EL JICOTE
López Obrador ha cumplido una de sus promesas de campaña: ha decidido no gobernar ni en la quietud ni en la inercia. Con verdadera compulsión ha roto rutinas y borrado instituciones. Algunos cambios son distractores, fuegos de artificio, pero otros no hay duda que han abierto oportunidades reales de cambio. Nadie puede quejarse que López Obrador no trabaja a un ritmo colosal, el problema es que el “homo faber” va demasiado rápido y deja siempre atrás al “homo sapiens”, y nos tiene en la orilla de la butaca por el asalto permanente del “homo locuax”.
El Presidente es un conocedor de nuestro sistema político, sin duda que con todas las deficiencias y limitaciones de los procedimientos, tenía aciertos; además había una buena cantidad de gente valiosa aplicando los programas. A machetazo limpio, como si fuera Santiago contra los moros, ha cortado cabezas, ha cambiado leyes, reconsiderado diagnósticos. Como reflejo condicionado ha hecho todo lo contrario a lo conocido en la actividad pública.
Su mayor acierto la lucha contra la corrupción, y cómo no lo voy a destacar, si el Presidente en forma generosa ha mencionado elogiosamente mi libro sobre el tema. Sería, de entrada, ingrato, que es peor que irle a las chivas del Guadalajara, pero además contradictorio, pues en mi texto enfatizo que la corrupción es el mayor problema de México. En este aspecto, lamentablemente, ha sido omiso al no apoyar al Sistema Nacional Anticorrupción. El compromiso se observa rajado y hasta sospechoso.
No se queda atrás en trascendencia histórica su austeridad. Lamentablemente llevada a extremos bárbaros, como los moches en salud, las estancias infantiles y los refugios de las mujeres golpeadas. La austeridad personal de López Obrador es su gran patrimonio. Ha despreciado como nadie las columnas doradas del poder. Al país le urgía un Presidente con esta autoridad.
Sus peores errores: políticamente su discurso maniqueo. La República amorosa no puede basarse en posturas polarizadas y de odio; su evidente religiosidad cristiana es incongruente con sus insultos, burlas y falta de tolerancia con sus adversarios. En obras, el error tamaño caguama es el aeropuerto de Santa Lucía; mintió, hizo consultas patito, todo para sacar adelante su capricho. No ha sido tenaz, virtud de la voluntad que sopesa las posibilidades de éxito; no, él ha sido terco, necio, ha actuado sin importarle nada. Su peor desgracia como gobernante, su vanidad, es prima hermana de la soberbia. En su diccionario tiene casi borrada la palabra autocrítica. En su discurso 89 minutos de auto incienso ante 14 segundos de autocrítica, defectito personal que imposibilita enmendar las equivocaciones.
En fin, los que mantienen la esperanza, estén listos para apoyar y marcar su distancia de los errores de López Obrador, los escépticos, prestos también a apoyar con su crítica al Presidente, y no regatear los reconocimientos a sus aciertos.
Los dejo descansar y descanso. Me voy de vacaciones, regreso el 23 de julio. Gracias por todo.