16 de marzo de 1903 Hospital Civil de Querétaro, anexo del abandonado Real Beaterio de Santa Rosa de Viterbo.
Los pardos ocres del monumental patio de rizados barrocos dan al espacio un toque de lienzo clásico, árboles que le han ganado espacio a las lúgubres calizas de violáceos tonos revientan las uniones y entrelazan las raíces buscando el clamor de la humedad en la desvencijada fuente que rellena su cuerpo de la dócil lluvia que apenas reluce el moho del uso, los nidos de los machos grana cardenalicios revolotean ante los brillos del sol de la fresca mañana que anuncia el comienzo de la jornada.
Entre el murmullo de las quejas una blanca mujer que acompaña despierta Don Desiderio con un fuerte dolor en el bajo vientre ¡Aún no se sabe la gravedad! Pero sí le impide siquiera acomodarse en su tálamo, inclusive respirar le afecta.
– ¡No se mueva señor! – le insiste una comadrona que espera la dilatación final y lograr extraer al bebé de la quejumbrosa madre quien sostiene de sus muñecas las sábanas para soportar tales dolores ¡De santa! – ¡Está usted mal herido! No se le ocurra moverse o de lo contrario lo vamos tener que amarrar ¿Cuál es su nombre?
-Desiderio Reséndiz mi señora – sosteniéndose con mucho cuidado para lograr incorporarse a la orilla de la cama – ¿Qué me pasó?
-Lo encontraron los gendarmes, postrado en el suelo dentro de un charco de sangre, creyeron de inicio que estaba muerto, pero luego usted trató de incorporarse pero se volvió a desvanecer.
-No recuerdo nada ¿Qué día es hoy? – procuraba reclamar a la fuerza de su memoria y resolver el embrollo en el que está metido.
La octagonal fuente de tres niveles del hospital civil de Santa Rosa de Viterbo solo respira de los recuerdos de lo que tal vez fue la más hermosa de toda la ciudad virreinal tercera en su tipo que, debido a la llegada del agua a esta ciudad por el Marqués de la Villa del Villar del Águila logró hacer de su elegancia y porte el convento de mujeres de mejor prestigio en todo el Virreinato de tierras de Ultramarinos.
Mujeres casaderas que fueron abandonadas por el grácil mancebo que corrió a los brazos de la pasión y la tunería; aquellas hermanas mayores que no fueron del agrado de los pretensos que prefirieron a las filias menores de mejores caderas – para tener hijos- que al salto de la oportunidad su destino siempre fue incorporarse a estas hermanas de la tercera orden de San Francisco – con su dote por supuesto-; todavía de mayores arraigos ante la secrecía de la ocasión ¡Aquellas mujeres que tendrán a su hijo en estas barrocas paredes! Se les despojarán del mismo en atento aviso de sus señores padres que ofendidos en su honor han decidido no tener al vástago entre sus elegantes mansiones virreinales. La condena ante tal ofensa será el enclaustramiento de por vida – pena capital del alma- de la mujer que entre su túnica de albos brillos y tocado que esconde su larga cabellera lamentará de por vida aquellos arrebatos de la carne con el mancebo de sus quimeras ¡Siendo más la añoranza por el hijo perdido! Entre estos muros se ha erigido durante el sitio de la ciudad un hospital que atiende en pobres estancias y sucios patios a toda la población de esta ciudad de verdes frescores. Un hospital improvisado en los años del otrora emperador que dispuso de su espada a las faldas del cerro de las rocas de campanas en un día de lluvia de fuertes vientos, cómo si este lugar no deseara la presencia de los ejércitos republicanos, reclamando su herencia europea que tanto añora hoy día.
Este hospital dio cabida a los heridos de ambos lados, jóvenes serranos que defendieron del lado del general Tomás Mejía fierro bridón y escapulario de la libertad del pensamiento conservador de estas tierras bajo el sitio que ganaban día con día a mansalva, pero un traidor sacó de la victoria al emperador. Los soldados republicanos del Ejército del Norte que en las laderas del río Bravo dieron contundencia en su ataque las huestes invasoras, bajaron a sitiar este lugar como la epopeya de Jericó donde míticos josúes dieron derrota a esta amurallada ciudad de hierros y canteras.
Ante tal despilfarro de la vida este hospital dio cabida sin distingo de bando, lo mismo serranos soldados en elegantes uniformes franceses yacen en amputaciones con lamentos de pútridas infecciones, como soldados republicanos que en elegantes bombines sufren las mismas inclemencias del enemigo ¡La muerte no distingue patrias!
Es en este lugar de fantasmagóricas leyendas donde yace Don Desiderio Reséndiz, que más en queja, en preocupaciones de saberse buscado por su señora esposa Mariquita de Anda y de su hijo el casi doctor Antonio – quien muchos en la ciudad lo tachan de santo por sus poderes de sanación- seguramente ambos le volverán a recriminar sus andanzas con la ya de por sí cansada idea de erigir una Cámara de Comercio para fines de dar a conocer los comercios en Norteamérica, en las ferias en específico.
-Señora por favor avisen a mis familiares de mi existir en este hospital, seguro están en un soyo de preocupación, os lo ruego.
-Si en unos días no le han venido a buscar seguramente no les ha de importar, estese tranquilo señor que en un rato lo vendrá a ver el doctor, él ya le dirá que hacer, de mientras ¡No se puede mover caramba! – mientras la mujer trata de empujar el vientre de la mujer que parirá en simples instantes, ya es un rato los lamentos aumentan, Don Desiderio se conmina a simplemente observar.
Del otro lado del gran salón que funge como receptoría de camas yacen varios enfermos en condiciones poco salubres, sábanas con orines y aún manchas corpóreas que son nuevamente vueltas a colocar en otras camas sin resguardo de ser lavadas, hilos de supuraciones en las heridas, calambres y angustias rollen a los pobres que se quejan en un mar de dolor, seguramente con un destino fatuo por los cuidadores ante tales inclemencias.
El tiempo de Don Desiderio pasa en su tálamo contando cada una de las vigas que sostienen el techo, va de izquierda a derecha, descubrir el patrón de repetición de la más nueva a la más apolillada, la exactitud de la mujer que entra a observar a los pacientes ¿Qué más puede hacer? El reclamo incesante, como si solo al pasar el tiempo se lograra la recuperación, vuelven a repetir la escena, como una circense en actos.
De pronto escucha un ligero alboroto, como si alguien que al llegar obtuviera la atención de los lamentados, quejidos se convirtieron en súplica y las acciones de ir uno a uno elevan a los santos y marías portentosas gracias ante tal presencia.
Un joven de refinado aspecto se observa a lo lejos, su vestidura impecable le da un aire de ligeros bríos de santidad, se acerca a cada uno de los pacientes, escucha, toma de su mano, observa las heridas, toca y con una fuerte indicación les dice a sus ayudantías lo que deben de hacer:
-Un ligero baño de ruda con un poco de yodo, háganlo tres veces al día ¡Esto sanará pronto! – luego regresaba la mirada a su paciente y con un tono suave le decía – Tranquila esto es poco a lo que imaginé, en dos días usted estará como si no hubiera sucedido, dígame madrecita ¿Cómo se hizo esta herida? – escuchaba atento a todos los detalles, importándole – Mire madrecita procure que cuando vaya por sus cosas alguien le acompañe, cargar el bulto de leña es peligroso para alguien de su edad- grácilmente les daba un beso en la cabeza y se retiraba.
Así cama por cama con la paciencia de un padre amoroso – poco visto por estos lugares- se sienta y escucha atento cada una de las historias de los desequilibrados de su salud. Cuando llegó el momento de Don Desiderio trató de reconocerle, pero no le era posible, cuando veía su rostro sus ojos observan sus manos, cuando trataba de verle sus manos observa su blanco cuello ¡Cuándo insistía en mirarle al rostro de nueva cuenta sus ojos se llenaban de lágrimas! No le era posible alinear quien era incesante caballero de portentosos dotes.
-Dígame señor ¿Qué le pasó? -Don Desiderio no podía siquiera hilar frase ¡Una fuerza le rodea y llenaba de emociones su corazón!
-¡Soy un comerciante! – en involuntario desatino hiló una frase.
-Déjeme observarle- alzó la camisola roída que le cubría y vio una profunda herida de un arma filosa, como una daga, había dañado varios órganos, es una situación de vida o muerte si no se hace algo una terrible infección puede terminar con la salud y se cataloga como herida de “guerra” de aquellas que llenan las fichas informativas del hospital civil que seguramente terminará en un fallecimiento con mucho sufrimiento y alguien en reclusión.
La fina persona le pregunta varias cosas que no atinaba descifrar Don Desiderio, que cuál era su plato preferido, con quién vivía, su edad, mientras le tomaba la mano y tocaba su bajo vientre, tratando de enmendar con sus simples dedos heridas profundas, el comerciante solo sentía un ardor profundo ¡Cómo si algo le quemara! Luego un poco de nausea ¡Volvió su estómago! Sacó un material negro de viscosidad gruesa. Luego el joven le tomó su mano y trató con un apretón hacerlo entender.
-Papá… ¡Papá! Soy yo ¡Toño tu hijo! Regresa… regresa.
Don Desiderio asombrado se hizo hacia la cabecera de su cama ¡Espantado descubrió que está en la habitación de su casa! -¿Pero cómo es posible?
-¿Qué pasa papá? Te noto espantado.
-¡Hijo eras tú!- respondió aún asustado.
-¿De qué hablas? Seguramente volviste a tomar demasiado ¡Tranquilo! Mira, ten calma ¡Has dormido por dos días! Te encontraron unos gendarmes y te trajeron aquí, luego te removías en tu cama diciendo que tu herida, que dolía demasiado, pero al revisarte no encontré nada, así que dijo mamá que te dejáramos dormir y ahora despiertas.
-¡Pero yo te vi hijo! En un hospital de malas condiciones ¡Una mujer daba a luz! Anda ve allá, si vas al hospital civil y preguntas por el nacimiento de alguien entre hoy y ayer descubrirás que te digo la verdad.
-¡Ya papá cálmate! Anda descansa y al rato te vengo a ver – le dio un beso en su frente y se retiró.
Por la tarde ya repuesto Don Desiderio hizo a bien vestirse y tomar camino hacia los carrizales, lugar donde se yergue el antiguo barrio del beaterio de Santa Rosa, terrosas calles llenas de piedras, banquetas altas para las diligencias, un grupo de chiquillos corren detrás de un aro desvencijado, le acompañan unos perros que multicolores alzan polvo.
Llegó a la puerta principal del edificio anexo al convento descubriendo que el portón grande se encontraba a medio abrir, ingresó y miró al personal haciendo una especie de conteo de todo lo que había, camas, colchonetas, camillas, sillas, en realidad no mucho se contó, le pidió de favor le indicaran si hubiera algún director del hospital o un encargado, le llevaron a la oficina de quien custodia el edificio – que no es quien lo dirige- se esperó a que le diera oportunidad para hablar.
Una señorita escribe en grandes libretas la situación de lo que le toca catalogar, Don Desiderio juzga pertinente hacerle algunas preguntas:
-¿Es viejo este hospital señorita? – no obtuvo respuesta, decidió no insistir, un avejentado encargado del edificio le hizo la bienvenida.
-Pase usted señor ya me habían avisado de su visita, le esperábamos desde más temprano pero aquí está ¡Ande dígame! ¿Con cuánto nos va a poyar para comprar todo nuevo? – sorprendido el comerciante recibió la pregunta.
-¿Perdón? No recuerdo haber dicho algo a su persona- mientras se limpia el sudor de la nuca. Tomó el encargado unos papeles con algo escrito y los leyó, una vez terminó se volteó hacia Don Desiderio y le comentó:
-Mire, usted llegó por la mañana de ayer con una herida que le consideramos “De muerte” de hecho lo mandamos al área de terminales debido a su condición grave, junto a usted estaba también postrada en la cama contigua una joven madre primeriza que también se nos puso muy grave después de su parto. El hijo de usted el Dr. Antonio vino a hacer su visita de todos los días, aquí lo quieren mucho y dicen algunas ayudantías que es un santo ¡Un sanador! Lo cual no les creo, él vino por usted y nos mostró que ya estaba recuperado, que su herida había sido leve, ligera dijo él, al revisarlo ya no tenía nada, usted después de hablar conmigo me preguntó de todo aquello material que nos hiciera falta, que nos lo daría a la brevedad, pues le estamos haciendo el inventario para comprar todo nuevo y su visita nos alegra. Solo dígame una cosa ¿Cómo entró con su ropa llena de sangre si no hubo herida alguna?
Continuará…