Katia Reséndiz
Cada año se tiran al mar medio millón de toneladas de microfibra, lo que equivale a 3 millones de barriles de petróleo, y el rubro del vestido utiliza 93 millones de metros cúbicos de agua, un volumen suficiente para satisfacer las necesidades de cinco millones de personas.
Fast fashion; comprar más, usar menos: así de simple es lo que pretende la industria de la moda que hagamos y con tal de lograrlo han caído en una producción masiva y acelerada de ropa que captura tendencias y aniquila cada vez más rapido a nuestro planeta, y ¿saben que es lo peor? Que lo esta logrando. En los últimos 20 años ha aumentado en un 400% el consumo de ropa.
La industria textil es la segunda más contaminante en el planeta, después de los combustibles y energías fósiles; por lo que esta ropa, de poca calidad, precios accesibles y disponibilidad en todo el mundo, representan un costo alto que los consumidores no están percibiendo en este momento, porque, debemos admitirlo, es demasiado fácil caer ante la seducción de la moda, y más en esta época de rebajas, buscamos estar en tendencia y sin querer estamos ignorando las enormes consecuencias que tiene y tendrá para el medio ambiente.
Las cifras son alarmantes: si usamos poliéster, que es la fibra más usada para hacer vestimenta, estamos sumando a los más de 70 millones de barriles de petróleo que se utilizan para su producción, mismos que tardarán más de 2 siglos en descomponerse. Los textiles de celulosa, como el rayón, requieren anualmente 70 millones de árboles para su elaboración. El algodón, que es una fibra natural, conlleva el uso de más del 35% de plaguicidas, insecticidas y pesticidas a nivel global, unos de los principales contaminantes del agua y ecosistemas.
Aunado a ello viene el atentado al capital humano, el pasado mes de junio comenzaron a circular imágenes en dónde se leían mensajes de auxilio en las etiquetas de la marca de ropa SHEIN, derivados de una supuesta explotación laboral. El gigante de la moda desmintió las imágenes y comunicó su postura ante la explotación laboral y el trabajo infantil, sin embargo, la posibilidad de este hecho es aterrador.
Hablemos de una de las prendas más usada por todos: un pantalón de mezclilla que para su producción son necesarios entre 2 mil y 3 mil litros de agua; para que nos demos una idea, una persona bebe entre 3 y 4 litros de agua diarios, lo que implica que un único pantalón consume el agua que beberíamos durante más de dos años.
Lamentablemente, la industria de la moda produce más emisiones de carbono que todos los vuelos y envíos marítimos internacionales juntos, el precio ambiental de la moda rapida es insostenible. Según los datos publicados en 2020 por la revista Nature Reviews Earth & Environment, la industria de la moda produce anualmente entre 4 mil y 5 mil millones de toneladas de dióxido de carbono (CO₂), lo que representa entre el 8 % y el 10 % de las emisiones globales de este gas.
Las jornadas extenuantes y bajos salarios, así como la contratación de menores en la producción textil, son una afrenta a los derechos humanos de gran parte de quienes laboran en la industria, ya que la materia prima no es barata, y lo único que representa una ventaja utilitaria es la mano de obra a bajo costo.
El circulo vicioso que generan las textileras se extiende no solo a su manufactura, sino a su conservación y lavado, por el uso y continuación del agua que implica; igualmente su reciclaje es casi nulo y su desecho es un elemento altamente contaminante.
¿Cómo ciudadanos y consumidores conscientes que podemos hacer ante este fenómeno? Dejar de adquirir ropa indiscriminadamente, más aún, de las grandes cadenas de moda desechable que nos imponen un consumo constante por la baja calidad sus prendas, y dejemos de financiar marcas irresponsables con sus colaboradores y con el medio ambiente. Migremos hacia un consumo local, artesanal y de reciclaje, lo que no solo es ético, sino urgente y necesario.