ENCUENTRO CIUDADANO
Del asombro a la subversión
El drama vivido en septiembre pasado ha generado una avalancha de reflexiones, análisis y críticas de alta responsabilidad, en las que no sólo se enjuicia el proceder de la autoridad, sino en el que se reconoce la capacidad de respuesta y organización de la ciudadanía, de la sociedad civil. Qué del miedo y la confusión, pasó de manera súbita al auxilio del otro, a la entrega solidaria de todo tipo de ayuda, a dar y entregarse por los demás. Para ello se rompieron de manera espontánea cadenas invisibles de apatía y obediencia, dada la lenta y burocrática respuesta de la autoridad. La orfandad de mando oficial liberó la capacidad rectora de cada ciudadano, para involucrarse decididamente en la solución de un evento catastrófico. Se dirigió el tráfico, se levantaron paredes y muros, pasando por toda una cadena de ayuda, hasta la selección y acopio de todo tipo de enseres, la organización de generosos comedores comunitarios, redes de transporte y comunicación con otros ciudadanos a cientos de kilómetros.
Mientras la autoridad y sus rémoras parasitarias, los partidos políticos, se exhibieron primero por su nula presencia, y después por su pasmosa inercia del llamado a la normalidad. La normalidad de la simulación, de lo aparente, del voltear a otro lado y no mirar de fijo a la realidad. Una realidad ahora trastocada, dolorosa y urgida de la presencia ciudadana, que sin pensarlo mucho rompió cadenas de sumisión y sujeción autoritaria. Por ello la labor de todos los gobiernos, en particular del federal, ha sido principalmente el regresarnos a la rutina de la subordinación y la obediencia, impulsándonos a sólo ser mudos testigos. La ciudadanía en un tris es iluminada por la tragedia que le permite actuar sin ninguna pesada cadena mental y de conciencia, obligándose a tomar en sus manos la responsabilidad de futuro.
De ahí la fuerza de imponer la presencia de la Marina y del Ejército en las labores de rescate y remoción de escombros, que sin duda dejo mucho que desear. Ya que su labor fundamental es el guardar y llamar al orden.
Alejandro Nadal señala que lo más apremiante para el gobierno no es el atender las necesidades de la población abatida por desastres naturales, ni sanar las heridas o confortar a los deudos. No es prevenir y atender los peligros que sufre una población apesadumbrada y adolorida. Lo que preocupa e inquieta al poder realmente es el ingrediente subversivo de la tragedia. El que pueda verse lo que siempre ha estado ahí. Como la intacta corrupción y voracidad política, que nuevamente afloró en el imaginario social, al recordar los escandalosos montos destinados a campañas electorales, frente a las urgentes necesidades derivadas de los huracanes y terremotos. O el desfalco atribuido a 10 gobernadores que asciende a cerca de 182 mil millones de pesos, mientras que el Fondo de Desastres Naturales (Fonden), tiene un presupuesto de 9 mil millones. Este desfalco podría multiplicar por 5, los recursos disponibles para la reconstrucción y reparación de daños a infraestructura educativa y el patrimonio arquitectónico afectado de todas las zonas del país azotadas por huracanes y terremotos recientemente, así como atender la recuperación de viviendas, todo lo cual tendrá un costo aproximado de 38 mil millones de pesos.
Por ello lo que realmente alarma al poder cuando sobreviene un desastre natural es el desorden social, la ruptura de lo cotidiano, el desvelo de la realidad, que se muestra tal cuál es. A las rutinas de la dominación, opresión y despotismo habitual se opone ahora, de pronto, lo accidental, lo verdaderamente urgente y el mundo de lo fortuito. Así qué de manera imprevista, la autoridad es echa a un lado, se le minimiza y ahora los dominados pueden erigirse en seres independientes y tomar conciencia de que las estructuras de dominación y subordinación son efímeras, frágiles y modificables.
La alta y baja burocracia, las élites del poder, los gobernantes, los dominantes pierden su lugar en la cima de la jerarquía que de manera evidente se ha colapsado.
La lección esta nuevamente en la mesa, como hace 32 años, donde una sociedad organizada, informada y con un objetivo común, es lo que se requiere para derribar el ruinoso edificio en el que se ha convertido la clase política mexicana y el Estado que la protege. La enseñanza de esta lamentable tragedia es qué si la sociedad civil no comienza a tomar el control de su futuro, no habrá quién lo haga por ella. Es necesario sacar todos los escombros del ruinoso aparato político, comenzando desde los cimientos, para construir algo nuevo, algo mejor, algo que merezca toda ésta organización y entrega solidaria.
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