Hay figuras que no caen, se disuelven. Políticos que un día fueron promesa académica o pieza útil en el ajedrez de la transición obradorista, y que hoy sobreviven como sombras, desautorizados en su propio partido y en su propio estado. Gilberto Herrera Ruiz ya no es un actor. Es un síntoma: el de un oficialismo cansado de sus propios inventos y de sus alfiles que no entienden que el libreto ya cambió.
Lo que hoy enfrenta el diputado federal no es una embestida opositora ni una trampa mediática. Es el reflujo natural de quien se creyó imprescindible cuando apenas era útil. La política no le perdona al obediente sin resultados. Y en este sexenio, la lealtad sin eficacia se paga con ostracismo.
Gilberto es víctima de sus propias estupideces.
Su primera gran apuesta legislativa fue una reforma al artículo 98 de la Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable, donde disfrazó de rigor ecológico lo que en realidad fue una maniobra presupuestal para recentralizar el gasto forestal. Eliminó el “preferentemente” para imponer un orden jerárquico en la aplicación del recurso por compensación ambiental. En teoría, restaurar primero donde se causó el daño. En la práctica, quitar margen a estados, municipios y comunidades, y devolverle el poder de decisión a las oficinas federales.
Eso lo han visto sus aliados y opositores, que hoy lo ponen en la cruz.
Detrás del discurso ambientalista se escondía una vieja obsesión: que los recursos fluyan donde se ordena, no donde se necesitan. Con ello, Herrera quiso insertarse en la narrativa “verde” de la 4T, pero el intento fue torpe, tardío y, sobre todo, ajeno a la dinámica política real del proyecto hídrico que ya lo rebasaba por todos los flancos: El Batán.
El Batán no es un tema local. Es una decisión federal, respaldada por Claudia Sheinbaum, validada desde antes por López Obrador y operada con método por el bloque tecnócrata de la 4T, liderado en Querétaro por grupos del PVEM y operadores de Morena. Herrera, en un movimiento tan insensato como desesperado, decidió confrontar un proyecto que venía firmado desde arriba, rodeado de ambientalistas de ocasión y operadores de Bienestar reciclados como agitadores.
¿Qué otra prueba quería Gilberto, cuando acudió la Conagua a firmar junto al gobernador Mauricio Kuri todas las formalidades?
Pero la lealtad mal colocada es más costosa que la traición. Desde Gobernación, Rosa Icela Rodríguez ya le marcó la línea: fuera del tema, fuera de la grilla. No hubo diplomacia ni espacio para matices. El tema era delicadísimo, y Herrera no tenía ni los votos, ni el respaldo, ni la narrativa. Perdió el control del debate, perdió el respaldo institucional… y se ganó la sospecha del centro. Todo por promover mierda.
Como si su aislamiento no fuera suficiente, el diputado ha querido redimirse presentando una segunda iniciativa el pasado 30 de abril: una reforma al artículo 73 constitucional para que el Congreso federal tenga el control exclusivo sobre tecnologías emergentes e inteligencia artificial. El documento, lejos de aportar claridad jurídica o visión de Estado, abre la puerta a una legislación de corte autoritario sobre el uso de herramientas digitales, particularmente en los ámbitos periodísticos, automatizados o críticos.
¿El trasfondo? Contener la crítica, blindar al poder de la opinión generada con IA, y crear un marco donde lo ético lo defina el régimen, no el derecho. Ya hay periodistas, abogados y organizaciones listos para impugnarla. Porque cuando el Congreso pretende decidir cómo y quién puede opinar usando tecnología, ya no hablamos de soberanía… hablamos de censura.
Y si todo eso fuera poco, se avecinan expedientes judiciales. Existen denuncias —algunas ya en manos de la FGR— sobre el presunto uso electoral de recursos del FAISPIAM 2025 en Amealco, donde operadores ligados a Herrera habrían condicionado apoyos sociales a cambio de movilización política. El mismo libreto de siempre, pero en el peor momento posible: cuando Morena necesita deslindarse de toda práctica clientelar para maquillar su entrada al nuevo sexenio.
Esto se suma a sus desvíos en la UAQ, y a la próxima vinculación a proceso de tres de sus colaboradores más cercanos.
La diferencia es que ahora Herrera ya no tiene a quién llamar. Ni en Gobernación, ni en Bienestar, ni en San Lázaro. Su círculo cercano —formado por funcionarios improvisados y operadores sin formación— ya fue exhibido. Y los pocos aliados que le quedan se dedican más a justificar errores que a construir salidas.
Políticamente, Gilberto Herrera está terminado.
Lo que falta no es el final, sino el parte oficial.
El sistema no lo va a expulsar, pero tampoco lo volverá a usar. Le dejarán terminar en la irrelevancia, como tantos otros que confundieron disciplina con protagonismo.
Su narrativa ya no encuentra espacio. Su agenda ya no importa. Y sus iniciativas solo sirven como advertencia de lo que no debe hacerse cuando se legisla desde la obediencia, no desde la convicción.
En el fondo, su pecado no fue pensar distinto, sino llegar tarde y mal a una discusión que ya había sido resuelta por otros. Cuando quiso ser parte, ya era obstáculo. Cuando quiso liderar, ya era carga.
Hoy, en Querétaro, El Batán avanza con votos, con respaldo técnico y con operadores de peso. Mientras tanto, Gilberto Herrera naufraga entre iniciativas fallidas, denuncias federales y un partido que ya no responde sus llamadas.
Colofón: la pasarela sin destino
En Acción Nacional todos saben que el reloj corre hacia octubre, cuando —al menos en el calendario oficial— deberá definirse la candidatura a la gubernatura. Pero nadie se engaña: lo verdaderamente ríspido vendrá después, cuando toque repartir posiciones, calmar heridas y negociar cuotas. La unidad, si llega, será quirúrgica, no espontánea.
La pasarela está servida: Felifer Macías, con narrativa afilada y tracción en redes, se perfila como una de las cartas más competitivas. Chepe Guerrero opera con fuerza territorial y el aval del CEN nacional del PAN. Luis Nava presume estructura social y visibilidad en la capital, pero carga con varios fantasmas y varios rechazos, que no lo quieren ni en el mapa. Marco del Prete empuja con un perfil técnico y discreto, pero sin calle. Y Agustín Dorantes, el “senador panchista”, camina con doble bastón: el respaldo de su tío Pancho… y la sombra pragmática de Osorio Chong.
Pero ni con esos apoyos ha logrado conectar. Su discurso no prende, su estructura no despega y su estrategia se diluye entre bardas, espectaculares e informes que nadie lee. En su equipo lo saben: algo no cuaja.
Lo admiten en corto, aunque en público sonrían. Y mientras tanto, su asesora —una “chairosombra” a sueldo— ya reparte culpas antes de contar votos.
El problema no es de forma, es de fondo.
Querétaro exige claridad, liderazgo y decisión. La tibieza, aquí, no solo no suma: resta.
Y mientras en el PAN las aguas siguen estancadas, en la orilla contraria la marea se mueve con claridad, esperando que no pongan a Ricardo Anaya, porque perderían el estado. La encuesta más reciente de Massive Caller colocó a Ricardo Astudillo Suárez al frente en la 4T, muy por encima del delegado Luis Humberto Fernández y desdibujando lo que queda del naufragio político de Gilberto Herrera Ruiz. Incluso le empieza a comer terreno al propio Santiago Nieto. El ascenso de Astudillo ha encendido la maquinaria de ataques digitales de los morenistas, pero el efecto es inverso: entre más lo golpean, más se confirma que es él —y no otro— quien marca el ritmo y el rumbo del proyecto.
Querétaro ya entró en su fase decisiva.
Octubre no será el fin de nada, sino el inicio de todo.
Porque en política, lo peor no es perder… sino no contar.
A chambear…
@GildoGarzaMX