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Gógol en la conciencia

La letra desobediente

por Braulio Peralta
9 marzo, 2022
en Editoriales
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Chéjov escribió: “no hay que bajar a Gógol hasta el pueblo, sino elevar el pueblo hasta Gógol”. El actor Carlos Ancira entendía a la perfección al autor de Apuntes de un loco –cuento que terminó en monólogo bajo el nombre de Diario de un loco–, y que el intérprete mexicano supo llevar a escena todos los lunes en El Galeón, por 25 años. Pude ver aquella representación en la década de los 80s, antes de que muriera Ancira, en 1987.

Gógol nació en Ucrania, nombre que hoy conocemos en el mundo por la incursión de tropas de la Rusia de Putin, contra el pro OTAN: el comediante Zelenski. Las guerras sirven para aprender geografía. Y recordar a Gógol en El inspector, que Alfonso Arau convirtió en película: la corrupción del poder en estado puro. Es el mismo autor de Las almas muertas y La boda. Y un cuento magistral, El capote: su personaje, Akika Akakievich es “un hombre insignificante” violentado por las injusticias sociales. Gógol es la realidad de hoy. Leerlo es abrir conciencia sobre el mal principal del mundo: la deshonestidad intelectual bajo todo aspecto.

Diario de un loco requiere de enorme erudición actoral para ser representado, o la confusión e insipidez se notará de inmediato. Un demente tiene lógica bajo su óptica cerebral. Sin esa demencia lógica nadie puede interpretarlo. Carlos Ancira es por eso un referente actoral. Nadie ha logrado superarlo, aunque se han atrevido. La obra es un retrato de la sociedad en descomposición. El cuento es la esencia de la pobreza y la presencia del militarismo en la zona que hoy es conflicto mundial. No es poca cosa.

El personaje, Propishchin es un funcionario de medio pelo, abusado en su condición de clase baja, que sin embargo se enamora en estado de inconsciencia. No hay más camino que el manicomio. Un cuento de apenas 20 páginas convertido en monólogo teatral. Tonto el que no lo lea en las veredas digitales. Les devolverá la posibilidad de pensar esta realidad donde aparecen espectros sociales como los de Querétaro o la brutalidad del mal en estado puro.

Quise ver –y leer– la pieza de Gógol para pensar Ucrania y su capital Kiev, que no conozco. Las fronteras desaparecen cuando la literatura y el teatro penetran la conciencia.

Etiquetas: anciragógolGuerrakievucrania

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