El cineasta mexicano Guillermo del Toro ha cumplido magistralmente con su propósito de recrear Frankenstein, la extraordinaria novela de Mary Shelley, y devolvernos todo su espíritu romántico. En verdad se trata de un logro inmenso puesto que uno no puede mirar sino con escepticisimo una nueva versión del monstruo par excellence, luego de que este ha anidado en el séptimo arte desde 1910 y a la fecha –según fuentes especializadas como la guía de películas de Frankenstein, de Stephen Jones, y diversas listas en Wikipedia– suma más de 4OO largometrajes y unos 200 cortometrajes, todo esto sin contar las cientos de series o productos audiovisuales directamente relacionados con él.
Por supuesto, el filme de Del Toro descuella frente a esta masa de producciones, pero lo que aquí nos importa es que lo hace, y de forma muy destacada, entre todas las películas memorables que hicieron de la criatura de Shelley su tema. Entre ellas vale la pena recordar el Frankenstein de J. Searle Dawley, cortometraje mudo de 1910, producido ni más ni menos que por el famoso inventor Thomas A. Edison, una brevísima (16 minutos) y muy libre interpretación de la novela, con la que hay que ser especialmente benévolos, puesto que ya desde el hecho de que aquí el monstruo emerge a la vida en un caldero, esta versión pionera a estas alturas no alcanza a ser más que inocente y graciosa.
No será sino hasta 1931, bajo la dirección de James Whale y la actuación de Boris Karloff, que Frankenstein –quien en realidad no tiene nombre, por más que en todas partes se le llame como su creador en la novela, el doctor Víctor Krankenstein– adquiera su apariencia más exitosa: no la más acorde con el texto de Shelley (donde su rostro está compuesto por los retazos de otros), pero sí la más duradera en el imaginario universal. Tampoco existe el contrahecho asistente del científico, el cruel jorobado Fritz. Siendo una adaptación de la obra de teatro de Peggy Webling, esta película ha sido con mucho el mayor referente que ha tenido la vasta cinematografía dedicada al personaje.
En 1957, con The Curse of Frankenstein, el director Terence Fisher hace interesantes contribuciones en la recreación, sobre todo, del obsesivo médico que es protagonizado por el inolvidable Christopher Lee. Para 1994, con su Mary Shelley’s Frankenstein, Kenneth Branagh nos recordó lo fácil que es fracasar en una interpretación fiel de la novela, a pesar de contar con el poder actoral de un Robert De Niro (que no puede hacer mucho frente a la debilidad de Branagh como Víctor Frankenstein).
Así que todos esperábamos que la suma de varios cadáveres, debidamente galvanizados, cobrara vida en una nueva versión de este monstruo ya bien entrado el siglo XXI. Y ha sido Guillermo del Toro quien nos la ha traído tomándose diversas licencias artísticas, pero centrándose en el espíritu de la historia, eminentemente romántico.
En una reciente entrevista Guillermo Del Toro confiesa que se tardó dos años y medio en el guión, pero que se tardó cincuenta en saber cómo acercarse a la novela. Y es que, efectivamente, llevar al cine el libro de Shelley supone hoy más que nunca un reto mayúsculo, no sólo, como decíamos más arriba, por las innnumerables veces que otros lo han intentado en el terreno cinematográfico, sino porque la trama de la escritora británica representa uno de los mitos más formidables de la cultura occidental.
No hay que olvidar que inicialmente la obra llevó por título El Prometeo moderno, aludiendo desde luego al famoso titán que en la mitología griega roba el fuego a los dioses para dárselo a los humanos, por lo que es castigado. El monstruo de Shelley también se libera de su creador, lo mismo que este (el doctor Frankenstein) de Dios, pues juega a serlo.
En medio de todo esto aparece el cuestionamiento de la belleza, la bondad, las metas por encima de los medios en un siglo donde tocamos o estamos por tocar diversos límites gracias a los imparables progresos científicos en prácticamente todos los órdenes. La de Shelley es una reflexión por demás actual que Del Toro ha vuelto a explorar con la mirada de nuestra época.
El monstruo nació en 1816, “un año sin verano” debido a la erupción del volcán Tambora en Indonesia, que oscureció el cielo y produjo notables cambios climáticos en todo el mundo. ¿Qué mejor ocasión para que Lord Byron convocara en Villa Diodati, Suiza, al mítico encuentro entre Percy B. Shelley, Mary Shelley y John William Polidori, a quienes retaría a imaginar una historia de terror que “helara la sangre”. Dos de sus visitantes lo consiguieron: Polidori pergeñó El vampiro, y Mary Shelley, entonces con 19 años, asombraría a todos con su Frankenstein.
Ahora Del Toro, en una época también oscura por diversos volcanes políticos y sociales, le ha dado nueva vida al monstruo de Shelley, que nuevamente nos recuerda, como decía Byron en uno de sus poemas, que “el amor se abrirá paso por caminos que asustarían hasta a los lobos”.
