INGENIERÍA HUMANA
Cuando alguna persona me habla de depresión, en realidad me está hablando de un término de moda que engloba una diversidad de “malestares de moda”. Trayendo a colación el libro de L. F. Sobre-Casas, titulado “La depresión y el reverso de la psiquiatría”, podríamos decir que no existe la depresión como tal, ni mucho menos. La depresión, como «un estado producido por una mayor o menor exaltación afectiva y displacentera de carácter triste y angustioso que se acompaña de cierto grado de disminución de la actividad motriz, así como de bradipsiquia, temor indefinido o ideación que puede llegar a ser delirante -de impotencia, de ruina, de culpabilidad- junto a trastornos cenestésicos que pueden concluir en fenómenos hipocondríacos y en casos graves, ideas de negación y de no existencia, tanto de sí mismo como del mundo circundante».
Depresión y tristeza. –
Balcázar, Muñoz, Gurrola, Van Barneveld & Aguilar, en su artículo “La depresión como problema de salud mental en los adolescentes mexicanos”, publicado en el número 9 de Psicología.com; mencionan que la incidencia de la depresión infantil es del 3 al 5% y es una de las problemáticas de salud mental de la infancia que incrementa notablemente el riesgo de suicidio y de depresión severa en la adolescencia. Teniendo en cuenta que existe una relación entre la tristeza y los trastornos depresivos ya que la tristeza es uno de los principales síntomas de la depresión mayor y que además es un síntoma preliminar de la depresión en niños y niñas en edad escolar.
Autorregulación emocional. –
M. García y M. Silverio, en el artículo “La tristeza en niños, adolescentes y adultos: un análisis comparativo”, publicado en el volumen 28, número 4 de Infancia y Aprendizaje, citan que, al respecto, se considera imprescindible para la prevención o la detección temprana de este cuadro clínico en la infancia y la disminución del suicidio en la adolescencia, identificar las características y los factores desencadenantes de la tristeza infantil. Es igualmente importante conocer cuáles son las estrategias de autorregulación emocional que utilizan los niños y niñas para afrontar la tristeza ya que éstas actuarían ya sea como factores de protección o como factores de riesgo del desarrollo de dicha patología internalizada.
Depresión y suicidio. –
Considerando que tanto la depresión como el suicidio son de carácter multifactorial, podemos decir que sin tristeza no habría trastorno depresivo y que la depresión, a su vez, es un factor de riesgo primordial del suicidio. Los estudios de Gutiérrez, Contreras y Orozco; Campo, Roa, Pérez, Salazar, Piragauta, López y Ramírez, publicado en el artículo “Intento de suicidio en niños menores de 14 años atendidos en el Hospital Universitario del Valle, Cali”, en el número 34 de la Revista Colombia Médica, plantean que, aproximadamente, el 90% de los suicidios están relacionados con un diagnóstico psiquiátrico y se evidencia una correlación entre el comportamiento suicida y la melancolía y que más del 50% de los suicidios es efectuado por personas depresivas. Por lo tanto, es frecuente que, entre los factores protectores del suicidio en jóvenes, se encuentre “el sentirse bien a nivel emocional”.
La Tristeza. –
A. Vallés y C. Vallés, en el libro “Inteligencia emocional. Aplicaciones educativas”, señalan que la tristeza forma parte de las emociones y abarca los sentimientos de soledad, apatía, autocompasión, desconsuelo, melancolía, pesimismo y desánimo, entre otros. Se dice que la persona está triste cuando, a nivel cognitivo, se produce una falta de interés y de motivación por actividades que antes eran satisfactorias y se vislumbra la realidad desde un ángulo negativo; sólo se ve lo malo de las situaciones o, cuando a nivel conductual, la persona suele restringir las actividades físicas haciendo muy poco o nada, presenta modificaciones en las facciones faciales y en la postura.
Emoción primaria. –
Investigadores como D. Goleman, en su libro La inteligencia emocional”, y, por otro lado, L. Villanueva, R. Clemente y J. Adrián, en su artículo “La comprensión infantil de las emociones secundarias y su relación con otros desarrollos sociocognitivos”, publicado en el volumen 4 de la Revista Electrónica de Motivación y Emoción; coinciden en que la tristeza, clasificada como emoción primaria, junto con la ira, el temor, la felicidad, el enfado, la sorpresa, el disgusto, se considera una emoción negativa. Vallés y Vallés, consideran que se ha de destacar que las emociones negativas duran más y son más frecuentes que las emociones positivas debido a que en la cotidianidad se suceden más hechos y situaciones frustrantes que satisfactorias.
La tristeza en la infancia. –
Durante su desarrollo, el niño va teniendo cambios en la conceptualización, la expresión y las estrategias de autorregulación de la tristeza. Desde la segunda infancia hasta la preadolescencia, con los procesos de socialización, afectivos, cognoscitivos y del desarrollo del lenguaje hay un mejor conocimiento emocional y de los factores que generan la tristeza y hay una mayor autorregulación de la misma. Por otro lado, L. Levine, en el artículo “Young children´s understanding of the causes of anger and sadness”, publicado en el número 66 de la Revista Child Development, señala que los niños dicen sentirse tristes cuando creen que un resultado negativo es permanente y piensan que no pueden hacer nada al respecto y mantienen un sentimiento de impotencia
Manifestaciones de la tristeza infantil. –
V. Del Barrio, en el libro “La depresión infantil. Factores de riesgo y posibles soluciones”, cita que, en la infancia, la tristeza puede manifestarse con llanto, silencio, cambios en el tono de la voz, acortamiento de frases, enuresis, rechazo de la comida, cansancio o violencia. Acá, según M. García y M. Silverio, los niños con altos niveles de tristeza presentan mayores desajustes con relación a sí mismos, a la escuela, a la familia y a la sociedad y proyectan su tristeza en todos los espacios de su vida. Estos niños suelen tener pensamientos negativos, mucho miedo y sufrimiento; vivencian conflictos internos y muestran mucha agresividad social.
Causantes de la tristeza infantil. –
De acuerdo con M. Ainsworth y sus colaboradores, en el libro “Paterns of attachment: a psychological study of the strange situation”; S. Palau, en su libro “Sentir y crecer. El crecimiento emocional en la infancia”; y, por otro lado, J. Bowlby, en sus libros “El apego” y “La pérdida afectiva”; señalan que las causas y factores desencadenantes más frecuentes de tristeza en los niños son: vivir la separación o la pérdida real o imaginaria de los padres o de personas significativas el rechazo de los pares; la soledad; la violencia y los problemas de adaptación en la escuela, entre otras. Según M. García y M. Siverio, suele suceder que, en las familias los padres inhiban ciertas reacciones que producen satisfacción en el niño estableciendo ideales irrealizables porque se sienten amenazados por la individuación del hijo o que exhiban una constante actitud de rechazo; esto traería aparejada una sensación de tristeza en el niño. En cuanto al contexto educativo, es común que los fracasos académicos o los de adaptación pongan al niño triste
Depresión infantil en aumento. –
M. García y M. Silverio, plantean que la depresión infantil está en aumento y que es necesario detectar tempranamente aquellos niños en edad escolar que sean más proclives a vivir frecuente e intensamente la tristeza ya que éstos suelen desarrollar problemas de inadaptación parecidos a los de los niños que han sido diagnosticados con depresión. Según estos autores, “autopercibirse frecuente e intensamente triste puede ser una señal de que se está iniciando una depresión”. Ellos proponen que la autoestima y la competencia social pueden funcionar como factores protectores de la depresión.
Factores de inicio. –
G. Aguilar, en su libro “Problemas de la conducta y emociones en el niño normal. Planes de ayuda para padres y maestros”, plantea dos factores que se relacionan con el inicio de la depresión en los niños: los factores personales como la personalidad o el temperamento, la introversión, entre otros y los factores ambientales como la separación de los padres, depresión en los padres, cambios de la vida diaria, enfermedades, hermanos con problemas, conflictos familiares, exceso de expectativas paternas, accidentes, fracaso escolar, falta de competencias sociales, dificultades emocionales- afectivas con el género, abuso y maltrato infantil.
Factores de riesgo. –
Existen muchos estudiosos al respecto que han publicado sobre este tema, entre otros, Cicchetti, Schneider-Rosen, y su libro “Childhood depression”; Cicchetti, Rogosch y Toth, y su artículo “A developmental psychopathology perspective on depression in children and adolescent”; Lewinshon, Roberts, Seeley, Rhode, Gotlib, y Hops, y su artículo “Adolescent spychopathology II: psychosocial risk factors for depression”, publicado en el número 103 del Journal of Abnormal Psychology; Brent, Kolko, Birmaher, Bridge, Roth y Holder, y su artículo “Predictors of treatment efficacy in a clinical trial of three psychosocial treatments for adolescent depression”, publicado en el número 37 del Journal American and academy of child and adolescent Psychiatry; Del Barrio, Frías, y Mestre, y su artículo “Autoestima y depresión en niños”, publicado en el número 47 de la Revista de Psicología General y Aplicada; Del Barrio y su artículo “Autoestima y depresión en niños”, publicado en el número 47 de la Revista de Psicología General y Aplicada; Moreno, del Barrio y Mestre, y su artículo “Acontecimientos vitales en adolescentes. Un estudio comparativo en dos niveles de edad”, publicado en el número 2 de la Revista Ciencia Psicológica; Bragado, Bersabé y Carrasco, y su artículo “Factores de riesgo para los trastornos conductuales, de ansiedad, depresivos y de eliminación en niños y adolescentes”, publicado en el número 11 de la Revista Psicothema; etcétera, etcétera; que coinciden en que a algunos de los factores de riesgo desencadenantes de la depresión en niños más citados en la literatura son: madres depresivas e historia de depresión familiar, alcoholismo paterno, problemas prenatales, abuso infantil, fracaso en el rendimiento exigido por otros, falta de confianza en sí mismo, sentirse diferente a los pares, carencia de relación parental, pérdida temprana de familiares, problemas del ámbito escolar, que se le preste más atención a los aspectos negativos que a los positivos de la conducta del niño, alteraciones del lenguaje, dificultades específicas de aprendizaje, coordinación psicomotriz, déficit en habilidades de solución de problemas, en habilidades sociales y predisposición hereditaria o enfermedad física con trastorno neuroquímico persistente, entre otros.
Regulación emocional de la tristeza. –
N. Fox en su trabajo titulado “Dynamic cerebral proceses underlying emotion regulation”, define la regulación emocional como “una habilidad para modular el afecto, al servicio del respeto a normas definidas social y culturalmente”. R. Thompson, en su artículo “Emocional regulation: A theme in search of definition”, señala que, la regulación emocional implica procesos intrínsecos y extrínsecos responsables de evaluar y modificar las reacciones emocionales con el fin de atender a determinados objetivos. Por otra parte, según E. Ato, C. González y J. Carranza, en su trabajo “Aspectos evolutivos de la autorregulación emocional en la infancia”, publicado en el número 20 de Anales de Psicología, señalan que la autorregulación es la capacidad que tienen las personas para modificar su conducta en virtud de las demandas de situaciones específicas.
Comunicación. –
L. Shapiro, en su libro “La Inteligencia Emocional de los Niños”, cita que es importante que los niños identifiquen, comuniquen y regulen las emociones negativas para observar si tienen control de estas emociones y, a la vez, es necesario conocer cómo manejan las emociones negativas, si lo hacen de forma efectiva o no poseen las habilidades para hacerlo de manera constructiva ya que esto incrementaría la sintomatología física y la psicopatología. S. Calkins y M. Johnson, en su artículo “Toddler regulation of distress to frustrating events: temperamental and maternal correlates”, publicado en el número 21 de Infant Behaviour and Development, señalan que, los niños con una alta emocionalidad negativa son más reactivos y muestran peor habilidad de autorregulación que los niños con una emocionalidad negativa más baja.
Bienestar emocional. –
J. Zeman, K. Shipman y S. Penza-Clyve, en el artículo “Development and inicial validation of the children´s sadness management scale”, publicado en Journal of Nonverbal Behavior; Fall, 25, citan que para mantener cierto bienestar emocional es imprescindible que el niño regule sus emociones negativas de una forma adaptativa. Por consiguiente, la comprensión de la regulación de la tristeza en los niños permite intervenir de manera temprana y adecuada en aquellos casos en que existe una tristeza desadaptativa.
Estrategias de autorregulación. –
G. Morales en su libro “El síndrome de Down y su mundo emocional”; A. Reijntjes, H. Stegge y M. Meerum, en el artículo “Children`s coping with peer rejection: the role of depressive symptoms, social competence, and gender”, publicado en el número 15 de Infant and Child Development, y por otro lado K. Delaney, en su artículo “Following the affect: learning to observe emocional regulation”, publicado en el número 19 del Journal of child and adolescent psychiatry nursing”, coinciden en que las estrategias de autorregulación emocional que se encuentran en la población adulta e infantil son la evitación o la modificación de una situación, la distracción y la evitación mental del suceso negativo, la desviación de la atención hacia otra situación, el cambio de percepción del individuo sobre el acontecimiento penoso y por último la modulación de la respuesta emocional.
Orientación por los padres y educadores. –
Orientar y desarrollar la capacidad para controlar las emociones, es decir, que el niño no acepte los acontecimientos cuando éstos provocan tristeza y que cambie intencionalmente el estado de ánimo, buscándose una actividad que lo alegre, le supone la posibilidad de fomentar y activar la aparición de las emociones positivas y regular las negativas. De todas formas, los niños saben que los acontecimientos que se producen luego de una situación emocional displacentera reducen la emoción previa más no la eliminan del todo. Por otra parte, es imprescindible enfatizar que entre los 8 y los 12 años los niños logran una comprensión más profunda de sus emociones ya que a estas edades están mejor capacitados para discriminar y describir sus sentimientos.