FEDERICO ARREOLA
La expresión del título tiene que ver con un refrán bastante neoliberal, lo que preciso por puras ganas de provocar a quienes toman las decisiones en el primer gobierno de izquierda mexicano. Tal dicho es el de “pensar fuera de la caja”.
Me gusta tal frase, que fue creada por expertos estadounidenses en administración de empresas, o al menos es lo que dice Wikipedia; cualquiera que sea su origen, viene al caso.
Aclaro por qué me dirijo en este artículo a tres personas:
- Al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, porque es quien tiene la última palabra y, además, porque se ha especializado en pensar fuera de la caja.
- Al secretario de Salud, Jorge Alcocer, porque es el experto en el tema y porque sabe escapar de las fórmulas convencionales.
- Y a la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, por la importancia del territorio que administra y, desde luego, porque como AMLO y Alcocer, durante toda su trayectoria ha exhibido capacidad para resolver problemas complejos alejándose de las soluciones tradicionales.
Empresas como centros de vacunación
Me han dicho que la Secretaría de Bienestar federal, en una acción que la enaltece, se ha puesto de acuerdo con directivos de algunas empresas para llevar vacunas a los centros productivos.
Supongo que ello obedece al hecho de que, en determinadas localidades, las instalaciones empresariales son el mejor lugar para organizar la compleja logística de vacunación.
Un paréntesis
En Estados Unidos existe un programa de vacunación en el lugar de trabajo. Pueden consultarse detalles del mismo en la página de internet de los CDC (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades). Aquí: Programa de vacunación en el lugar de trabajo
En el vecino país está abierta la opción para vacunar a los empleados y a las empleadas de las empresas “en las instalaciones del lugar de trabajo”, ya sea en clínicas de salud que la compañía tenga, en “clínicas temporales de vacunación administradas por el empleador” o bien en “clínicas de vacunación móviles que acuden al lugar de trabajo”.
Es una opción disponible para las empresas que tienen:
- “Una gran cantidad de trabajadores en el lugar con horarios predecibles”.
- “La capacidad de inscribirse en el programa de vacunación de su jurisdicción como proveedor de vacunación, lo que incluye personal adecuadamente capacitado, o de contratar a un proveedor de vacunación inscrito”.
- “Un lugar con suficiente espacio para instalar una clínica de vacunación donde se pueda mantener el distanciamiento social durante todo el proceso, desde la evaluación hasta la observación posterior a la vacunación”.
Esa es una buena idea para acelerar la vacunación en el país que más ha inmunizado a sus habitantes, pero que sigue sin poder cantar victoria en la guerra contra el coronavirus porque, desgraciadamente, sobran tontitos y tontitas que rechazan las vacunas.
Hasta donde entiendo, el mencionado programa no trata de obligar a los empleados y a las empleadas de las empresas a vacunarse, aunque quizá debería llegarse a tal extremo.
Obligar a vacunarse no atenta contra la libertad personal, como no es autoritarismo exigir una licencia para poder conducir automóviles.
No pocas empresas estadounidenses ya evalúan exigir a sus empleados la cartilla de vacunación. Las razones para hacerlo son correctas. Un ejecutivo importante —lo leí en el Financial Times—, Scott Kirby, de United Airlines, aplicará tal medidas porque ya se cansó de escribir cartas de condolencia a las familias de los trabajadores y trabajadoras que han fallecido; de ahí que analice obligar a vacunarse a todos y todas en su empresa.
Pero eso en Estados Unidos, donde sobran vacunas, que financia el gobierno.
En México nos hacen falta vacunas.
Evidentemente enfrentamos un problema de recursos para adquirirlas en las enormes cantidades que se requieren. De ahí que el presidente de México, con sentido de responsabilidad y patriotismo, busque que el gobierno de Estados Unidos nos entregue más dosis como donación.
Me pregunto si atenta contra el proyecto de la 4T pedir donativos no solo a un gobierno extranjero, sino también a las empresas mexicanas e inclusive a las multinacionales con sede en México.
Como las empresas no tienen vacunas —no se permite que las adquieran—, entonces se les debe pedir es dinero para que el gobierno las compre.
La situación es tan compleja y están creciendo tanto los contagios que seguramente sobran empresas con recursos amplios para donar al gobierno uno o varios millones de dólares.
Donativo condicionado a: (i) que Marcelo Ebrard vaya a Pfizer o a AstraZeneca —no a China, seamos serios— para comprar vacunas a aplicarse a los, digamos, 2 mil empleados de determinada compañía y a sus familias; (ii) montar una excelente clínica temporal de vacunación en sus instalaciones, atendida por personal calificado —desde luego supervisado por especialistas del secretario de Salud, Jorge Alcocer—, y (iii) donar algunas inyecciones a sus proveedores o a la comunidad.
Si no compromete la soberanía nacional aceptar los donativos de vacunas que nos hace el gobierno de Estados Unidos, menos aún dañaría a México que sus empresas pongan dinero para inmunizar a sus trabajadores y trabajadoras.
¿Por qué no hacerlo?
Mejor eso que soluciones creativas que son bienvenidas, pero que no alcanzarán para mucho, como la de Samuel García, gobernador electo de Nuevo León, quien ha negociado que la ciudad de Laredo, Texas, done 16 mil vacunas a regiomontanos y regiomontanas que vayan en caravana a ese lugar.
En Monterrey, como en la Ciudad de México, lo mismo que en otros lugares, las empresas están listas e inclusive deseosas de entregar dinero a alguien para que compre vacunas y seguir todos y todas trabajando en las tareas productivas que nuestra sociedad tanto necesita.