ENCUENTRO CIUDADANO
“Nunca subestimes el ego de un político”
Dan Brown
La clase política mexicana ha exhibido a lo largo de una centuria todo tipo de excesos, mostrándose sobre todo cleptómana, ambiciosa y carente de una cultura democrática orientada al servicio y bienestar de la ciudadanía y al desarrollo nacional.
Lorenzo Meyer señaló que “en el caso mexicano, un examen, incluso superficial, de las biografías, obras, escritos o discursos de presidentes, secretarios de Estado, gobernadores, presidentes municipales, directores de paraestatales, diputados, senadores, líderes sindicales, jefes de partidos, etcétera, muestra que, mídase como se mida el talento, éste no ha existido dentro de la clase política en mayor grado que fuera de ella. En realidad, y empezando por los presidentes, abundan las instancias de absoluta mediocridad”.
Pero más allá de esta aguda observación, la utilización del poder conferido por la ciudadanía, a los políticos les lleva a mostrarse arrobados, embelesados, idealizados, envanecidos, llegando a casos patológicos como la llamada enfermedad del poder o síndrome de Hubris. Y tanto en la Presidencia de la república, como en Querétaro se ha diagnosticado casos emblemáticos de éste mal que lleva al enfermo a creer saberlo todo, y el sujeto gracias a esta patología pierde la perspectiva de la realidad.
La hibris o hybris es un concepto griego que puede traducirse como “desmesura” y que en la actualidad alude a un orgullo o confianza en sí mismo muy exagerada, especialmente cuando se ostenta poder. En la Grecia antigua, el castigo a la hibris era el castigo de los dioses que tiene como efecto devolver al individuo dentro de los límites que cruzó o mejor dicho cuando el “memento mori” se agotó.
El médico y psiquiatra Harry Campos Cervera señala que el síndrome de Hubris saca su nombre del teatro de la Grecia antigua y aludía particularmente a la gente que robaba escena. Empezó a usarse como trastorno de personalidad al observarse ciertas características en personas que tienen un cargo de poder, y esto lo puede padecer cualquier persona que está en el ejercicio del mismo.
Lo anterior viene a cuento por las recientes declaraciones (y acciones) tanto de López Obrador, como del gobernador de Querétaro, quienes aseguran que no se desempeñan como funcionarios mediocres, por lo que están dispuestos a tomar las decisiones que le demande el cargo que desempeñan.
Más allá de la estrategia electoral de cada uno, se les observa como alguien que ‘se la cree’ con el poder, imaginando que lo que piensan es correcto y lo que opinan los demás, no y cree que todos los que los critican son enemigos. Estas actitudes pueden llevar a quien padece éste síndrome a tomar decisiones erróneas porque la persona pierde la perspectiva de la realidad y ve sólo lo que quiere ver. En ese sentido, Campos Cervera subraya que el síndrome “lo puede padecer cualquier persona que está en el ejercicio del poder”. Aclarando que hay que considerar que ya para dedicarse a la política hay que tener cierto rasgo de personalidad narcisista y si a eso se le suma el entorno que se crea en el poder, son muy pocos los que llegan a las altas esferas y logran escaparle al trastorno. El tratamiento es hacer un baño de realidad, ya que la perturbación de personalidad es transitoria, siendo observable también desde lo sociológico dado que se relaciona con el momento que se esté viviendo y suele revertirse cuando la persona abandona los ámbitos de poder. No es una crítica, al contrario, es casi cariñoso decirle a alguien ‘bajá a la acera y cuídate’, porque si no cuando baje a la realidad tendrá un golpe mucho más fuerte.
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