ENCUENTRO CIUDADANO
Al darse la noticia de que el artista ecuatoriano Santiago Carbonell sería el encargado del mural del nuevo mercado “Benito Juárez” del Tepetate, iniciaron los yerros de una propuesta municipal por demás inconveniente. El alcalde Luis Nava señaló que era algo inédito (sic) que en Querétaro “un artista con reconocimiento internacional regale su obra a la ciudadanía”, como una “muestra del impulso que queremos darle a la cultura en el Municipio de Querétaro”. Al parecer sus funcionarios y consejeros no hacen su trabajo en asesorar al edil sobre sus afirmaciones en este tema. Ya que ni es el primer artista que ha donado obra, ni es el municipio quién impulsa la cultura. Tal es la alarma, que ante la oposición de quienes se manifiestan por la elección del artista, que el secretario de Gobierno, afirma que ahora la instrucción es estar abiertos a todos los proyectos artísticos, “incluso a integrarlos y fusionarlos” con el proyecto original. Con este acto se revive la controversia entre arte popular y arte culto, que implica una diferencia en las visiones de proyectos de la vida comunitaria. La diferencia entre arte popular y arte culto, se remonta al renacimiento, cuando el artista se individualiza y crea obras de arte para el consumo de particulares. Por ese entonces el arte estaba destinado a pequeñas minorías, a los sectores de la alta sociedad y dueños del poder. No se intenta restarle méritos al llamado “arte culto”, sino romper con la dicotomía “culto/popular”, como si se tratara de una diferenciación en la que el arte culto y sus personeros, tengan que considerarse como una expresión superior, por haber sido durante siglos (y seguir siendo) la representación hegemónica del poder. Y por otra parte, el arte popular es vivido como una expresión de la creatividad, el ingenio, la versatilidad y la diversidad de los grupos menos favorecidos, que han optado por una forma peculiar y original de hacer valer su historia, su cultura y sus propias formas de arte. Ahora es la gente común la que tiene que comprometerse con el arte, participando, y no sólo mirando de lejos con admiración. Aunque las grandes sumas municipales y estatales van a los artistas de prestigio, a costa de las mayorías, que ahora, se supone, deben visitar su mercado para elevarse y entender el mensaje del arte.
Una de las mayores críticas que se ha hecho a los defensores a ultranza de la primacía de arte culto sobre el arte popular es la idea de que lo estético es algo que se utiliza para disfrutar y evadirse de la realidad cotidiana y de las instituciones y prácticas opresivas y crueles, que la civilización ha impuesto como “forzosamente reales”. Esas realidades institucionales se justifican y ensalzan mediante el arte culto que la misma civilización crea para huir de éstas. Así el arte pasa a ser el salón de belleza de la política municipal y estatal queretana, que esconde tras su rica superficie estética, los horrores y brutalidades en el que nos encontramos.
Y como señala Agustín Escobar, ahora toca a los habitantes del barrio del Tepetate, por más virtuoso que sea Carbonell, responder esta intromisión e imposición autoritaria, que les impide la participación ciudadana.