En tanto no se demuestre lo contrario, sólo en nuestro planeta tierra existe vida manifestada en miles de millones de complejas especies vivientes, de entre las que destaca como gran protagonista el ser humano; lo es, porque es “el único ser racional que busca el conocimiento sólo por conocer” y al conocer y experimentar, puede intuir lo que preocupa al otro y pensar en los demás enriquece su experiencia y empatía, lo que le conduce a vivir en comunidad, en grupo, en familia. Mientras no se demuestre lo contrario, el ser humano es la única criatura en todo el universo, que intenta comprender de dónde viene e indagar y preocuparse por su futuro.
Vida, tener vida, conservarla y ser feliz ha sido el objetivo de la humanidad. De esta imperiosa necesidad se han derivado invasiones, guerras, pacificaciones, religiones, educación, perfeccionamiento académico; transformaciones alimentarias y científicas para alargarla, descubrimientos tecnológicos e inventos, millones de inventos para vivirla bien, más tiempo y con mejor calidad, todo, con el único fin de que vivamos mejor cada uno y todos y que el planeta tierra se conserve como hábitat de ese gigante que es el ser humano, y que los recursos, vegetales, animales, minerales y todos los que existan sean para que su vida, la única que tendrá, sea feliz.
Larga y sufrida ha sido la evolución y permanencia del ser humano para llegar al siglo veintiuno, para sobrevivir a los reacomodos del planeta, además de empatía y solidaridad ha contado con un elemento únicamente concedido a él como gran protagonista en este mundo: el amor.
La manifestación de amor más sublime y humana es la que dan hombres y mujeres a un ser indefenso del que no se espera reciprocidad: sus hijos; porque ellos garantizan la permanencia del ser humano y con ello la existencia del planeta tierra. La mayoría se esfuerza y hasta da su vida por tenerlos y protegerlos; algunos los adoptan o ruegan a la ciencia la posibilidad de dárselos para sentirse completos. Vida y amor son sin duda las palabras más escuchadas y de ambas surge la valiosa libertad y paradójicamente en su nombre se busca revertir la secuencia de la vida contraviniendo la naturaleza de toda especie viviente que es la reproducción.
Que no quieren traer al mundo un hijo no deseado, que no quieren ser madres, que su cuerpo es suyo y de nadie más, argumentan las mujeres que solicitaron que el aborto no sea considerado delito y así se les concedió; pero ésta liberación de castigo no incluye liberarse del sentimiento de culpa, el vacío y la soledad que manifiestan sentir mujeres que han abortado y es que lo abortado no fue una vísera o un tumor, fue un ser vivo al que se le eliminó la posibilidad de disfrutar de la maravillosa vida; la culpa por esta decisión o cualquiera que la implique, se evidencia cuando, quien la padece, pide que no se le juzgue, que se le respalde, cuando pide empatía y busca afanosamente justificarse, busca aliados y mil formas de convencerse asimismo y hasta se enoja e insulta a quien no lo hace. Eso es culpa. Si no lo fuera, por todos los actos cotidianos y bien intencionados nos estaríamos justificando.
Gracias a la vida hoy estamos los que estamos y estuvieron los que nos la dieron y con amor, derribaron quién sabe cuantos obstáculos para que disfrutáramos lo mismo que ellos, vivirla, simplemente vivirla. Solamente queda agradecerles, Al tiempo.