Felix Cortes Camarillo
En el verano de 1959, comencé como reportero en un importantísimo y modesto diario de mi pueblo, que se llamó El Tiempo. Hasta el día que corre, sigo siendo eso: (tengo la sospecha que durante seis años más, se debe escribir presidencial y estúpidamente así) : soy periodistO.
Pese a mi natural de muy feliz ser humano, he procurado no ser jactancioso de esa enorme fortuna. En éste, que es el más glorioso de todos los oficios del mundo, he tenido el privilegio de saber de cosas que la vida muestra. Generalmente ingratas, porque noticia es lo que modifica de manera fea el curso normal de las cosas. Desde el primer muerto apuñalado en mi guardia de nota roja a lo de ayer.
En ese cúmulo de experiencias no puedo encontrar una más asqueante que el caso francés conocido como Pélicot, del que el miércoles pasado se dictó primera sentencia el míércoles. En el pueblo sudfrancés de Avignon, Dominique Pélicot fue sentenciado a veinte años de prisión por delitos sexuales según el código; la sentencia, en todo el mundo, nos parece ridículamene baja.
Voy al caso en resumen:
Dominique Pélicot fue esposo de Gisèle durante cuarenta años. Los úlltimos diez se dedicó sistemáticamente a sin su consentimiento, suministrarle drogas somníferas hasta privarla de conciencia. Mientras tanto, por medio de internet, convocaba a desconocidos a veir a su casa y participar en tríos sexuales, con su mujer, actos que grababa en video y almacenaba.
De lo que sabe la policía francesa, 72 varones acudieron al panal de rica miel. Tenían entre 17 y 56 años de edad. Eran bomberos, soldados, técnicos en computación o cualquier otra cosa. Encontraban en la cama una mujer desnuda e inconsciente que sexualmente penetraban ciegamente como si fuese una muñeca inflable.Ella no se enteró entonces de nada, hasta que años después la policía le mostró los videos. Gisèle Pélicot, madre de tres hijos, amanecía al siguiente día incómoda, dolida, sin saber qué había pasado, y con raras sensaciones en sus genitales.
El 2 de noviembre de 2020, tres muchachas de la ciudad de Avignon denunciaron a un vejete que les andaba tomando fotos de la entrepierna sin su consentimiento.
Era Dominique Pélicot. Al bote.
Su teléfono portátil y su computadora en casa fueron decomisados. La revisión encontró videos detallados de las violaciones a su esposa por 72 hombres, y fotos de mujeres desnudas, entre ellas su hija y su nuera.Dominique y 52 fornicadores que pudieron ser identificados fueron llevados a juicio. El principal monstruo fue condenado a 20 años de prisión, la pena máxima que Francia establece para la violacion sexual.Ninguna pena es lo suficientemente fuerte para la monstruosa culpa.
La historia no termina aquí; más bien comienza.
Gisèle Pélicot, al enterarse del asunto, divorcióse y demandó a la bestia.
Lo importante es que con todo el valor el mundo, ella dio la cara, dejó que su nombre e historia fueran conocidos y exigió, junto con su abogado, que el juicio a su explotador fuera público, y que todo se diera a conocer. Gracias a ello pude vaciar aquí mi asco por la historia. Gracias a ello a muchas otras mujeres en el mundo están hoy dispuestas a denunciar a sus monstruos.
El caso de Gisèle de Avignon marca. por la actitud de la mujer, un parteaguas en la manera que tenemos de ver el abuso sexual de nuestras mujeres, madres, hermanas, hijas, primas, novias, conocidas, amigas. Cualquiera de ellas pudo ser víctima de abusos sexuales; esperemos que no al grado de la francesa, pero nunca supimos de ellos. A ellas tal vez les daba vergüenza porque nuestra sociedad les había infectado con el virus el “algo habrás hecho para provocarlo”
La valiente actitud de la Gisèle de Avignon le dio la vuelta al esquema: la frase principal de ella es: que la vergüenza cambie de lado.
Ya me desahogué.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no me dejan entrar sin tapabocas): En las frágiles cimentaciones y aguados techos de las miserables viviendas del Infonavit, siguen escondidas las raíces de múltipes fortunas. Si le quiere escarbar la señora Presidente decurbirá lo que seguramente sabe o hábilmente le han ocultado.
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