WASHINGTON, DC. En los últimos años ha habido éxodos masivos en varios puntos del planeta; miles de personas huyendo de sus países de origen en busca de una mejor vida en el mejor de los casos, y la supervivencia en muchos otros. Las causas de la migración son muchas. En algunos casos se debe a fenómenos naturales; las otras son auto infligidas por políticas locales (i.e. México, El Salvador, Nicaragua y Venezuela). Podríamos argumentar que estos deberían en esencia tener un tratamiento diferente.
En años recientes la migración se ha incrementado en número, países y velocidad. Por ejemplo, solo de Venezuela han salido más de 4 millones de personas (14% de su población total). Empezamos a ver las secuelas de este fenómeno, que, respondiendo a un contexto local, la crisis política y económica de Venezuela, tiene una repercusión regional, la llegada de cientos de miles de Venezolanos a Colombia, Panamá, Perú, Ecuador y en menor medida a Chile y Brasil. Un par de años después la historia se repite, con migraciones masivas de centroamericanos a Estados Unidos, de nicaragüenses a Costa Rica, Haitianos a Sud América y recientemente a EU. En el caso de Costa Rica, en las estimaciones más conservadoras, la migración de nicaragüenses se acerca a un 10% de la población total de costarricenses.
Los números son serios. Por ejemplo, el incremento de migrantes provenientes de Ecuador, Brasil, Nicaragua, Cuba y Colombia a Estados Unidos es en promedio superior a un 1,000% en relación con el período que va de 2015-2019. En el caso de Venezuela es 7,599% más y Haitianos 6,481% (US Border Patrol, Sept 2021). Esto ya genera un problema de balance de la migración, porque aún cuando es un país de migrantes, siempre ha procurado un equilibrio de países de origen para mantener esa multiculturalidad. La velocidad y cantidad de migrantes no tiene precedentes.
La presión social que esta generando esta migración está desencadenando mayor violencia, con nacionalismos exacerbados inclusive en sociedades que han sido históricamente pro-inmigrantes. La división social está dejando de ser un tema de partidos políticos o agenda electoral. Por ejemplo, en la ciudad fronteriza Del Río, en Texas, el alcalde demócrata, considerado pro-inmigración, pidió apoyo del gobernador republicano para detener el flujo de migrantes.
En Chile, en la ciudad norteña de Iquique, cinco mil personas se movilizaron en contra el ingreso de extranjeros quemando sus pertenencias en una plaza pública. Estas personas, en actitud claramente desproporcionada y cruel, protestaron por la crisis migratoria con el ingreso masivo de inmigrantes que ha ocasionado que cientos de familias de extranjeras monten casas de campaña en los espacios públicos. Los mismos campamentos improvisados están proliferando en Colombia, Costa Rica y México.
En los últimos años había habido una disminución de la migración de mexicanos a Estados Unidos. De hecho, regresaban más de los que se iban. Sin embargo, en el último año esto se ha revertido drásticamente. Solamente en el mes de Julio 2021 se dio el saldo total más alto de deportaciones desde marzo del año 2000. De hecho se están deportando más mexicanos que durante la presidencia de Trump.
Con estos números y en este contexto, la situación se va a complicar aún más y en forma acelerada para los países receptores de migrantes. Los políticos no van a poder neutralizar la presión social de los que se sienten afectados por la escalada migratoria. Sobre todo, por que las tendencias del deterioro institucional, económico y social en países como Venezuela, México y Nicaragua, donde la migración es producto de políticas internas fallidas, lejos de proyectarse una disminución o mejora, se prevé un escenario cada vez peor.