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He venido al mundo a veranear: Mendoza

Premio Princesa de Asturias de las Letras

por Reforma
31 diciembre, 2025
en aQROpolis
He venido al mundo a veranear: Mendoza

En España, donde la tradición del humor literario no es tan fuerte como en otros géneros, Mendoza abrió una puerta que hoy siguen muchos colegas. Lo sabe porque cada tanto le llegan primeras novelas que buscan ese tono.

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En la literatura, el humor suele ser un visitante raro. No por falta de talento, sino por vértigo: hacer reír en un libro exige precisión, ritmo y algo todavía más difícil de explicar, explica Eduardo Mendoza, uno de los narradores fundamentales de España, reconocido este año con el Premio Princesa de Asturias de las Letras, quien lleva décadas demostrando que ese camino es posible.

Y no sólo posible, sino también fecundo, inteligente y lleno de complicidad con el lector.

Tras su reciente visita en México, en el marco de la pasada Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, Mendoza, en entrevista, ponderó el humor no como estrategia literaria, sino como una extensión natural de su carácter.

“He venido a este mundo a veranear”, dice, completamente en serio, el autor que pasó sus primeros años y su juventud bajo la sombra de la dictadura de Francisco Franco, en escuelas religiosas, en un régimen severo que marcó generaciones. Aun así, su respuesta es una carcajada contenida que no niega la oscuridad, pero la atraviesa.

Ese contraste -lo vivido y lo contado, lo duro y lo ligero- explica mucho de su obra.

Sus novelas, incluso las más ambiciosas, tienen siempre un guiño, un juego, una invitación a leer sin solemnidad.

“El humor me sale porque soy así”, confiesa, y reconoce al mismo tiempo que escribir humor no es un acto espontáneo.

“Es trabajar sin red. Una novela seria puede fallar y todavía sostenerse; una novela de humor que no hace reír fracasa en el acto”, califica el escritor, quien hizo su debut literario en 1975 con La verdad sobre el caso Savolta, en un año que también estuvo marcado por la muerte de Franco.

En España, donde la tradición del humor literario no es tan fuerte como en otros géneros, Mendoza abrió una puerta que hoy siguen muchos colegas. Lo sabe porque cada tanto le llegan primeras novelas que buscan ese tono.

“La intención es buena, pero no basta con tener ideas graciosas. Hay que desechar el noventa por ciento”, advierte el también autor de El misterio de la cripta embrujada.

Esa exigencia técnica convive con una realidad más incómoda: el humor envejece rápido, tropieza con referencias muy locales y sobrevive mal a la traducción. En Polonia, uno de los países donde mejor acogida ha tenido su obra humorística, un lector lo dijo sin rodeos: “¿Por qué escribe esas novelas serias tan largas y tan aburridas? De humor hay poco. Dedíquese sólo al humo”, recuerda el autor entre risas.

Hablar con Mendoza (Barcelona, 1943) sobre su juventud en la dictadura es como abrir una caja llena de anécdotas que hoy suenan a otro siglo, pero las cuenta con el mismo humor que aparece en sus libros.

La educación religiosa se convirtió, según él, en una vacuna contra las creencias rígidas; el servicio militar, en una lección de humildad culinaria: después de comer en el cuartel, nada en la mesa de su casa volvió a parecerle malo.

Cuando terminó la censura, muchos esperaban una avalancha de novelas de denuncia, pero no ocurrió.

“Queríamos escribir lo que no podíamos escribir antes y salieron muchas novelas de amor, como un gesto casi liberador: dejar atrás la obligación para dedicarse solo a escribir”, define.

Aunque estuvo rodeado de un ambiente sombrío y de censura en los tiempos del franquismo, Mendoza prefiere no sermonear ni aleccionar sobre autoritarismos ni polarización ideológica o política, sino delinear en un sentido práctico que quienes vivieron dictaduras tienen una percepción distinta del riesgo porque no idealizan la democracia, pero saben lo que cuesta perderla.

Y ahí vuelve a aparecer el humor, aunque ahora como antídoto. No para cambiar el mundo, sino para aflojar las certezas que lo vuelven más rígido, advierte el autor que también ha incursionado en el ensayo, la dramaturgia y el cuento.

“El humor crea distancia, vacuna contra convicciones demasiado sólidas”, advierte el escritor barcelonés.

Tener razón con demasiada seguridad siempre conduce a creer que quien piensa distinto es sospechoso, un enemigo. La risa, incluso una modesta, puede desarmar ese impulso, añade.

Territorios y premios

Mendoza podría hablar horas de su natal Barcelona sin repetir ideas. Pero lo hace con una mirada curiosa y nada sentimental. “Ni amor ni odio”, aclara. “Afecto y a veces enojo”.

Su ciudad es para él un laboratorio: ha vivido en Londres, Nueva York, Viena, y volver después de esos años le permitió ver su transformación de manera clara.

Barcelona fue gris, fue luminosa, fue contradictoria. Ha sido todo a la vez, un territorio de inspiración y creación.

En medio de esos cambios, Mendoza escribió La ciudad de los prodigios, una de las novelas más influyentes sobre Barcelona.

Pero no le interesa explicar su obra en retrospectiva. “Cuando termino un libro, deja de existir para mí”, afirma, y confiesa que nunca ha releído uno de sus títulos. Cuando ha tenido que hacerlo, por consultas de un traductor, el resultado no lo convence, “es comida recalentada”, define.

Cuando se le pregunta al reconocido autor sobre los reconocimientos, sobre todo el más reciente, el Asturias de las Letras, que recibió en octubre pasado, el también Premio Cervantes 2016 prefiere tomar esas noticias con cautela.

Aunque le producen una enorme alegría, no enaltece los galardones, pero tampoco los resta. Sabe que vienen en cascada, que cuando uno aparece, los demás se alinean.

“Los premios están muy bien, cuando uno empieza son muy estimulantes y cuando uno ya acaba pues son muy bonitos porque significa que algo ha hecho bien, que todavía está en buena posición en la opinión general, pero también hay que tomárselos con un poco de cautela.

“Los premios suelen producirse en cascada porque cuando a uno le dan un premio, eso tiene repercusión en los medios, entonces a uno le ven y alguien dice hay que darle otro premio porque debe ser muy bueno si ya le dieron un premio; ya le han dado dos, pues entonces más, tres, cuatro…

“Ahora me han dado una medalla”, comenta el escritor, quien recibió también la Medalla Carlos Fuentes en el marco de la FIL, a la que llegó como parte de la delegación de Barcelona, invitada de honor de la edición 2025.

“Pero es muy bonito, no me quejo”.

Etiquetas: asturiaslibroliteraturamendozapremio

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