ENTRE LÍNEAS
“Que digan que estoy dormido y que me traigan aquí…”
Con honores, como héroes han regresado al país las cenizas de 245 migrantes desde Estados Unidos, todos bien documentados, no en vuelo comercial, entre las maletas, sino en un avión militar, como se debe. Previo a su salida de Nueva York, se realizó un servicio fúnebre en la Catedral de San Patricio, encabezado por el arzobispo de esa ciudad, Timothy Cardinal Dolan, con la presencia de familiares de los fallecidos. Migrantes que han vuelto a su lugar de origen, se les ha cumplido su deseo: “Que digan que estoy dormido, si muero lejos de ti, México lindo y querido…”
Para migrar se han tenido que tomar muchas decisiones difíciles. Significa dejar a su familia, a sus padres, hermanos, esposa, hijos, a sus amigos, su escuela, su barrio, su ciudad, sus expectativas de realización en donde pertenecen. Cargando con estas pérdidas, tienen que enfrentar una serie de dificultades del más diverso calado: desde enfrentar lo desconocido, coyotes, engaños, fraudes, hasta hambre y sed, falta de espacios para descansar, caminatas largas, persecución, hasta humillaciones y malos tratos. Empezar una vida sin dinero en otro lugar implica retos que no cualquiera los supera. El desconocimiento del idioma no es el reto mayor, el reto mayor es el emocional, el enfrentar las dificultades con todos esos déficits a cuestas, el haber dejado atrás tantas cosas queridas. Es un duelo.
Sin embargo, esas dificultades en realidad se transforman en pruebas superadas, en un entrenamiento para el éxito. Cuanto más grandes y difíciles hayan sido las carencias, mucho mejor podrán con lo que sigue. La carencia mayor hace más grande el deseo de salir, de superar esas situaciones. La falta produce el deseo. Ese es el secreto del éxito de los migrantes. Mentalmente se encuentran en mucha mejor situación que los nativos, porque tienen el resorte de la falta que los empuja a superar cualquier dificultad, a aguzar mejor los sentidos en un medio ambiente adverso. Nace la resiliencia. Éste es el lado opuesto de la moneda. Por eso Freud llegó a decir: “Soy un afortunado porque nada me ha sido fácil”.
Para Sócrates, el reconocimiento de la falta era un recurso o instrumento para alcanzar la necesidad del eros, era el reconocimiento de los límites, más allá de lo puramente intelectual. Tanto Lacan como Heidegger consideran que se trata de un elemento central del procedimiento educativo. En contra de un hegelianismo del saber absoluto, Sócrates apunta en otra dirección, mostraba el enorme valor de la falta en el proceso educativo. Heidegger, en Ser y Tiempo, desarrolla el concepto de finitud. El ser es un ser inacabado, incompleto. Esto es básico para que haya deseo. De otra forma estaría muerto. Lacan afirma: “Pude darme cuenta de lo maravilloso de ser vulnerable”. El psicoanálisis no tiene como fin la completitud, sino el reconocer la falta y producir deseo.
La historia nos da testimonios de numerosas biografías que comenzaron precisamente con una vida de carencias, como resorte necesario para la superación personal. Mientras más apretado hubiese estado ese resorte, más posibilidades tendría de llegar más lejos.
No me referiré en esta ocasión a las ventajas competitivas del trabajo migrante, la mano de obra barata ha permitido a miles de empresas estadounidenses ser competitivas. Ese es uno de los grandes aportes de los migrantes a la economía más grande del mundo. Sin ellos no podría competir como lo hacen en el mercado mundial. El reconocimiento a las aportaciones de los migrantes de parte de los dos presidentes, López Obrador y Trump, en la reciente visita de trabajo a Estados Unidos, ha consistido en resaltar lo evidente, que ya es un gran logro, teniendo en cuenta la sarta de estupideces sobre los migrantes mexicanos que Trump venía repitiendo desde 2015.
La pandemia ha hecho evidente la situación desventajosa de los migrantes en las grandes ciudades estadounidenses, quienes la tuvieron que enfrentar en las perores condiciones de seguridad e higiene, sin apoyos del estado, dejados a su suerte.
La repatriación tiene, además, otro significado social que muchos de los muertos por COVID 19, no han podido disfrutar, y es la ceremonia de despedida por los suyos. Emile Durkheim ha estudiado con mucha profundidad la importancia de los ritos funerarios en la comunidad. Una muerte amenaza con la desintegración del grupo humano, el sentimiento de pérdida y el temor de desintegración se suplen con los ritos, con la congregación social, con la certeza de la despedida. Es necesario el ritual de despedida para estar en paz. Por eso los desaparecidos y no vistos son causa de inquietudes e intranquilidad de sus deudos, queda el fantasma de la incertidumbre: ¿Y si estuviera vivo?
Las ceremonias fúnebres tienen ese sentido de cohesión social, de paño que limpia la incertidumbre de la muerte. Por ello, cuando fallece algún ser querido o algún conocido, todos vamos a reforzar la cohesión, la unión, para diluir el sentimiento de fragilidad humana que significa la muerte. Nos esforzamos por recordar el pasado, las historias de la vida del difunto para no enfrentar la incertidumbre del más allá.
¿Por qué importan los cadáveres o las cenizas de los muertos? Porque no se trata de cosas, sino de personas, porque el cuerpo es un símbolo, lo que hubo detrás de él es la persona humana. La Antropología, pero sobre todo la Arqueología, dan testimonio de los entierros y de los ritos para conservar los cadáveres, por el alto nivel de simbolización del cuerpo en las diversas culturas humanas. Por ello podemos afirmar sin duda que el hombre es trascendental, que el cuerpo importa como símbolo, que no es composta, sino que requiere de ritos y ceremonias para despedirlo y conservarlo. Que hay un más allá del cuerpo que nos trasciende.