ENTRE LÍNEAS
Se ha mencionado con frecuencia en círculos psicoanalíticos que México es un país de mucha madre y poco padre. Es decir, se enaltece la figura de la madre, no hay comparación en la celebración del día de la madre y el del padre. La palabra “madre” o “madres” se utiliza para más de veinte acepciones, algunas de grandeza, otras peyorativas, pero lo cierto es que la madre es una realidad afectiva, tangible, directa.
En cambio, el concepto de padre es mental, intelectual, es un tercero en la relación madre-hijo, tiene que ver más con la imposición de las normas en la infancia y con la figura de apoyo y proveeduría, que con esa cercanía simbiótica del hijo con su madre.
Todos conocemos la famosa frase “verás cuando venga tu padre”, asociado al castigo y a la imposición de las reglas. Esa es una función del padre, la otra función esencial de la relación del padre con la diada hijo-madre, es precisamente la separación del hijo de la madre. Cuando no se logra esta separación el hijo queda atrapado por la madre y empieza la angustia, la simbiosis se hace realidad.
El abandono del padre en la crianza de los niños es mucho más frecuente de lo que uno se pueda imaginar. El efecto más notable es la ausencia del apoyo, la falta de la sensación de fortaleza, que pega definitivamente en la seguridad del niño. La identificación del niño con su genealogía paterna es esencial para la conformación de su psique, de lo contrario no se fortalece la función estructurante del narcisismo, necesaria para la autoestima y el sano crecimiento. Por eso es muy importante la revaloración del papel y presencia del padre en la formación de los hijos y la fortaleza de su presencia así como la relación con la familia paterna.
Pero se trata de un papel muy distinto al que se da dentro del patriarcado. Éste no es mas que un sistema de dominación e imposición masculina que no sólo ha subyugado a la mitad de la población del planeta, las mujeres, sino que también ha despreciado o subvalorado unos valores que ahora reivindicamos como esenciales. Esta concepción de las relaciones patriarcales, donde predomina una masculinidad mal entendida, no es mas que un medio de control y de abuso de esa autoridad que le otorgaron las madres al remitir la valoración del comportamiento de los hijos a la autoridad paterna y que se expresa culturalmente en todos los niveles posibles: las doctrinas religiosas, los mitos, las leyes, las estructuras familiares, la sexualidad y los sistemas laborales, emocionales, psicológicos y económicos, a través de la violencia.
A partir de las transformaciones socioculturales y laborales actuales, observamos el creciente acceso de las mujeres a la educación superior y su inserción en los diversos ámbitos profesionales. Esta transformación, que impacta en la subjetividad y en el desempeño de roles femeninos, influye diferencialmente en la vinculación entre ambos géneros, en las configuraciones contemporáneas de la familia y desafía los imaginarios sociales convencionales.
La salida de la mujer del espacio privado fue un proceso muy largo, y en algunas partes aún no termina, pero el efecto cultural de este hecho, aunque imperceptible, es único y definitivo. Los perfiles del “deber ser” son completamente distintos a lo que deberían ser los hombres y las mujeres en otras épocas. Se dio una conquista del espacio público, de modo que las nuevas generaciones ya no pueden tener la misma lectura en términos del “deber ser” como hombres y como mujeres. Las tasas de divorcio, por ejemplo, se han ido multiplicando exponencialmente, este hecho es uno de los efectos reales del cambio que tiene implicaciones para la estabilidad de familia y de la pareja.
En este enfoque quiero compartir una reflexión con ustedes. La transformación que impacta la subjetividad y el desempeño de los roles femeninos, ha impactado también la subjetividad y los roles masculinos.
Está claro que el cambio cultural ha transformado las principales estructuras de las que depende la reproducción de la vida cotidiana. Desde el momento en que la mujer sale del espacio privado, se rompe la familia nuclear y entonces deben desarrollarse otros medios de convivencia.
La vida de pareja, con su profunda y amplia visión de la relación hombre-mujer, también ha cambiado. Ahora las mujeres demandan una pareja diferente a las expectativas que se tenían con anterioridad. No buscan un hombre tradicional, distante, poco sensible, poco comprometido, si no encuentran al nuevo hombre dispuesto a la nueva medida, simplemente, renuncian a la posibilidad de compartir la vida con una pareja. Las mujeres viven una nueva realidad que les impide reproducir esos estereotipos.
En esta parte del proceso estamos debatiéndonos entre el pasado y el presente, estamos viviendo esa contradicción. Hay un pasado que evidencia resistencias para desaparecer de nuestro contexto social y de nuestras prácticas cotidianas y un tiempo socialmente nuevo que aún no termina de nacer porque no está definido en su totalidad, aún no sabemos cuál va a ser el nuevo estereotipo de la relación hombre-mujer, aunque contamos con sociedades desarrolladas que pudieran ser ejemplares, o modelos, para esta nueva relación. Sin embargo, no vivimos en Finlandia, Suecia o Canadá. Estamos en el México de hoy, con todas sus contradicciones.
En este México de hoy, existen hombres que ya no aceptan el rol de proveedores, del fuerte, del que no llora, ya no se conforman con ser el padre castigador. El “deber ser” masculino, se confronta porque el “deber ser” de las madres que se han transformado, no permite la reproducción de conductas estereotipadas.
Antes había una perspectiva binaria del rol de los géneros. Ahora ya no es una perspectiva universal y generalizada. En muchos ámbitos esa visión es disfuncional. Existe una nueva lógica de reproducción social. Esta confrontación obliga al hombre a buscar otras características que afirmen o expresen su masculinidad, los mismos hombres rechazan el sentido del patriarcado antiguo con la supremacía masculina. Muchos deseamos que gobiernen las mujeres por ser mejores administradoras y porque con ellas es más fácil promover una cultura de la paz.
Hay tres factores que impiden repetir el mismo estereotipo: En primer lugar, “el otro”, o mejor dicho, las mujeres que ya no están dispuestas a aceptar una relación de subordinación con respecto al hombre. En segundo lugar, los propios hombres que ya no aceptan ese malestar cultural, el peso de la cultura tradicional que los cargaba de responsabilidades económicas, afectivas y de actitudes con las que no podían y no sabían manejar. Finalmente está la sociedad, el contexto social que se está recreado a partir de otro tipo de elementos, nuevos roles, nuevos valores, nuevas imágenes de la mujer moderna. La percepción de la mujer, como género, en este nuevo contexto ya no es la misma, pero tampoco la del hombre.
Es decir, existen nuevas perspectivas de la nueva realidad del hombre y su dificultad para afrontar las estructuras de la vida cotidiana derivadas de una mayor participación de las mujeres en la vida económica, social y política del país.
Confieso que mi estructura familiar original era estrictamente patriarcal, pero es posible salirse de esa estructura que es como una jaula con presiones por todos lados. A raíz de mi viudez, yo me esforcé en aprender a hacer de papá y de mamá, si es que existe división en los papeles de estas dos figuras, deberíamos ser simplemente padres, sin tareas relacionadas con una norma cultural de sexo binario.
Para algunos esta idea es inapropiada, pero a mí me sirvió para admirar más a las mujeres, su inteligencia, su habilidad para hacer de comer rápido y sabroso, la preocupación y ocupación efectiva en los asuntos reales de la vida. Su disposición continua y su visión más cercana hacia las cosas más simples y esenciales de la vida. Su desarrollada inteligencia emocional. Sus gestos y palabras llenos de gracia.
Nosotros los hombres, como género, tal vez divagamos mucho sobre saber cuándo un niño está enfermo y qué hacer en ese preciso momento. Me di cuenta de que el género está dado en función del exterior, de la cultura, que uno puede amar como hombre o como mujer sin distinciones. Sólo de broma aprendí a decir, en las noches que tenía algún compromiso oficial: “me disculpan, pero tengo que hacer mi función de mamá”. La función de padre o de madre es indistinta, excepto las biológicas, las demás tareas son atribuidas básicamente por la cultura patriarcal. El qué dirán los demás inhibe el gozo de ser tierno, de jugar con los niños, de hacer de comer, de lavar, planchar, asear, curar, amar, etc. etc.
La vida adquiere otra perspectiva mucho más rica, gozosa y comprometida. Por eso celebro el día del padre, pero del padre nuevo que soy, sin matices patriarcales, ni violentos, sino llenos de amor hacia mis hijos, hacia las mujeres y hacia la humanidad.