INGENIERÍA HUMANA
Cada vez que tengo la oportunidad de atender a una víctima del consabido “truene” en el que él o la afectada sufre un considerable descalabro emocional, que lo desorienta, frustra y entristece; estado emocional que en la literatura científica se le denomina delirio, que obedece a un trastorno del lóbulo frontal del cerebro, en el cual, inclusive, se adscribe la hipótesis de la “sejución” o escisión de la fluidez del pensamiento, con la aparición de ideas autóctonas, prevalentes y sobrevaloradas, las cuales mediante su aparición dan lugar a los delirios paranoicos, a veces con tonalidad erotomaníaca. Me pregunto ¿es realmente el amor un estado de locura? Veamos.
Amor loco
Acá te transcribo un pensamiento leído en alguna parte: “Amor loco, un amor que todo el mundo debería tener derecho a probar aunque sea una sola vez en la vida, un amor que te deje en la cuerda floja al límite entre la cordura y la razón y la razón entre el amor y la locura propiamente dicha”.
Locuras razonables
Sérieux y Capgras, en su “Tratado sobre las locuras razonantes”, vinculan la erotomanía con los delirios interpretativos, denominándola delirio erótico. La interpretación delirante es para los autores un razonamiento falso que tiene como punto de partida una sensación real, un hecho auténtico, el cual, en virtud de asociaciones de ideas ligadas a las tendencias, a la afectividad, y con la ayuda de inducciones o deducciones erróneas, adquiere una significación personal para el enfermo. En la citada obra los autores definen este delirio como un delirio lúcido, generalmente con ausencia de alucinaciones, con conservación de la actividad psíquica, con evolución extensiva de las interpretaciones delirantes, incurable, pero sin evolución demencial. Por otro lado, Emil Kraepelin, en su libro “Introducción a la CLÍNICA PSIQUIÁTRICA”, incluye los delirios erotomaníacos dentro de los delirios paranoicos o paranoia.
Cuadro clínico
Gaëtan Gatian de Clérambault, quien fungió durante 30 años como médico jefe de la Enfermería Especial de la Prefectura de Policía en Albacete, España, describe la erotomanía como la ilusión delirante del ser amado, trazando un cuadro clínico minucioso con tres fases: esperanza, despecho y rencor. Para de Clérambault el comienzo es siempre brusco, preciso, a modo de “flechazo”.
Alucinaciones
Bernard, Ey y Ch. Brisset, en su “Tratado de psiquiatría”, incluyen a las alucinaciones en este delirio, considerando que las “conversaciones indirectas” con el objeto son a menudo alucinatorias, estando comprendidas dentro de un vasto síndrome de influencia y de automatismo mental, como la presencia continua del objeto, influencia física del deseo del objeto, cohabitación y posesión erótica, declaraciones por transmisiones de pensamiento, etcétera.
Escuela psicoanalista
Sigmund Freud consideraba que la base del delirio era la proyección de contenidos no admitidos por el súper-yo, proyección que desplaza deseos, tendencias o pulsiones sobre las personas o las cosas del mundo exterior, evitando, de esta manera, el displacer y la angustia. Al igual que en el sueño, en el delirio existe también un cumplimiento de deseos. Adler sentenciaba que el delirio servía para ocultar la derrota en la vida. Para Lacan, el delirio es secundario al surgimiento de un significante aislado, desatado en lo real. Este aislamiento patológico del significante es la marca de una alteración del tejido simbólico en el cual se encuadra el sujeto. La causa de esta alteración se debe al mecanismo llamado de la forclusión del significante del nombre del padre. Si el neurótico habita el lenguaje y el significante, el psicótico es habitado por él.
Escuela cognitivo-conductual
En esta escuela tradicionalmente se ha considerado que los delirios suponen una forma de pensamiento cualitativamente diferente a las creencias normales, insistiéndose también en la idea de que estos pensamientos eran insensibles a cualquier evidencia o explicación alternativa y, por tanto, inmodificables. Diferentes trabajos han demostrado que la convicción del pensamiento delirante no siempre es total e invariable, y que hay veces que los delirios son sensibles a otras explicaciones, y por tanto, pueden ser modificados.
Sin razón
Laura Martín López-Andrade, en su artículo titulado “Erotomanía, amor y enamoramiento. Contradicciones”, menciona que: “Las pasiones no quieren «tener razón», por eso el único lenguaje que conoce el amor es el de la contradicción. La palabra es el límite del amor y, pese a ello no disponemos de un arma distinta para acercarnos a esa sinuosa profundidad que tanto despierta nuestro interés. «No se puede decir nada sin contradecirse», decía Lacan. Así que, bajo esta advertencia previa, empleamos la palabra para hablar de lo contradictorio”.
¿El amor es un monólogo?
Uno de los primeros y más grandes textos escritos sobre el amor, “El Banquete” de Platón, está prácticamente en su totalidad compuesto por monólogos. Salvo la conversación de Diotima con Sócrates, el resto de la obra consiste en exposiciones unidireccionales sobre cómo entiende el amor cada uno de los comensales. No podía ser de otro modo: el lenguaje limita al amor, y el hecho de que el diálogo se vea tan dificultado a la hora de plantear los asuntos amorosos es la primera prueba de una afirmación que, en principio, podría parecer demasiado categórica. De tal forma que nos atrevemos a llamar Amor Verdadero, como el deseo, la pasión, el enamoramiento, la simple relación de pareja o el mismo matrimonio se confunden conceptualmente, porque cada uno les aplica los atributos que su experiencia y su moral le permiten.
El amor como una táctica
Martín López-Andrade, en la revista Española de Psiquiatría, señala que el amor es una táctica, una forma de salir de la soledad para alcanzar una individualidad que, pese a forjar una diferencia con los demás, nos permita acceder al otro. Toda solución del sujeto, del más sano al más loco es, por tanto, una solución de amor.
El amor como recurso
Podemos preguntarnos entonces, y en primer lugar, de qué modo es el amor un recurso del psicótico. En este sentido, y a pesar de las variaciones que posteriormente Freud realizaría al respecto, sus “Tres ensayos sobre una teoría sexual” contienen elementos que nos van a resultar especialmente útiles. Acá los dos estadios previos que distingue antes de la consolidación de las relaciones objetales. En el primero, el estadio autoerótico, el sujeto solo se relaciona con su propio cuerpo, mediante un trato en el que alojamos la soledad y el aislamiento de la esquizofrenia. Como protagonista indiscutible del origen pulsional de la vida, el cuerpo desmembrado del esquizofrénico da testimonio de un intento fracasado de abandonar la soledad.
Amor y desolación
La literatura nos ha mostrado a lo largo del tiempo el carácter dramático del amor, su irremediable vínculo con la desolación. Los grandes amores siempre han sido amores imposibles, trágicos, de una muerte prematura por causas que escapaban a las posibilidades de los amantes. La melancolía se ha definido como el mal de amor por excelencia. “La melancolía erótica es el amor que traspasa los límites de la razón”, nos decía Ferrand en su tratado. De este modo nos imaginamos que el melancólico no deja de lado al amor como táctica subjetiva de las psicosis, sino todo lo contrario: toma tanto impulso para abandonar el vacío que, inevitablemente, vuelve a él en caída libre.
Locura transitoria
A lo largo de la historia el enamoramiento ha sido adecuadamente considerado como un estado de “locura transitoria”, lo que realmente le distingue de la “locura” del Amor verdadero es el carácter de continuidad que le otorga el proyecto intrínseco que contiene. Al enamorado se le concede una licencia de futuro, que podrá utilizar o no, pero que se le niega tajantemente al amante, entendiendo por amante al protagonista del gran amor. Por esta razón, entre otras, decimos que el amor de pareja queda circunscrito simplemente a un modo social de amar, no a un modo esencial de hacerlo.
Desanudarse
Para amar tiene que estar presente la falta, pero también el vacío. Mientras la pareja se acomoda en la falta, el sujeto de amor se ubica allí donde la angustia no ha podido ser eliminada: en la ausencia misma. Para el amor no basta la circulación del deseo, también se necesita la presencia del desierto propio del psicótico. Amar es desnudarse ante el otro, pero también desanudarse. Esta es una de las razones que nos hace situar, esto que hemos calificado de “estado”, más cerca de la psicosis que de la neurosis. Si recurrimos de nuevo al mito del andrógino platónico, diríamos que no es que exista un hueco a rellenar, sino que la otra mitad está vacía.
Contradicciones positivas
Se ha dicho que “el amor solo es posible en la posibilidad de lo imposible”. Solo lo que no puede perdurar goza de cierta eternidad. La contradictoria brevedad del amor juega aquí el mismo papel favorecedor que el que observamos cuando el intento de separar a algunas personas no hace sino unirlas más. Gracias a esta contradicción, el amor se salva de la psicosis y evita la ambivalencia erotomaníaca.