Hay un término en inglés para “borrar” el arte: rubbed out. En Estados Unidos destruyeron los murales de Diego Rivera en el Rockefeller Center, en Nueva York; el mural de Siqueiros en la calle Olvera, de Los Ángeles; o la censura contra el mural de Orozco en Pomona College de California (un Prometeo sin pene que hoy, escribe Carlos Fuentes: “los estudiantes han vengado de la censura puritana…con un grafito debajo del mural: ‘Prometeo, antes de meterlo, póntelo’”. Hoy, una hojita media carta arrancada del Diario de Frida Kahlo es incinerada en Miami por un coleccionista que la adquirió en 10 millones de dólares y la convirtió en pintura digital con 10 mil reproducciones y cuadriplicó su monto.
El arte siempre ha sido una inversión segura. No importa siquiera que Frida Kahlo haya escrito su diario sin más intención que contar su vida y decirnos: “a todos les estoy escribiendo con mis ojos”. Un diario que salió a la luz pública cuando ya había sido saqueado, con páginas arrancadas a la libreta para después ser convertidas en dinero constante o sonante, o para ocultar lo que la artista decía sin reparo de amantes, hombres o mujeres. Franqueza e intimidad eran inseparables de su alma creativa. Aquella hojita arrancada al diario espera dar 40 millones de dólares en ganancia.
No hay poder jurídico que impida el arte digital. El patrimonio está desprotegido en estos casos, por más alarde de los familiares herederos. Por más aspavientos que pregonen autoridades mexicanas. No existe en el marco legal ningún poder contra una Frida Kahlo convertida en NFT: —Non Fungible Token— símbolos o piezas tecnológicas conocidas como blockchain para adquirir arte en serie de una misma pieza al que el dueño asigna autenticidad y precio en bitcóins. Una nueva innovación del arte, de los primeros sectores en jugar con estos caprichos mercantiles. Una sofisticación de las criptomonedas, pues.
Frida Kahlo debe estar como Franz Kafka con su despertar en forma de cucaracha. De nada sirvieron los dolores que vivió. El escarnio debe dejarla muda. Su mutación a otra realidad tendría que hacernos pensar hasta dónde somos capaces de llegar en esta era industrial interminable.
¿Frida descansa en paz?