La némesis, es el nombre que le daban los griegos a ese enemigo mortal que acecha a cualquier pasión que rompe el equilibrio de la racionalidad y la mesura, y se impone sin que la víctima tome conciencia. El resultado es que la pasión convierte al apasionado en lo mismo que supuestamente detesta y contra lo que ha combatido.
El caso más patético, para su persona y lamentable para el país, es que la némesis griega se vistió de guayabera. López Obrador, quien padeció en la oposición todas las arbitrariedades y prepotencia del poder público, en el momento que se pasó del otro lado de la barandilla, es decir, desde que asumió el poder, se convirtió en un nuevo verdugo, suplantando, resucitando, todo lo que combatió y encabezó en cruzadas heroicas. Aspiraba reencarnar a Madero y en su metamorfosis acabó como Victoriano Huerta.
Como buen “aspiracionista”, según su propia palabra, le sumó a lo que había sufrido en carne propia, nuevas agravantes: en las elecciones no solamente utilizó los recursos públicos a favor de su partido, no solamente movilizó al electorado con la compra de votos, por si las dudas, en algunas partes de la República se recurrió a los amigos peligrosos del narco.
Ya entrado en gastos, nostálgico del priísmo, se asumió como el nuevo “Reglas”, con un poder legislativo que no le cambiaba a sus iniciativas ni una coma. En su línea “aspiracionista”, de más, más y más, rompió la regla que pactaba que el Presidente al dejar el poder después de seis años, se retiraba del mundanal ruido y no intervenía; ahora dejó como encarguito someter al poder judicial. Herencia que la Presidenta ha acatado, con otra agravante: el descaro de los acordeones. A la ilegalidad y prepotencia, ya conocidos, Morena ha sumado el cinismo.
Recordando y parafraseando la genial fábula de Augusto Monterroso: “Cuando despertamos el dinosaurio (encarnado originalmente en otros partidos opositores), no solamente estaba allí”. Con López Obrador y la Presidenta, el dinosaurio sigue allí, ahora es más fiero, más indomable y descarado.
La política es en esencia una actividad que pone en juego todas las pasiones de los involucrados y los testigos. Los opinadores no estamos exentos de esa némesis, ese enemigo mortal, que es caer, sin darnos cuenta, en lo que criticamos. Concretamente, voy a escribir solamente de mí, que advierto, no estoy de acuerdo con ese asesinato de nuestra incipiente democracia y que apresura el tránsito a la tiranía de los morenistas. Por ello, reconozco que mi desacuerdo y crítica pueden derivar en reflexiones rígidas, dogmáticas. De la misma forma, caer en el fanatismo que condeno en los amlovers y porristas que los acompañan.
Para vacunarme de esa predisposición, cultivada por mi temperamento sanguíneo, recordé las tesis conocidas: los políticos son las personas que subordinan todos sus valores de la vida, a su voluntad de poder; los críticos subordinan todos sus valores de la vida, a la búsqueda de la verdad. Para exorcizar mis fantasmas y la maldición griega, decidí recurrir a la lectura del libro: “Populismo y polarización”. (Coordinadores: Fernando Ayala Blanco y Salvador Mora. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM. 2025) Es un texto de varios académicos de la UNAM, cuya tarea de investigación está más conectada y comprometida a la búsqueda objetiva e imparcial de los beneficios y desgracias del cambio de régimen que propone y aplica la Cuatro T.
En su subtítulo advierte: “Reflexiones críticas en torno a la 4T”. Llama la atención que una publicación de la UNAM, concretamente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, haga una disección de un gobierno de izquierda, cuando el sector académico y estudiantil representan una población claramente identificada con la democracia y la izquierda. El prólogo, que es el apartado que voy analizar, da la respuesta, afirma: “El gobierno de López Obrador no es ni demócrata ni de izquierda, sino al contrario, adopta posturas de un régimen autoritario”.
El libro fue escrito y publicado faltando un año antes de que concluyera el gobierno de López Obrador, pero se justifica su análisis porque aporta las claves para comprender la empantanada narrativa de la Sheinbaum. Partiré de algunas de las tesis del libro para hacer mis reflexiones personales. Empezamos.
Desde su campaña la Sheinbaum ha afirmado que su administración sería el Segundo Piso de la Cuarta Transformación; lo ha subrayado durante su gobierno. Recuerdo que hace poco le preguntaron a Savater, reconocido filósofo español, si había conocido a la Sheinbaum en su última visita a México, cuando todavía era jefa de gobierno de la Ciudad. Respondió: “Sí la conocí. No me impresionó, es López Obrador sin gracia”.
El problema de reiterar que su gobierno es el Segundo Piso de la Cuarta Transformación es que todo poder que nace, siempre debe ser disruptivo, implica continuidad de lo positivo, pero desprendimiento, rechazo y rectificación de lo equivocado. La mejor forma de alimentar la esperanza de la sociedad es marcar una diferencia con el pasado. Nunca las sombras ni los reflejos de los espejos han provocado ninguna ilusión. La “insulsa fidelidad” va contra la misma Sheinbaum. Conforme se van conociendo los errores y corruptelas de la administración pasada, afirmar que es el segundo piso, ni irradia ni provoca entusiasmo. La narrativa oscila entre el vacío y una reiteración que llena de dudas a los morenistas y de aburrimiento a la opinión pública.
Luego le seguimos con el exorcismo.







