que si unos lo habían visto pasar antes, otros preguntan dónde sería el sepelio, más aseguran que había ido todo golpeado a ver a la Charana, la bruja del barrio para que le diera sus mentores, alcoholes y sopesar pena de la monserga que le atinaron, dicen unos, que por haber asaltado a todos los comerciantes de la ciudad. La bruja del barrio es la comandante de los tronqueros, aquellos encargados de llevar la leña a todas las casas, pero que en la noche profunda realizan bailes al son de los tambores y flautillas que hielan la sangre de quienes les escuchan, a escondidas le danzan a los dioses centenarios de estas tierras, salvajes monolitos escondidos en imágenes cristianas; paganas figuras de lujuria y éxtasis en sus hermosos cuerpos delineados por los hilos de sangre de los animales sacrificados, dicen los que más saben, que en días de luna llena se roban a los niños de las rancherías cercanas para repetir los favores ¿A cambio de qué? Del poder de sanar a las personas que llegan por peregrinaciones a este barrio ¡Son chamanes!
Los dos guardias que en esa noche vigilan el lugar del ahorcado tratan de no pensar en el lugar en el que se encuentran, sabedores de los bailes y pecaminosos quehaceres del barrio, su corazón suena más que de costumbre al son de una respiración acelerada tratan de que el sueño no les gane. La gente del barrio sabe que cuando hay un ahorcado su alma se queda en el lugar por días hasta que se le da cristiana sepultura y se le hacen sus novenarios, de no hacer así, deambulan dejando claro que alguien debe socorrerlos en su afán de lograr el descanso eterno; espectros lúgubres crean en su imaginación ¡Se agazapan ante cualquier ave que revolotee!
-¡Pero que puto frío que cala hasta los dientes que se trae! -le dijo Fermín a su compañero de guardia.
-De perdida nos jubieran dado una cobija, que ni para el jrío un café, me muina la noche que nos espera.
-¡Cállate tú! Que lo que mi hiela la sangri no es el jríuo, sino la cochinada de brujas y diablos que se dicen aquí las jay.
-¿Supites como se petatió el Cáscaras?
-¡Por ahorquiado qué no?
-Eso nos dijieron, pero la merita verdá fue que le robaron la cara
-¡No digas esas cosas que me enchino!
-Por mi madrejita santa que ansina jué yo ayudé a livantarlo, le jaliaron el pellejo y le sacaron los ojos, por esos los chilpayates que lo encontraron de a luego luego se jueron con el pagrecito…
¡Un crujido que partió en dos el árbol del ahorcado fue destrozado por un relámpago! Sumió sus corazones en un aterrador abrazo.
¡Un destello de luz y fuego! De manera inmediata un chaparrón se hizo presente ¡La fuerza del agua fue tal que se levantó de inmediato la corriente! Los guardias tuvieron que escapar del lugar, a fuerza de no poder regresar por pie, decidieron tomar camino y acercarse al alguacil para explicar lo sucedido.
Una grácil mujer vestida con falda de serpientes hechas de madera, cascabeles en sus tobillos y un pectoral en el cuello de oro deja ver sus carnosos pechos desnudos, hace piruetas al son de una flautilla, una danza de círculos que dan pie a embelesar quien le mire, su rostro está pintado de negros antifaces – hechos de la sangre del sacrificio- su cuerpo agazapado, casi de cuclillas desfila en interminables giros, su mirada perdida observa a las estrellas y una tenue luz de un pequeño fogón ritual resalta su silueta en la cortina de araucarias que frondosos sirven de telón.
¡El chaparrón menguó! A pesar de lo mojado el árbol sigue consumiéndose por las brasas, la silueta de finos movimientos ha dejado de danzar, se acerca al árbol tronado por la mitad saca del centro con un hacha la vaina madre de la madera recién tostada, un aroma a copal se hace presente y guarda en un costal pequeño a su cintura el botín obtenido, a lo lejos el sonido de la flauta ha bajado pareciera que quien la hace sonar se retira, el fogón ritual apenas en brasas suspira su tiempo final.
La mujer aún en éxtasis da sus finales círculos que marca con su pie, primero hacia un lado y después en mismo compás hacia el otro, su delgada figura muestra los vestigios de que fue bañada en sangre, hace su rito final cuando ¡Sintió un frío helado que le traspaso todo su cuerpo!
¡La espada de filo del alguacil le ha traspasado todo su frágil cuerpo!
-¡Maldita bruja! Por fin te encuentro ¡Dejarás de hacer tus hechizos a los pobres inocentes que pagan sus monedas por favores que nunca podrás hacer!
Aún en asombro la hermosa señora le mira, balbuceando con ligeros destellos de sangre que comienza a revolverse con su propia saliva le dijo…
-¡Vendrá otra en mi lugar!
-Le haré lo mismo- dijo el alguacil mientras empuja más la espada para lograr diseminar la tortura, en tiempo inmediato la bruja murió, aún con su fuerza de mantenerla de pie, tomó con su otra mano un pañuelo con agua bendita y se la colocó en la cavidad de la boca, sin desprender la espada la colocó en el suelo, observó su indumentaria y sacó del costal en la cintura la madera del árbol recién quemado, la olió ¡Desprendía un perfume! Luego hizo junto con los dos custodios que le avisaron del trueno una fosa, cuando estuvo profunda echó el cuerpo de la hermosa danzante y la taparon con la tierra.
-Pero mi siñor sargento ¡il oro!
-¡No se les ocurra tocarlo! Esto es el demonio, se va a pudrir en el infierno con todo lo que trae.
La mañana deslumbra con el fulgurante dorado que baña paso a paso los caminos que rodean lo que la gente llama “Arbolada de la Alameda” el camino viejo para llegar al barrio de San Francisquito…
Calle Cadena No. 8. Salón de Recepciones, Ciudad de México, febrero 1 de 1903.
Nadie había quedado tan contento de los trabajos realizados en la suntuosa casa de Don Porfirio Díaz que el propio, tocados clásicos de un Hermes que parece recién sacado del olimpo llevando algún mensaje importante a los dioses de su padre Zeus, el comedor luce esplendoroso ante la llegada de los primeros rayos del sol, un aroma de pistaches tostados invade toda la casa – picada favorita del presidente – quien camina con su arreglo de descanso para observar cada detalle, pasa su mano sobre las esculturas de mármol de Carrara que le hacen sentir la genialidad del artista.
¡Ha quedado más que contento!
Un lacayo se acercó para ofrecerle un tono de brandy en una copa especial que deja que evaporen los aromas pero que no se pierdan, tonos de madera, canela, tostados y algunos destellos de frutos secos le hacen el paladar previo al almuerzo, un dejo de total satisfacción invaden el espíritu del presidente Díaz, recuerdos cuando general en activo de todo su ejército le daba la circunscripción a la Ciudad de México para evitar la fuga del mal logrado emperador, el sabor de la sangre, un bridón de gran calado, su espada y ese peculiar olor a campo de batalla entre los tonos frescos del pasto pisado con la pólvora de los cañones le hacen perderse en su memoria.
-… ¡Señor!… señor – su mayordomo trata de traerlo de sus pensamientos – ¡Señor presidente mi general su visita ha llegado!
-¡Pero qué calamidad! Por favor que me espere… ¡Tráelo al comedor nuevo! Veremos que opina. En un minuto más estoy con él.
Caminó hacia su vestidor, el lacayo le ayuda a ponerse su gala de general, vivos destellos de oro les dan gloria a sus medallas ganadas en el campo de batalla, sus condecoraciones de otros países también penden, su espada y pistola le acompañan en todo momento, ahora como general supremo de las fuerzas armadas está listo para cualquier embate, su nostalgia aún aviva su corazón, pero su edad le sabe aún le arenca retos varios.
Una vez vestido y puesto en botas baja al comedor recién rediseñado.
-¡Pero mi amigo Don Desiderio! Que favor de acompañarme hoy en el almuerzo, ande siéntese que tenemos mucho de qué hablar ¡Alforjez por favor! -Indicó mientras recibía al comerciante con un gran abrazo.
-Señor presidente gracias por aceptar reunirnos, aquí mi Mariquita linda le manda unos frijoles charros que ella misma preparó para la ocasión.
-¿Frijoles charros? Pero si no los como desde el campo de batalla ¡Ande Alforjez por favor que calienten este suculento manjar! Y váyase poniendo cómodo amigo mío ¡Que hoy estoy lo que sigue de contento!
-¡Que alegría me da escuchar esto Don Porfirio! – Don Desiderio se sentó y a sus anchas se desfajó el cinturón porque un pequeño malestar le mantiene inflamado de vientre.
-Dígame Desiderio amigo ¿Cómo va ese Querétaro donde resuenan las campanas que añoran la partida de su emperador que defendieron a mansalva? Justo hace un momento emulaba las glorias de su derrota.
-Ya sabe señor presidente ¡Unos le lloran aún! Otros le odian, partido en dos diría, si me lo permite.
– ¿Y cómo se ha portado mi buen amigo Don Francisco González de Cosío? Ya hizo todos los apremios para nuestra Cámara de Comercio seguramente, no olvide que tenemos la feria de San Louis Misuri que nos está costando mucho la presencia ¿Ha sido buen compañero el señor gobernador?
-No como quisiera señor presidente, en nuestra primera reunión nos reventó con los destiladores ¡Vaya la que se armó! Luego cundió el pánico con dos bandoleros que nos restringieron todos los productos de la melaza ¡Imagine una ciudad sin piloncillos! Y pues todo parece saber que los ladrones fueron colgados sin saber qué o quiénes los mandaron a tal pena capital.
– ¡Ah pero que cabrón me salió este muchacho! – sonríe- ¿Está seguro de lo que me está comentando? Porque sabemos que las cosas no iba a ser sencillas amigo Desiderio -mientras no dejaba de comer sus frijoles charros- ¡Oiga que delicias estas de Doña Mariquita! Recuérdeme de darle un obsequio para ella, mire amigo que el ánimo no decaiga, le voy a dar un par de instrucciones y le va a acompañar mi secretario particular de regreso para que de viva voz me vaya diciendo lo que suceda, solo le voy a pedir discreción de su presencia ¡Él sabe hacerse el invisible! Y verá como le vamos a acelerar esto del trámite ¿El señor notario Esquivel ha asistido?
-Sí señor, dando fe de todo lo sucedido, aparte de cordial y caballero.
-¡Pues no se diga más! Esto está solucionado ¡Alforjez tráeme otro plato por favor!
Continuará…