Las señales que están saliendo del corazón político de Palacio Nacional son inquietantes. El presidente Andrés Manuel López Obrador se encuentra en una dinámica de confrontación que no está siendo alimentada por nadie en su entorno, y sus principales colaboradores no logran frenarlo ni persuadirlo para que cambie de actitud. Al mismo tiempo, ante esta creciente disfuncionalidad en el poder central, la beligerancia del presidente es un llamado a la acción para que funcionarios y leales en la periferia actúen de la misma manera, acentuando la distorsión en el debate público, la polarización y el desorden interno.
Parece paradójico que un presidente que centraliza salvajemente el poder, tenga un gobierno tan desarticulado. Pero no lo es. Su control se daba en la cúpula y a través de unos cuantos colaboradores, como se vio durante los dos primeros años de su Presidencia, donde ignoraba líneas de mando y asignaba responsabilidades de manera transversal a sólo un puñado de colaboradores -no hay mujeres en ese nivel de confianza-. Esos colaboradores eran funcionales porque quienes tenían interlocución con ellos, sabían que hablaban por el presidente.
Ese estilo de concentración de tareas y poder en un núcleo se mantiene, pero con su creciente mal humor y el desgaste natural del ejercicio de gobierno, ahora se le ha añadido la particularidad que ese reducido equipo compacto está enfrentando mayores intransigencias de López Obrador, menor sensibilidad a escuchar los problemas que enfrenta, y crecientes dificultades para el control interno, sin poder frenar la rebeldía de funcionarios y leales que los están dejando de reconocer como los emisarios del presidente porque ven que sus mensajes no siempre están alineados con lo que dice López Obrador. Y el presidente, cada vez más enojado, reclama por el desorden que él mismo está provocando.
Tan sólo en marzo, los choques en Palacio Nacional se incrementaron, en coincidencia con un tema que, como reconocen internamente, no entiende en absoluto, como es el feminismo, que provocó largas discusiones y descolones a mujeres por parte de López Obrador, quien en varios temas está prestando oídos sordos a los consejos de quienes son sus más cercanos y confiables, y girando instrucciones que, precisamente, tensan más las ligas en los múltiples frentes que tiene abiertos.
En el caso de la violencia de género, que comenzó lo que quizás son las peores semanas dentro de Palacio Nacional desde que asumió la Presidencia López Obrador, porque no hubo forma de hacerle entender que el tema de la violencia de género no se resuelve con programas clientelares -él decía que los problemas de las mujeres no debían de ser tratados en forma sectaria, sino mediante los programas sociales que atienden a todos los grupos vulnerables-, los argumentos para tratar de que cambiara su posición fueron perdiendo fuerza ante el evidente fastidio que mostraba el presidente cada vez que repetía su posición. Pero hubo muchos más temas de diferencias claras con el presidente.
Una sobresaliente fue la discusión sobre la Ley de Energía Eléctrica, donde ante las primeras dos suspensiones provisionales que dio el juez Juan Pablo Gómez Fierro, lo comenzó a atacar y pidió al Consejo de la Judicatura que lo investigara. La semana pasada sus colaboradores le informaron los rendimientos decrecientes de esos ataques, porque se percibían como una persecución. Sin embargo, la respuesta de López Obrador fue soslayar las observaciones o descalificarlas, y ordenar en cambio acrecentar las campañas de propaganda contra sus detractores—lo que sucedió, enfocándose una vez más el ataque en el principal enemigo público, Felipe Calderón.
Este tipo de instrucciones son las que generan confusión y pérdida de legitimidad del grupo compacto con sus interlocutores en el gobierno y la periferia que habita las redes sociales. Esto provocó externalidades que irritaron al presidente, porque se dieron filtraciones y ataques que no instruyó él, ni tampoco fueron iniciativa del grupo compacto, como ha sucedido en otras ocasiones. Uno que lastimó al presidente por los antecedentes de amistad, fue el ataque lleno de sevicia desde cuentas en redes vinculadas al gobierno y al presidente en contra del actor Víctor Trujillo, Brozo.
Otras informaciones no autorizadas para ser difundidas fueron las de una noticia 10 años vieja y hoy en día falsa, sobre cuentas de Sylvana, hija de Manlio Fabio Beltrones, sobre una cuenta en Andorra, o la filtración de que el gobierno iba judicialmente contra el panista Roberto Gil, porque saboteaba de alguna manera la estrategia de la Presidencia contra él y el gobernador de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca, donde las sospechas de origen se enfocan por los rumbos de la avenida Constituyentes. Funcionarios federales reconocen que los pleitos en el gabinete han propiciado que investigaciones como la del gobernador y su entorno, resultado de seis denuncias hasta este momento, perjudican el avance del caso y lastiman al propio presidente.
López Obrador está muy alterado y alterable, de acuerdo con lo que ha trascendido en Palacio Nacional, y encerrándose aún más. Una de las formas como se materializa su creciente intolerancia a escuchar cosas que no le gustan o contraviene lo que piensa, es que se ha negado a recibir personas que sabe que van a tratar de persuadirlo a que cambie sus posiciones sobre ciertos temas. La preocupación, observando la dinámica palaciega desde afuera, es que el presidente se está aislando cada vez más, incluso de su propio grupo compacto, por la vía de desestimar sus consejos.
El círculo virtuoso que tenía López Obrador en sus dos primeros años de gobierno, donde la fortaleza que transmitía su grupo compacto se ha minado, lo ha llevado a estar en un círculo vicioso, al aflorar las diferencias que está teniendo el presidente con ellos, y abrir la puerta para los quedabienes se insubordinen y tengan actos de rebeldía. No le ayuda al presidente, que se exaspera y molesta, pero tampoco quiere darse cuenta de que él es el responsable de sus propios males.
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