ENTRE LÍNEAS
No se trata de una puntada más del presidente sino de una estrategia de ocultamiento. Lo que llama la atención es quién formula la propuesta y el momento de hacerlo. En principio se trataría de un asunto que deberían de discutir los tecnócratas a los que el presidente tiene una clara aversión y el otro tema es que hace la propuesta en medio de la crisis del coronavirus en México y con una caída enorme del PIB de más del 7 por ciento según los pronósticos más favorables. Se entendería que la formulara si estuviéramos creciendo al 7 del PIB, como una opción para dar más énfasis al desarrollo humano y a la distribución de la riqueza, pero es al revés, contrariando, además, sus propias demandas de campaña de crecer el PIB el primer año al 4 por ciento, es decir, busca hacer invisible lo que para todos es un hecho, la caída en picada de la economía.
En principio, se trata de una discusión vieja, de 70 años, de la época del “Cepalismo”, que se dio cuando Raúl Prebisch fue el director de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), este organismo especializado de la ONU para el desarrollo económico de América Latina, el “desarrollismo”, apegado a la teoría clásica de la economía, como alternativa opuesta a la teoría de la dependencia de orientación marxista, con teóricos mucho más influyentes en los sectores universitarios e intelectuales de los países latinoamericanos, como en su momento fueron Theotonio Dos Santos, Fernando Henrique Cardoso, Enzo Falletto, Pedro Paz, Octavio Ianni, André Günder Frank, Helio Jaguaribe, Aldo Ferrer y en México nuestro querido amigo Miguel S. Wionczec. Todos los estudiantes los leíamos en los setentas, incluyéndonos nosotros en El Colegio de México, donde pudimos convivir incluso con los teóricos de las dos corrientes, por un lado, con Víctor L. Urquidi, que era el presidente de El Colegio de México y fue uno de los grandes impulsores de las teorías de desarrollo de la CEPAL, así como nuestros maestros de Economía como Luis Szekely, Carlos Roces, Sofía Méndez y Adrián Lajous y, por otro lado, nuestro querido amigo José Thiago Cintra que nos acercó con Fernando Henrique Cardoso, Octavio Ianni, Celso Furtado y Pedro Paz. De 1976 a 1978 estuve dando la clase de economía internacional en CU de la UNAM, en la Facultad de Ciencias Políticas, donde me topé con los grandes amigos de López Obrador, como Carlos Imaz, que enarbolaban las banderas de la teoría de la dependencia y las tesis de Marta Harnecker y Ernest Mandel como si fuera el Corán.
Esto explica, entre otras causas, la vuelta a la discusión sobre el PIB, como si no hubieran pasado 50 años de evolución de las ideas. La OCDE, de hecho, ha incorporado a la medición del desarrollo 11 indicadores cualitativos desde hace más de 10 años, lo mismo la ONU con el llamado desarrollo Humano, como instrumento eficaz para impulsar el desarrollo y no sólo el crecimiento de la economía sin equidad. La ONU ha mantenido el uso del índice de desarrollo humano en su continuo trabajo persiguiendo valores como la sostenibilidad y la reducción de los niveles de desigualdad entre continentes. De este modo, no solamente se tiene en cuenta el nivel de ingresos y rentas de los individuos de un país, sino que también mide temas como la educación y las condiciones de vida en las que se desenvuelve la persona, la sostenibilidad y la seguridad pública, índices en los que México no sale bien calificado. ¿Qué alternativas seguir? No podemos llegar al extremo de un Producto de Felicidad Bruta como en Buthán. La felicidad, a pesar de que la intenten encuadrar con indicadores mensurables, no dejará de ser subjetiva. Excepto en el Producto de Felicidad Bruta, en los 11 indicadores de la OCDE salimos mal parados. ¿Sirve de algo cambiar el PIB?, quizás se puedan dar unas malas traducciones, como aquella que traducía el PIB y cambiaba bruto por tonto, el Producto Interno Tonto.
El meollo del asunto está en los problemas de las grandes desigualdades que se dan en nuestras sociedades, pero principalmente en México y en las decisiones que se están dando para generar una sociedad menos desigual, el asunto no es cambiar terminologías, sino cambiar estrategias. Por ejemplo, en la estrategia para reactivar la economía después de la gigantesca crisis del COVID 19, no se puede centrar sólo en apoyar a los más pobres y desprotegidos, la crisis ha empobrecido a una gran proporción de la clase media, ¿Cuántos? Entre 15 y 20 millones más. Se habla de más de 750 mil desempleados. Está bien que se proteja a los pobres, “los pobres primero”, pero ahora que son muchos más los pobres no alcanza la cobija presupuestal, y todos somos mexicanos. La economía, si no se reactiva en su totalidad, sobre todo los sectores más dinámicos, menos alcanzará la cobija presupuestal, con una economía sin apoyos bajará irremisiblemente la captación de ingresos tributarios. ¿Es muy difícil ver esta situación? Parece que sí.
Atacar a los ricos o a los empresarios de pequeñas, medianas o grandes empresas da una señal equivocada. No se debe buscar igualar en la pobreza, ganar dinero no es malo. Se debe buscar igualar en la riqueza, en la igualdad de oportunidades, pero no dividir a la sociedad en ricos y pobres, en conservadores y ¿? ¿La cuarta transformación qué es? Si se plantea en términos de igualdad en la pobreza, será una pobre propuesta, que dañará al país en su conjunto. México como miembro del TMEC, no puede ser concebido como una República de Pobres, porque no lo somos, tenemos mucho mejores oportunidades de acceder al desarrollo que ningún otro país de América Latina, u otro lugar del mundo. Si la integración económica con Estados Unidos a través del TLCAN generó grandes desigualdades, también generó grandes riquezas y no por eso se dejará de participar en el TMEC, se deben buscar estrategias claras para buscar la equidad, no sólo discursos mañaneros.
El PIB no es la panacea, pero es una medición útil para comparar el propio desarrollo con respecto a otros tiempos y también en relación con otros países. Las empresas calificadoras, no van a incrementar grados de solvencia económica basados en la felicidad, sino en el ingreso. Dejar a un lado dicho indicador implica diseñar el futuro económico del país sobre datos sin correlatos claros, medibles, seguros. Nos sucede igual con la etapa de reactivación después de la pandemia, ¿sobre qué datos se toman las decisiones si no hay la medición de las pruebas y por ende no existe posibilidad de seguimiento de los contagiados? Sin pruebas vamos hacia la incertidumbre. Lo mismo que sin los indicadores del PIB, es como si condujésemos un auto en una carretera desconocida sólo viendo el retrovisor. Tenemos un presidente historiador, pero necesitamos también un estratega.